Tomando el té con mi abuela

tomando el te con mi abuela 2

“Tomando el té con mi abuela”

Mi abuela se llamaba Hilda de los Milagros Ranea, nació en Santa Fé y le gustaba tomar el té. Siempre te invitaba a las cinco de la tarde casi como un ritual, jugaba a las cartas, bordaba pañuelos y te contaba cuentos mágicos. Su desarrollada imaginación hacia que me quedara toda la noche escuchándola cuando era chica para no perderme sus historias, que jamás podía volver a repetir, ya que improvisaba con una seguridad que te hacia pensar que el cuento existía y que lo había estudiado de memoria. A mi abuela le gustaban las estampitas, los rosarios y los pesebres. Cada vez que viajaba le traía alguna de estas cosas porque las coleccionaba y las guardaba como un tesoro. El puente de santa fe era su memoria y le gustaban las rosas, pero lo que mas le gustaban eran los bombones de chocolate y los secretos que terminaban siendo conocidos por todos porque empezaba una cadena de contar sin que nadie cuente nada pero se tentaba y le contaba a varios, por lo tanto si uno solo abría la boca nos enterábamos que todos sabíamos la misma historia. Mi abuela siempre lograba lo que se proponía y como si tuviera una varita mágica le hacia honor a su segundo nombre: Milagros.

Este cuadro es mi homenaje a su existencia en mi vida, era puro corazón y muy femenina, le gustaba la noche y las joyas y si quería podía hacerte ver que se podía volar en alfombras mágicas y que el príncipe de tus sueños siempre estaría esperándote si te hacías rogar lo suficiente. Mi abuela tenia tácticas de los si y los no en una relación aunque después no los aplicara. Le gustaba cocinar y te hacia sentir que su cocina era la del mejor restaurante. Sus placares estaban llenos de tesoros de antaño,  los sombreros y los guantes eran mis preferidos, te llevaban a otro tiempo con solo abrir las cajas que los guardaban, por momento me sentía cenicienta bailando en el baile con las zapatillas de cristal por las piezas que me mostraba.

Cuando murió prometí escribirle un cuento ya que siempre la imaginaba como una muñeca de porcelana, porque era muy sensible y muy bella.

“Había una vez una abuelita que se llamaba Hilda, tenia la piel como la porcelana, rizos colorados y  los ojos claros que cambiaban según el tiempo. Hilda parecía una princesa que se había escapado de algún cuento de hadas. Era tan bella que pasaba horas contemplándose en el espejo para estar siempre radiante. Hilda estaba llena de secretos, de cofres y cajas en las que guardaba recuerdos. No podía desprenderse de nada, a cada objeto le encontraba un lugar especial. Su marido Jaime trabajaba la mayor parte del día lo cual le daba mucho tiempo para estar consigo misma. Hilda se imaginaba historias para contarles a sus nietas cuando se quedaban en la casa…” Han pasado varios años desde esa promesa y cada vez que siento a escribirle no puedo continuarlo, tal vez porque no quiero convertirla en un personaje de mis cuentos sino quiero que siga fresca y real en mi vida tal cual era.

Esta es la historia que nunca termina de cerrarse…

 

MUÑECA DE PORCELANA

Había una vez una muñeca de porcelana, era tan hermosa como frágil por lo cual tenia que ponerse dentro de una vitrina especial siempre bajo llave. La vida pasaba por detrás de la vitrina, ni el aire le llegaba. La muñeca se acostumbro al silencio del espacio y a inventarse amiguitos imaginarios dado que la soledad era su gran compañera. Desde la vitrina veía como las niñas la miraban pero siempre terminaban eligiendo a las muñecas de goma o de trapo. Se imaginaba a veces que era una de ellas pero también de esa forma corría el riesgo de ser olvidada o dejado de lado por una más nueva. Como ella era tan cara y hermosa nadie la compraba en la juguetería, era lo que pensaba. Todo el mundo la miraba deslumbrada: ¡que hermosa es! Puede dejármela ver, le preguntaban al juguetero y cada vez que el la sacaba respiraba el aire puro y se llenaba de ilusión; pero duraba tan poco fuera de la estantería que ni bien sentía el aire en sus pulmones se daba cuenta que ya estaba dentro de nuevo. El problema de la muñeca era que tenia una pequeña rajadura en su mejilla derecha, era un defecto de fabrica, por eso debía ser tratada con mucha cautela y todos los compradores al verla en detalle creían que no valía la pena comprarla.

