Nicolás Romero / Te entra por los ojos

Nicolás Romero -conocido también como Ever- es pintor y muralista. Más que nada pinta chinos. Al menos eso dice la gente que ve sus obras. Empezó a dibujar cuando era pequeño, sobre unas hojas gigantes de impresión que llevaban sus padres a casa. Después se compró los libros de los grandes de la pintura. Ahora interviene grandes paredes en todo el mundo con un estilo muy particular.

¿Cuándo empezaste a dedicarte a la pintura?

Trabajaba en una empresa de marketing y me aburría, sufría estrés, sentía que me dolían los testículos. Un día se me cruzo esto de arriesgarme a vivir del arte, de no tener un sueldo establecido y vivir fluctuando, fue a eso de los 23 años. Me costó asumir que quería vivir de esto. Ahora van llegando los resultados.

¿Qué cambio en tu vida a partir de esta decisión?

La perspectiva con la cual veo el mundo y mi vida. Creo que estamos esclavizados; el sistema en general toma nueve horas de nuestras vidas para que hagamos una tarea que tal vez no queremos hacer. Cambiar ese esquema y saber que soy el dueño de mi propio tiempo es lo que más me satisface. Estar dos horas mirando un cuadro y una hora pintándolo no me genera ninguna culpa.

¿Porqué elegís pintar en la calle?

En la calle todo es un desorden, no sabes muy bien qué pasa. Yo me tengo que mover en esa marea y ver qué resultados logro. Es una forma de decir “acá estoy”. A veces salgo a pintar con una idea fija y todo cambia laburando, con la interacción de la gente. Por ejemplo, al principio me molestaba que me destruyan una obra, más por una cuestión de ego que otra cosa. Pero ahora pienso porqué pasa eso y es como una respuesta de la calle, tal vez a alguien le molestó esa pintura. Además, si dejo de pensar que esa obra me pertenece, es mejor. Ya ni las firmo.

¿Te interesa que sea identificable tu obra?

Trato de que pase, que la temática o la composición pueda hacer que la gente  identifique mi obra. Ahora dicen: “eso es del pibe que hace lo chinos”. Me gusta la simplificación, porque al final las cosas tienen que ser así. Yo trato de poner un contexto y una profundidad en mi trabajo, pero al final a la gente no le importa y lo resume así: “eso es del que hace los chinos”.

¿De qué se trata esa profundidad?

De comunicar ciertas incertidumbres internas que tengo. Tomo como ejemplo el comunismo, que siempre me fascinó y que lo veo totalmente aplicable a la realidad, pero después veo lo que pasa en China, por ejemplo, y me pregunto cómo es totalmente lo contrario: comunismo sirviendo al capitalismo. Es una contradicción, una teoría idealista que se corrompe. Trato de hablar de esas contradicciones humanas,  y de llevar mi trabajo a un plano metafórico.

¿Así es como llegas a pintar gente con rasgos orientales?

El tema con los chinos era de composición al principio, por la fisonomía. Me interesaba pintar esos ojos separados, narices y bocas pequeñas en contexturas grandes. Después descubrí los posters chinos comunistas, con un ideal político de fondo, y se afianzo esta idea.

¿Y el resto de la estética: los ojos, los colores?

Pasa que nunca me creí la frase que dice que los ojos son una ventana del alma. Yo necesito sacarle los ojos a los personajes para perder esa conexión primordial, y lograr la comunicación con la obra de otra manera. Se genera un análisis desde otra perspectiva. Además uso ciertos patrones artísticos para llamar la atención, recursos de la iglesia como las circunferencias, uso el rojo y el amarillo que captan la atención y dan referencias  de cosas pasadas, me interesa que la gente se quede mirando sin saber porqué.

¿Cómo ves la escena local de arte callejero?

Creo que en Buenos Aires tenemos una libertad importante. Nuestros padres vivieron épocas duras, de censura, por eso siento que la gente de 30 o 40 años, cuando ve a alguien pintando en las calles, siente que eso refleja algo de la libertad que no había.

 

Ever in Chicago

Si queres ver gran parte de la obra de Nicolás Romero podés entrar a www.eversiempre.com. Otra opción es caminar por Villa Crespo (CABA) y encontrarte con sus chinos en las paredes.

Franco Fasoli (JAZ) / Figuración Tole-Tole

Un rato en la calle y un rato en el estudio, Franco Fasoli va y viene, como lo hace con su firma, porque también rubrica con el seudonimo JAZ. Criado en familia de artistas, Fasoli dice que no tuvo escapatoria, pero hizo su camino personal, primero experimentando con el street art y después de manera más tradicional. Luego de diez años de escenógrafo, tomó la decisión de avocarse tiempo completo a la pintura. Hoy viaja por todo el mundo creando unos murales impresionantes, a la vez que expone sus pinturas en galerías del circuito del arte.

