Por: Leandro Edelstein
Un rato en la calle y un rato en el estudio, Franco Fasoli va y viene, como lo hace con su firma, porque también rubrica con el seudonimo JAZ. Criado en familia de artistas, Fasoli dice que no tuvo escapatoria, pero hizo su camino personal, primero experimentando con el street art y después de manera más tradicional. Luego de diez años de escenógrafo, tomó la decisión de avocarse tiempo completo a la pintura. Hoy viaja por todo el mundo creando unos murales impresionantes, a la vez que expone sus pinturas en galerías del circuito del arte.
¿Qué características destacas de pintar en la calle, a diferencia del trabajo puertas adentro?
Primero el contacto con el espacio. La globalidad que me da, porque no sólo trabajo en mi ciudad sino que tengo que viajar a concretar proyectos en otros lados, entender y compartir la idiosincrasia y el entorno en el que estoy. Eso me afecta y afecta a mi obra. Es muy diferente al trabajo en el estudio, donde está todo controlado. En un espacio público estoy entregado a lo que suceda: el clima, la gente, los puntos de vista. Eso me interesa por sobre cualquier cosa y es un motor para seguir trabajando en la calle, a pesar de trabajar en paralelo con galerías.
¿Cómo te afecta la imprevisibilidad?
Es fundamental para mi laburo. Desde el material que uso, hasta el lugar mismo. Cada ciudad te recibe de una manera distinta. Estoy abierto a que todo influya en la obra. Me han tapado murales enseguida, obras que han sido censuradas en el momento y cambiadas. Otras trabajadas con los materiales que encontré en el lugar (agua, tierra, basura) y obras pensadas para que desaparezcan en el corto plazo.
¿Podrías acercarte a una definición estética de tu trabajo?
Utilizo imágenes relacionadas con tradiciones latinoamericanas y las mezclo con la cultura popular de determinados lugares. Pinté muchas imágenes de barrabravas con tradiciones de conflictos precolombinos. Me gusta mezclar imágenes que uso de referencia en función del espacio en el cual convivo, que es la calle, que es la subcultura que existe en Latinoamérica. Por eso aparece gente disfrazada de tigre, que viene de México, o algunas referencias al Tinku, de Bolivia. O la subcultura barrabrava, de todo Latinoamérica. De ese tipo de imágenes me nutro para laburar.
¿Y por qué la inclusión constante de la lucha?
El conflicto es una línea fundamental de mi trabajo. Es autorreferencial a varios conflictos: trabajar en la vía publica vs. trabajar en un espacio institucional, trabajar con materiales perecederos vs. trabajar con obras duraderas, firmar con mi nombre vs. firmar JAZ. Después está la lucha más general, que es trabajar en un lugar como Latinoamérica y la costumbre de confrontación en nuestras sociedades.
¿Existen otros elementos que se repiten en tu obra?
Sigue apareciendo la figura; soy figurativo desde siempre. La figura humana y el personaje como eje central. También el círculo casi siempre está. Y la línea, que termina uniendo muchos de mis trabajos.
¿Cómo elegís las paredes a pintar?
En Buenos Aires trato de usar siempre las mismas. No pretendo que cada obra sea eterna, ni que se convierta en patrimonio de la ciudad. Me gusta el ejercicio y el proceso de trabajar sobre el lugar. En lo que tiene que ver con festivales, a uno le llega la lista de paredes, superficies, tamaños y eso un poco se contradice con mi forma de laburar acá, en Buenos Aires, donde trato que sea un poco más libre. En el circuito uno termina ya sabiendo prácticamente todo lo que va a pasar con esa pared.
En general, ¿Cuál es la devolución del público mientras trabajas?
Acá la gente es muy abierta y, sea de cualquier edad y onda, valora el trabajo que se hace en la calle, sobre todo el laburo de un artista, sin pretensión. Se aprecia que use mi tiempo y mis ganas para hacer algo por la ciudad, aunque no entiendan la obra o el porqué. En Europa o Estados Unidos, primero la reacción es saber si mi trabajo contribuye a la comunidad o no, y si estoy habilitado para a hacer esa obra. En otros lugares tengo que tener en cuenta temas raciales o de religión. Por ejemplo, en Sudáfrica la gente relacionaba mis obras con viejas costumbres tribales africanas, y fueron interpretaciones interesantes, y fuera de lo común, que tuve sobre mi trabajo. Creo que, si estoy abierto a lo que pase en la calle, no puedo imponer mi visión al que sea, sino trabajar precisamente con ese ida y vuelta.
Prueba irrefutable de la internacionalidad de Franco Fasoli es Vínculo, la muestra que exhibe en este momento -y hasta el 26 de julio- en BC Gallery, Berlin. A los que no tengan tiempo ni dinero para volar a Alemania right now, les quedan, a priori, dos opciones: salir a caminar por el barrio de Villa Crespo, donde se van a encontrar con obras de Franco. O entrar a www.francofasoli.com.ar y comprobar por sí mismos el talento de este muchacho.