Hasta que un día, una niñita de pecas coloradas y ojos color del tiempo la compro. La niña era tan frágil como la misma porcelana, de piel blanca como la nieve y labios morados. Sentía que como la muñeca no podía hacer muchas cosas así que le parecía que iba a ser una buena compañía para su largo viaje y la nombro Marilu, por haberla encontrado. La niñita llamada Hilda se mudaba de ciudad, se había tomado la decisión por el trabajo del padre y dado que sus cuatro hermanitos se habían muerto por diferentes pestes a lo largo de sus seis años, la cuidaban con extrema delicadeza para que nada le pasara. Solo ella y su hermanita más chica que estaba enferma desde su nacimiento quedaban. Los padres les habían prometido que podían llevar solo dos objetos, uno viejo para recordar lo que dejaban atrás y uno nuevo para que puedan ver lo que les esperaba. Hilda tuvo que dejar su caballito de madera, los vestidos de seda de las muñecas de trapo, el oso de peluche que solo le quedaba un ojo, y todo lo que le había pertenecido a lo largo de esos años. Hasta los soldaditos de plomo de sus hermanitos tuvieron que ser dejados. Todo su mundo para ella desaparecía, pero el único objeto que no podía dejar era un armario dorado de fino metal con cajoncitos de nácar y perchas del mismo material. El armario tenía muchos cajones donde Hilda guardaba recuerdos, su primer diente, una piedra de forma de corazón, un pedazo de piel, y otras cositas que había encontraba por el camino. En su interior, también había sombreros, pañuelos y algunos tapados para muñecas.  Por la mudanza solo podían llevar lo imprescindible, repetía el padre sin cesar, por eso Ángeles, la madre, decidió salir de compras con las dos niñas. Ni bien Hilda vio la muñeca de porcelana con sus ojos de vidrio y sus cachetes colorados, sintió que era la cosa mas extraordinaria que había visto en su vida y le pidió a su madre que se la comprara. La verdad que el juguetero al ver a la mujer y a las dos niñas que le contaron su historia decidió dejarle la muñeca a un precio más accesible, considerando que hacia años que se encontraba en la vitrina y nadie finalmente la compraba. Hilda, descubrió al sacarla que tenia una grieta en su cachete pero para ella era tan hermosa que no le importo, era la poseedora ideal del placard dorado. La hermanita eligió un conejito de peluche que se sumaba a la cajita de música rosa con una bailarina en su interior que siempre la acompañaba. De esta forma salieron del negocio contentas y agradecidas por sus nuevos objetos que llevarían de viaje.

El viaje duraba dos largos días en auto y sus cosas recién llegarían en dos semanas. Dejaban no solo su casa sino todos sus recuerdos. Empezarían una nueva vida en una nueva ciudad. Así fue como ni bien llegaron a su nueva casa, las dos niñas eligieron el cuarto que compartirían. Marilu se había acostumbrado a mirar el mundo por la vitrina pero no ha vivirlo y ahora tenia la oportunidad de estar en él. Todo la sorprendía, pero veía que Hilda no se manifestaba, permanecía en su mundo, recluida, sin decir casi palabras. Su hermanita no hablaba bien, por lo cual su relación se basaba en el cuidado de Hilda para que nada le pasara. Marilu quería que su dueña le contara cosas, le mostrara el mundo. Pero Hilda tenía miedos de que le pasara algo como a sus hermanitos y por eso permanecía encerrada dentro de la casa. No salía a jugar con sus amiguitas a la soga sino que se pasaba muchas horas en la cocina aprendiendo nuevas recetas y escuchando los chismes de las vecinas del barrio que le contaba la cocinera de la casa.

