El odio, el enojo o resentimiento hacia personas que han formaron parte de nuestra vida, nos consume hermosa energía psíquica que no podemos usar para otras actividades o para rearmar nuestro presente y futuro.
Es común que tras separaciones o rupturas, las personas se queden enganchadas desde la bronca o resentimiento. Más allá de que existan razones válidas para ciertos enojos, e independientemente de que, en un primer momento, esos “enconos” puedan ser condición necesaria para comenzar un proceso de ruptura y encarar un duelo vincular; si nos quedamos en esa baldosa, la mente nos consume, termina siendo vampírica la cosa, nos consume, nos saca; nos chupa vitalidad y nos priva de poder volver la página y rearmar nuestra existencia.
En el territorio del amor, toda ruptura o separación es dificil (haya sido bueno o malo el vínculo) y ni hablar si hay hijos. Pero nos queda el arte de la ética, el de hacer una autoevaluación sobre el cómo hemos actuado nosotros… con ese otro. Las pasiones negativas (el odio, la envidia, los celos etc) son “estados del alma” que los seres humanos tenemos, es así. Pero tenemos que ser astutos, ponernos más allá de esas tendencias que tienden a gobernarnos y tratar de debilitar esos “estados” y así poder rearmar la vida amorosa.
Hay hombres y mujeres que aman a varias personas a lo largo de su vida, y hasta tienen hijos con distintas parejas; otros la viven sólo con una persona, son formas, todas válidas. No gastemos energía en enojos neuróticos, son balas perdidas: pongámosla en “el arte de rearmar otra vida” habiendo aprendido de nuestra experiencia. Hay que transitar el dolor, no apurarse si: pero con odios y rencores muy activos no podemos encarar ni siquiera el dolor, hablo de un dolor sano, productivo, que nos lleve a un aprendizaje. Hoy solo quería acercarles esta pequeña reflexión, esta semana en el consultorio vi y trabajé mucho este tema. Quedémonos en el pasado para aprender de él, no para empantanar nuestro presente.
* Infobae no se responsabiliza por las opiniones vertidas por los columnistas, como así tampoco por el contenido de las publicaciones.