¿Qué características destacas de pintar en la calle, a diferencia del trabajo puertas adentro?

Primero el contacto con el espacio. La globalidad que me da, porque no sólo trabajo en mi ciudad sino que tengo que viajar a concretar proyectos en otros lados, entender y compartir la idiosincrasia y el entorno en el que estoy. Eso me afecta y afecta a mi obra. Es muy diferente al trabajo en el estudio, donde está todo controlado. En un espacio público estoy entregado a lo que suceda: el clima, la gente, los puntos de vista. Eso me interesa por sobre cualquier cosa y es un motor para seguir trabajando en la calle, a pesar de trabajar en paralelo con galerías.

¿Cómo te afecta la imprevisibilidad?

Es fundamental para mi laburo. Desde el material que uso, hasta el lugar mismo. Cada ciudad te recibe de una manera distinta. Estoy abierto a que todo influya en la obra. Me han tapado murales enseguida, obras que han sido censuradas en el momento y cambiadas. Otras trabajadas con los materiales que encontré en el lugar (agua, tierra, basura) y obras pensadas para que desaparezcan en el corto plazo.

 ¿Podrías acercarte a una definición estética de tu trabajo?

Utilizo imágenes relacionadas con tradiciones latinoamericanas y las mezclo con la cultura popular de determinados lugares. Pinté muchas imágenes de barrabravas con tradiciones de conflictos precolombinos. Me gusta mezclar imágenes que uso de referencia en función del espacio en el cual convivo, que es la calle, que es la subcultura que existe en Latinoamérica. Por eso aparece gente disfrazada de tigre, que viene de México, o algunas referencias al Tinku, de Bolivia. O la subcultura barrabrava, de todo Latinoamérica. De ese tipo de imágenes me nutro para laburar.

¿Y por qué la inclusión constante de la lucha?

El conflicto es una línea fundamental de mi trabajo. Es autorreferencial a varios conflictos: trabajar en la vía publica vs. trabajar en un espacio institucional, trabajar con materiales perecederos vs. trabajar con obras duraderas, firmar con mi nombre vs. firmar JAZ. Después está la lucha más general, que es trabajar en un lugar como Latinoamérica y la costumbre de confrontación en nuestras sociedades.

¿Existen otros elementos que se repiten en tu obra?

Sigue apareciendo la figura; soy figurativo desde siempre. La figura humana y el personaje como eje central. También el círculo casi siempre está. Y la línea, que termina uniendo muchos de mis trabajos.

¿Cómo elegís las paredes a pintar?

En Buenos Aires trato de usar siempre las mismas. No pretendo que cada obra sea eterna, ni que se convierta en patrimonio de la ciudad. Me gusta el ejercicio y el proceso de trabajar sobre el lugar. En lo que tiene que ver con festivales, a uno le llega la lista de paredes, superficies, tamaños y eso un poco se contradice con mi forma de laburar acá, en Buenos Aires, donde trato que sea un poco más libre. En el circuito uno termina ya sabiendo prácticamente todo lo que va a pasar con esa pared.

En general, ¿Cuál es la devolución del público mientras trabajas?

Acá la gente es muy abierta y, sea de cualquier edad y onda, valora el trabajo que se hace en la calle, sobre todo el laburo de un artista, sin pretensión. Se aprecia que use mi tiempo y mis ganas para hacer algo por la ciudad, aunque no entiendan la obra o el porqué. En Europa o Estados Unidos, primero la reacción es saber si mi trabajo contribuye a la comunidad o no, y si estoy habilitado para a hacer esa obra. En otros lugares tengo que tener en cuenta temas raciales o de religión. Por ejemplo, en Sudáfrica la gente relacionaba mis obras con viejas costumbres tribales africanas, y fueron interpretaciones interesantes, y fuera de lo común, que tuve sobre mi trabajo. Creo que, si estoy abierto a lo que pase en la calle, no puedo imponer mi visión al que sea, sino trabajar precisamente con ese ida y vuelta.

 

Prueba irrefutable de la internacionalidad de Franco Fasoli es Vínculo, la muestra que exhibe en este momento -y hasta el 26 de julio- en BC Gallery, Berlin. A los que no tengan tiempo ni dinero para volar a Alemania right now, les quedan, a priori, dos opciones: salir a caminar por el barrio de Villa Crespo, donde se van a encontrar con obras de Franco. O entrar a www.francofasoli.com.ar y comprobar por sí mismos el talento de este muchacho.