 

Marilu fue la compañera de todos los cambios de Hilda, desde su paso por el colegio hasta cuando decidió casarse con Jaime, un extranjero que la conquisto por su insistencia y su determinación en el amor que le profesaba. La muñeca fue la testigo del nacimiento de sus tres hijas y hasta de sus nietos y la que escuchaba las confesiones de su dueña sin filtro y sin palabras endulzadas. Hilda siempre la cuidaba, pero con el paso del tiempo la guardo en una vitrina al igual que en el negocio que había estado. Un día Hilda se olvido de ella, y abrió la vitrina apurada para sacar unos bombones que había guardado y Marilu queriendo llamar la atención de su dueña se cayo del estante. La muñeca se destrozo a pedazos y con ella todos los secretos de Hilda se esfumaban. Marilu se transformo en partículas de porcelana brillante y Hilda entendió que a pesar de que ya no estaba más sus recuerdos siempre la acompañarían porque eran parte de su alma y que finalmente la muñeca que había sido su futuro se había convertido en su pasado.

 

 

Estrella

ESTRELLA

Te mire de lejos antes ni siquiera de saber quien eras. Tu osadía de nadar entre las olas, de saltarlas sin miedo, me llamó la atención. Te vi y no necesite ponerte nombre. Eras pura energía desbordante.
Luego eras vos y tus palabras solo hacían confundirme, alejarme, a pesar de que cerraba los ojos y te imaginaba besándome.

Tal vez necesitaba tiempo para aclarar que me pasaba, porque pura inspiración surgió desde el agua. Tenia tanto para decir, hacer, bajar que solo miraba el mar, las estrellas desde el balcón; esperando que te traigan.

El timbre nunca sonó y pensé que ya era tarde. Por eso, no te miraba el domingo, prefería no mirarte. Te había estado esperando pero nunca viniste.

Finalmente llegamos al agua y nuevamente sorteaste las olas y me llevaste. Me deje llevar, me solté, me olvide de todo. Solo te sentí, te percibí, te elegí desde lo que veía no desde lo que decías y la explosión de luz surgió en ti. Te baño como una capa invisible, de destellos amarillos, naranjas y verdes que me hacían continuar con los ojos cerrados admirando tu belleza, tú ser.

Nuestros cuerpos se acercaron tímidamente. Comenzaron a danzar entre las aguas. El tiempo ya no era lo importante. Nuestros cuerpos encajaban, se unían sin presionarlos. Nuestros labios sellaron lo que nuestras manos adelantaron.
Puro encuentro que continúo en la dorada arena entrelazados para llegar al cielo celeste con nubes blancas.

estrella

¿Por qué los recuerdos te invaden sin poder ponerle freno? ¿Cómo es posible que situaciones vuelvan una y otra vez del baúl de los recuerdos? ¿Por qué determinados encuentros quedan impregnados en nuestra piel sin poder desprenderlos? Porque ciertos lugares nos remontan a situaciones vividas? Lucia no dejaba de hacerse estas preguntas mientras miraba como el sol se escondía en el horizonte del mar. El volver a encontrarse en el mismo lugar que un año atrás, lo único que hacia era llevarla a vivenciar una y otra vez la misma situación, desde diferentes ángulos, perspectivas, pero con la misma sensación de placer degustaba ese recuerdo una y otra vez. Sabia que esa persona no se había mantenido en el tiempo, sabia que un año entero había pasado y que ninguna acción los había llevado a encontrarse pero también sabia que durante esos 365 días nadie la había llevado a conectarse con ese lugar sagrado en donde el tiempo desaparece, la pasión se consume y el otro se fusiona con el uno hasta no encontrar diferencias, limites, bordes, para ser uno distinto de ambos.

Miraba el mar y recordaba el oleaje como los había acercado, para no ser succionados entre las olas se agarraron de las manos. Recordaba sus conversaciones como si el viento se convirtiera en susurros y le repetía palabra por palabra, “al cumplir mi sueño me di cuenta que tenia un montón de nuevas cosas por soñar, la vida seguía y yo con ella”.

Tal ver solo era una ilusión, tal vez no tendría ni que recordarlo pero cuando uno se encuentra solo se aferra a sus recuerdos, retrocede a un pasado mejor, a sentirse abrazado, acompañado, unido a un otro aun sabiendo que no es tu presente, y menos tu futuro. Pero el ser se apega a lo bueno, a lo que duro tal vez solo cinco días pero el gusto queda en la boca, en el cuerpo, en las entrañas, queda registrado buscando a otro que reemplace esa sensación maravillosa que no siempre acontece a pesar de permitirse los encuentros.

