El odio, el enojo o resentimiento hacia personas que han formaron parte de nuestra vida, nos consume hermosa energía psíquica que no podemos usar para otras actividades o para rearmar nuestro presente y futuro.
Es común que tras separaciones o rupturas, las personas se queden enganchadas desde la bronca o resentimiento. Más allá de que existan razones válidas para ciertos enojos, e independientemente de que, en un primer momento, esos “enconos” puedan ser condición necesaria para comenzar un proceso de ruptura y encarar un duelo vincular; si nos quedamos en esa baldosa, la mente nos consume, termina siendo vampírica la cosa, nos consume, nos saca; nos chupa vitalidad y nos priva de poder volver la página y rearmar nuestra existencia.