Taxistas cariocas vs taxistas porteños

#TeMuestroRío

Mi viaje en taxi más inolvidable me lo ofreció allá por el 2006 un taxista porteño llamado Mauro. Recién se había “esnifado un paso de peatones” cuando nos subimos dos argentinos y dos españolas a su pequeño paraíso sobre ruedas con olor a whiskey. Durante las 20 cuadras que recorrimos, Mauro disfrutó del programa de Tinelli en un mini LCD que tenía junto a su volante; se saltó un semáforo en rojo manteniendo firme y parejo una velocidad de 80 km; y nos dejó perplejas a las españolitas al asegurarnos que “el maltrato de género se da tanto en España porque a las gallegas les gusta que les peguen”. Un fenómeno, Mauro.

Pensaba yo que no podía superarse tal viaje sideral hasta que hace unos días me monté en el taxi de Joãozinho en Rio.

Joãozinho a punto de llamar a su novia y los personajes de Scooby-Doo en el LCD

Joãozinho a punto de llamar a su novia y los personajes de Scooby-Doo en el LCD

Si algo hay que alabarle a los taxista porteños es lo bien que manejan, incluso encocados hasta las cejas como Mauro. Joãozinho, sin embargo, como muchos taxistas cariocas, no es que no manejara bien, es que parecía como si nunca hubiera aprendido: la caja de cambios era un joystick para hacer catársis, el freno era como el pedal de una batería y, para facilitarle a los reflejos el desempeño, iba viendo la tele en su mini LCD y discutiendo a voz en grito por celular con su novia. Como no había cinturón de seguridad para pasajeros me amarré al cabecero del copiloto e intenté distraerme viendo Scooby-Doo doblado al portugués, que sólo por eso ya es gracioso. Justo cuando Shaggy le estaba tirando un Scania a Mary Jane con un “que nome lindo que você tem”, Joãozinho hincó el pie en el freno para no comerse al taxi de enfrente pero, como la distancia de seguridad es algo que los cariocas sólo mantienen en la playa cuando el mar está muy revuelto, chocamos un poco. Ya estaba yo por sacar el pochoclo del bolso para presenciar la pelea entre tacheros cuando, cuál fue mi sorpresa, ambos taxistas bajaron la ventanilla y, en vez de mencionar a sus respectivas madres o hermanas y hacer gestos de sordomudos minimalistas, se saludaron a lo Morgan Freeman en Paseando a Miss Daisy y arrancaron de nuevo como si nada hubiera pasado. Por lo que he podido averiguar este comportamiento tan civilizado se debe a dos motivos: el seguro del auto aquí no te cubre nada -aunque todavía no he visto a nadie protegiendo su auto como el tipo de MDP del otro día contra el granizo, así que algo debe cubrir- por lo que es una pérdida de tiempo darse los datos o discutir, pero, sobre todo, hay una cuestión cultural brasileña por evitar el enfrentamiento a toda costa.

Así que, ya saben: muchos taxistas aquí manejan a lo Fittipaldi pero sin saber así que asegúrense de que el taxi tenga cinturones de seguridad antes de subir.