Lucia no quería engañarse, no quería crear historias en donde no existían, pero ese encuentro la había llevado al cielo y al mismo tiempo la había enraizado en la tierra de una manera imposible de entender con el raciocinio y volver al mismo lugar solo hacia corroborar lo que había sentido. No se pueden controlar los recuerdos, estos irrumpen cuando uno ni los espera, y a veces hasta uno piensa que determinados encuentros se borran en la mente pero vuelven sin entender bien porque y aunque uno quiera pensar en otra cosa surgen sin cesar hasta dejarlos aparecer con fuerza como si fueran un río torrentoso en primavera.

Cuento RETAZOS DE TELA

retazos

Laura iba por la vida juntando retazos de tela. Buscaba los retazos por todas partes pero no todos podían ser parte. Ella se encargaba de que la forma, los colores y la composición combinaran con el resto. Un resto que empezó por casualidad.

Un día Laura se encontraba en la casa de su abuela tratando de encontrar la llave que abriera la puerta del mueblecito marrón donde su abuela Ana escondía los caramelos y bombones para que Laura los encontrara una y otra vez. Pero esa vez, cuando encontró el primer retazo, se le hizo difícil encontrar la llave, busco como siempre dentro de las copas de cristal del otro mueble marrón que siempre estaba con llave. Pero la llave siempre se encontraba dentro de la cajita de porcelana en la mesita ratona. La abuela Ana se destacaba por tener llaves para todo y por todo, en realidad le encantaban los secretos y cada vez que Laura se quedaba a dormir en la casa, ella le contaba la historia de la llave mágica que abría todas las puertas pero solo las personas buenas podían recibirla algún día y encontrar el paraíso.
Pero volviendo a Laura ese martes caluroso de marzo le fue difícil encontrar la llave, busco en los lugares usuales hasta terminar pensando en los atípicos. Así fue como termino buscando en uno de los armarios del altillo. Primero habría que encontrar la llave, donde la habría guardado esta vez la abuelita, pensaba. Altillo viene de altura, así que pensó que estaría en el marco de la puerta que sobresalía con disimulo. Busco una silla para poder treparse en el escondite perfecto de esa llave y no se equivoco. La llave pequeña con cordel dorado se encontraba allí. Al abrir la puerta, Laura sintió que sus rodillas temblequeaban, que escondería la abuela allí, tal vez ricos bombones de chocolate rellenos de Mouse o licores prohibidos de los cuales no podría consumir. Pero a sorpresa de Laura, esta encontró un armario lleno de sombreros. Sombreros con plumas, con perlas, con bouquet, de fiesta, de campo, de placer, de todas las formas, tamaños y color. Laura se quedo maravillada al abrir una por una las cajas encontrando sombreros tan hermosos. No sabía que la abuela los guardaba, porque nunca se los había mostrado.

