El jardín del alma – cuento

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EL JARDIN DEL ALMA

Había una vez, una niñita morochita, que se llamaba Florcita. Tenia ojos oscuros como la noche y  cuando se sentía feliz se sonrojaba. Un día se dio cuenta que era importante tener un jardín lleno de flores. Así fue como decidió empezar a imaginar las semillas que plantaría en él.

Primero delimito el espacio, era importante poner una cerca para saber lo que su jardín contenía diferenciándolo del afuera. Eligio madera roja para construirla. Luego eligió las semillas. Su instinto la condujo a las flores que le gustaban: las rosas rojas, las margaritas y los lyliums. Algunas, no fueron tan fáciles encontrar,  como los tulipanes, que  no se encontraban en su hábitat. Decidió plantar jazmines y hiedras para que el aroma y el verde llenaran todos los espacios.

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Luego de plantar todas las semillas que le gustaban, regó bien la tierra para que pudieran integrarse en ella y fue a ver a su mama. Su mama le recomendó que plantara helechos que duraban mucho tiempo y camelias blancas porque pondrían orden a tanto color. Florcita le dijo que a ella le gustaban las semillas que había plantado, de hecho le gustaban que fueran coloridas y desordenadas. Quería que plagaran todos los límites de su jardín. Pero como no quería desilusionar a su mama, acepto las nuevas semillas que ella le daba.

Al otro día, planto algunas de las semillas que la mama le había dado, otras se perdieron en el camino. Florcita no volvió a buscarlas porque sentía que no tenían nada que ver con el jardín que ella había elegido.

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Los días pasaron y empezó el invierno. Florcita se dio cuenta que necesitaba cuidar de sus semillas si querían que crecieran en la próxima primavera. Las regó, las protegió del viento, les saco las malezas que habían crecido sin su permiso. Día a día, la tierra requería de sus cuidados. Florcita se sentía cansada por tanto trabajo pero sabía que su jardín lo ameritaba. Soñaba en ver el resultado.

La primavera al fin llego. Florcita se levanto temprano para ver el resultado de tanto trabajo. Una mariposa le había ganado, revoloteaba sobre su jardín tan deseado. Disfrutaba del colorido logrado.  Las rosas, lyluim y margaritas habían crecido. Algunas semillas que  había plantado no crecieron en el lugar que ella había elegido. Otras que no quería tanto ocuparon mas espacio del que esperaba. ¡Se habían desparramado!

Así que no se había terminado el trabajo. Tuvo que sacar algunas plantas, cambiar de lugar otras, sacar las malezas que crecían en lugares que ni le daba importancia. También descubrió que algunas semillas que realmente le gustaban se había olvidado de plantarlas, y otras que no había prendido dado que se había olvidado de cuidarlas.  A Florcita le dio vergüenza mostrar su jardín. Había tantas flores coloridas y desordenadas a la vez que pensaba en que pensarían los otros de su jardín extravagante.

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En general los jardines de sus otras amiguitas tenían cartelitos que explicaban la semilla que había plantado, cada planta se extendía solo 15 centímetros, todo había sido estudiado en relación a las condiciones climáticas, a la fertilidad de la tierra y al área en la que se plantaba.

Volvió a pasar el invierno, la primavera, el verano y el otoño y de nuevo comenzo. Florcita no dejaba de cuidar de sus plantas. ¡Cada año era una sorpresa ver el resultado de su jardín! Algunas flores se marchitaban y no volvían a crecer en la próxima temporada. En algunos casos el aroma se perdía entre tantas flores.  Las flores les mostraban la paciencia que se necesita para conseguir buenos resultados.

Pasaron unos cuantos años, hasta que un día, Florcita se dio cuenta de que su jardín era único y eso lo hacia especial. Recién pudo disfrutar de su jardín como ella esperaba. Decidió que era momento de devolverle las  semillas ya convertidas en plantas a su mama. Las hizo crecer en su jardín por temor a que su mama no la quisiera si no las plantaba, pero había crecido y entendió que no pegaban en él. ¡Era hora de devolvérselas para que las volviera a plantar en su propio jardín! Su mama de dio cuenta que su niña ya había crecido y era necesario que eligiera por si misma las semillas que necesitaba.

Florcita, comprendió que era importante que reinara la armonía y el equilibrio entre sus flores, para que el color, aroma y forma le dieran la tranquilidad y felicidad que ella deseaba. Las flores de su jardín no solo plagaron los límites de la cerca, su aroma y color hizo que Florcita las recogiera para decorar su casa y también poder compartirlas con las personas que quería.

Muchas semillas pueden llegarte. Entre muchas semillas podes elegir, pero solo tu interior, no tu razón pueden indicarte o señalarte cual es la mejor opción para ti.

Siembra en tu jardín interno, tu alma, semillas que te representen, que te gusten sin saber bien porque. Cuando crezcan y se conviertan en flor, en lo que venís a hacer, tendrás todas tus respuestas.

FIN

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SEMILLAS DE VIDA – Reflexión

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El alma es como un jardín interno que requiere de cuidados. Es un jardín que solo se ve si quiere ser mostrado. Solo cuando uno es orgulloso de lo que planto o germino lo muestra al exterior. De esta forma la selección de semillas es de suma importancia. A partir de lo que uno decida plantar tendrá más o menos variedad de flores. Así como uno se puede llenar de margaritas, rosas y lylium, o tan solo helechos, son los sentimientos que uno puede albergar dentro de su alma. De esta forma ningún jardín puede ser igual que otro, ya que uno decide que plantar y a partir de allí lo que crecerá es el resultado de una conjunción de factores que hacen a la vida.

En la niñez uno aprende a elegir las semillas que uno quiere plantar a lo largo de su vida. El instinto es la fuerza conductora de la selección. Una conjunción de intuición e inocencia son los generadores de las decisiones. Uno no sabe bien porque prefiere ser una cosa mas que otra, le gusta eso pero no aquello. La razón es una palabra que todavía no tiene sentido ni significado.
A partir de los doce años uno decide plantar las semillas, para ello a veces escucha los consejos de los adultos cercanos que provocan muchas veces que no todas las semillas elegidas sean plantadas o que se agreguen semillas del genero de esos adultos y no las propiamente seleccionadas.
A partir de los veinte años uno comienza a cuidar su jardín, se da cuenta que algunas semillas germinaron mas rápido que otras, que algunas nunca nacieron, y que otras con mucho cuidado podrán nacer. Hay que sacar las malezas que a veces interfieren en el crecimiento de las semillas o impiden ver la especie elegida.
A los treinta uno comienza a cosechar lo que sembró. Allí descubre que en la variedad de especies esta la riqueza, que muchas semillas que de niño eligió crecieron con más fuerzas que las que decidió en la adolescencia por escuchar a sus padres. También descubre que cuanta más dedicación hubo en el cuidado de las semillas mejores resultados obtuvo. Que muchas semillas conviven en el mismo espacio y que hasta la menos apta puede crecer en el terreno seleccionado.
A los cuarenta uno muestra las plantas que ha cosechado sin problema. A veces se acuerda que planto otras especies y que no han germinado y decide volver a plantar. Todavía hay tiempo para cosechar.
Las personas que logran conectarse con sus almas llegan a viejos con semillas para poder regalar a otros. Miran adentro y su jardín esta lleno de especies y afuera han logrado contagiarlo.