Estilos de seducción

#SoySolo

Una noche nublada nos juntamos a cenar con mis amigos. El cielo estaba amenazante mal, pero nosotros teníamos ganas de hacer algo y recibimos uno de esos llamados milagrosos de Jesús. Como les decía, mi amigo Jesús (un flaco que me salvó de una borrachera descomunal en una de esas fiestas inolvidables que se olvidan completamente) nos llamó por teléfono y nos dijo que estaba en la casa de unas pibas que también tenían ganas de hacer algo pero que no sabían qué. Al toque, metimos una previa rabiosa y salimos volando para allá en un taxi que fue esquivando charcos de una garúa que, en pocos minutos, se transformó en el diluvio universal. Llegamos a la casa empapados pero con buena energía (alegres) y, al instante, nos dimos cuenta que la noche iba a morir entre esas cuatro paredes. Con mis amigos nos miramos y comprendimos que esa lluvia interminable era una sentencia: la noche dependía de nosotros.

Mi amigo el gordo es un tipo encantador. Es alto, musculoso, fachero pero, sobre todo, tiene un ángel especial que lo transforma en el alma de todas las fiestas. Es carismático y entrador, siempre tiene una frase en el bolsillo para caerte bien y sacarte charla. Yo no. Yo soy de digestión lenta, más para un rumiante de cuatro estómagos. Parco, distante, algo tímido, cuando llego a una fiesta saludo de lejos porque sé que no me da el piné para caerte bien de entrada. Posta, no me da el cuero para que la gente me quiera tener cerca apenas me conoce. Pero lo bueno es que con el gordo armamos un equipo, un tándem aceitadísimo. El encara y yo le hago la segunda. Él es el tiburón y yo soy el pescado ese que va abajo comiendo todo lo que se le sale de la boca. Ojo, no soy carroñero, tengo mi paladar, pero también reconozco que empezar a quererme a mí lleva tiempo, casi una reencarnación.

Así fue como con el gordo empezamos a contar nuestra rutina de anécdotas. Bah, en realidad, él las cuenta y yo lo sigo. Porque ya me sé de memoria cómo arrancan, qué personajes intervienen, cuál es el remate, las conozco como si me hubiesen pasado a mí. Lo que yo hago es acompañarlo con preguntas cuyas respuestas ya sé pero que a él le sirven para recordar cómo sigue el relato: “¿Y qué te dijo la gorda?”, “¿Y el novio te vió?”, “¿Y cuando llegaste a tu casa destroyed qué pasó?”. Ese es mi laburo, lo acepto. Soy el segundo, el asistidor, el que le tira los centros y disfruta viéndolo hacer goles, esperando pescar algún rebote del arquero desprevenido.

Lo copado es que mientras el gordo contaba sus anécdotas nos dimos cuenta que las minas estallaban de la risa. Y ahí decidimos subir la apuesta y pasamos a la sección más hardcore, a nuestro anecdotario gore, que incluye detalles escabrosos, escatológicos, bien guarangos. Las minas lloraban y nosotros estábamos cebadísimos (pasados de alegres). Y así fue como la noche se extinguió en historias bien heavy metal hasta que el sol apareció, los pajaritos comenzaron a cantar y nos dimos cuenta que ya era hora de partir (no entregaban).

En el taxi, con el gordo nos reíamos de las cosas que habíamos sido capaces de contar. Pero mis otros dos amigos, que no habían participado de nuestro show más que con aplausos, arengas o tirando un Fernando al suelo, nos miraban con ojos críticos. Fue ahí cuando nos alertaron que se nos había ido la mano, que difícilmente una chica se viese seducida por un par de tipos que contaban las chanchadas que nos habíamos animado a relatar. Tuvimos una discusión innecesariamente acalorada dentro del taxi (no mezclo más) y cuando llegamos al barrio (luego de que el taxista nos haya paseado de lo lindo aprovechando nuestro fuerte y ebrio cruce de opiniones) me puse a reflexionar sobre lo sucedido.

Me quedé pensando en que, quizás, uno seduce de acuerdo al tipo de mujer que le gusta, que está buscando. O sea que a mí me interesa seducir a las minas que se sientan seducidas por mi estilo de seducción. Algunos intentamos hacerlas reír con chistes malos, porque nos gustan las chicas que se ríen de pavadas como nosotros. Y otros son más callados, porque le gustan las minas que se sienten atraídas por los tipos más misteriosos. Las dos son válidas, les dije a mis amigos y nos abrazamos los cuatro (basta de previas) jurándonos amor eterno y pidiéndonos perdón (uno lloró). Entonces, regresé a casa contento porque me di cuenta que siempre habrá hombres y mujeres para todos los gustos.

Igual, si esta anécdota te la cuenta el gordo, te morís.