Laura entretenida se había olvidado de encontrar la llave del armario de abajo, así que volvió acomodar las cajas para que la abuela no lo notara y al hacerlo sus pies en punta de pie perdieron el equilibrio y termino abalanzándose sobre las cajas de los sombreros. Provocando que una de ellas cayera con gran presión. Laura se apresuro a ver el contenido de la caja y descubrió al sacar el sombrero que este había sobrevivido a su caída. Ana al escuchar el ruido subió y encontró a la niña mirando el sombrero.
¿Que haces? – pregunto
Estoy mirando la tela del sombrero abuelita, ¡que tela mas bonita!- contesto Laura
Cuidado Laura con ese sombrero, son frágiles y ante el menor descuido se rompen, advirtió la abuela,
¡Pero que hacen aquí abuelita, nunca me habías contado de ellos!
La abuela se acerco a donde estaba su nieta, y agarro con delicadeza el sombrero de campo floreado de raso azul, que se había caído y al hacerlo un retazo perfecto cuadrado se deslizo hacia el piso sin que Ana lo viera. Laura, cada uno de ellos han sido guardados por tres generaciones y seguirán guardados en algún otro altillo por la familia. Los sombreros son preciados para mí. Ese sombrero lo uso tu bisabuela cuando su familia decidió venir a Argentina, la subieron a ella y a sus hermanos en un barco con un rumbo definido: nunca volver atrás. Ese sombrero refleja ese momento.
¡Que historia abuelita! No sabía que cada sombrero tenía una, pensé que los guardabas porque eran bonitos- dijo Laura
Claro que son bonitos, pero muchos lo son. Cada uno de estos sombreros cuentan un poco de mi historia, de quien soy, de donde vengo. Estos sombreros me hacen viajar por el tiempo, me hacen imaginar que soy mi madre en un baile de charlestón en los años 20 o que estoy en la boda de la tía Paula cuando era pequeña. Cada sombrero fue elegido por algo en particular.- le contesto Ana
¡Que interesante! A mi me encantaría poder coleccionar recuerdos como tu. ¿Pero que podría ser? No tengo tanto espacio para guardar sombreros.
En realidad Laura, los recuerdos siempre te acompañan en tu vida, lo importante es saber encontrar las llaves mágicas para que salgan a la luz, cualquier cosa pueda ser hasta lo que te parezca más insignificante. Hay gente que colecciona piedras, estampillas, dedales o hasta las cucharitas de te. Cada uno de esos objetos se convierten en grandes objetos porque tienen una historia que contar, es importante que guardes las historias nunca sabes a quien algún día se las vas a contar, como en este momento te las estoy contando a vos.
Gracias abuelita, que lindo escucharte. Como siempre en tus historias hay llaves mágicas, por tratar de encontrar la llave de los dulces termine encontrando el armario de los sombreros.
Pero la llave del armario no la guarde esta vez, esta abierto. Compre unos bombones rellenos que se que te gustarían. Pero antes de ir a comerlos, guardemos el sombrero.
¡Viva mi abuela Ana! ¡Viva los bombones! grito Laura.
Cuando estaban por apagar la luz del ático, Laura vio el cuadradito de tela floreado en el piso y lo agarro. ¡Abuelita mira lo que se ha caído!
Ana tomo al retazo entre sus manos y se lo devolvió a Laura. Te lo regalo, este cuadradito será tu primer recuerdo del día que descubriste los sombreros del ático de tu abuela.
A Laura se le redondearon los ojos de emoción, tenía su primer recuerdo contenido en un pedazo de tela, un retazo insignificante para otros pero para ella tan preciado como era ese. Los años pasaron, su abuela se despidió, pero Laura no dejaba de guardar retazos de su vida. Cada lugar, persona o situación importante en el que había conocido, había estado o vivido siempre le dejaba un retazo de tela. A veces de una cortina de un hotel, otras de la campera de ski, otras del vestido a lunares que llevaba el día que conoció a Tom.
Retazos que guardaba cariñosamente en cajas forradas de tela que se acomodaban en su placard, una tras otra sin volver atrás. En su cartera siempre llevaba una tijera pequeña para apropiarse de esos retazos cuando la vida no se los daba naturalmente. A veces un pañuelo encontraba por la calle luego de una gran emoción, o perdían un saco el mismo día que se graduó, cada acontecimiento mágicamente era acompañado por un retazo de tela que sin dudarlo tomaba. A veces la pescaron en actos de apropiación pero Laura siempre lograba salir airosa de la situación como si hubiera encontrado la llave mágica de su abuela que la rescataba cada vez.

Pero un día sin nada en particular, Lucas al cual había conocido una tarde de polo del cual le había quedado un retazo verde brillante de una bandera del equipo que gano, desapareció para ya nunca mas volver. Laura se quedo pensando en porque no se había despedido, en porque siempre se ocultaba, en porque no tenia un final la relación. Lo que habían vivido se podía resumir en ese cuadradito de tela, nada más que un recuerdo de una noche apasionante que se transformo en una historia de encuentros y desencuentros que estaban más cerca de la fantasía que de la realidad porque ninguno de los dos se conocía mucho. Pero entonces se dio cuenta que a veces los recuerdos se conforman solo de retazos.

Así fue como Laura agarro las cajas donde contenía su preciado tesoro y pensó que era hora de darle uso a sus recuerdos y se puso a trabajar. Después de varios días de separar, elegir, acomodar, y coser. Laura tuvo en sus manos un gran acolchado de retazos para su casa que la llenaba de emoción. Ya no quedarían guardados en cajas escondidas bajo llave sino que libremente contaría su historia a quien le interesara preguntar de donde venia por ejemplo ese cuadradito perfecto floreado de raso azul.

FIN