A Bukowski le gustaba la cerveza; A Kerouac, la Margarita; a Truman Capote, los martinis y El Destornillador; a Hemingway, El Mojito (sobre todo durante su estadía en Cuba); a Burroughs, el “América Libre” (bebida cola con vodka, que inventó él como una ironía al “Cuba libre”); a F. Scott Fitzgerald el gin; a William Faulkner el Mint Julep (una combinación de whisky, menta, azúcar y hielo), entre otros.
Los escritores y el alcohol siempre han estado relacionados de algún modo. En algunos casos, de forma extrema, como el de Dylan Thomas, que padeció el alcoholismo durante gran parte de su vida.
En distintas ocasiones, algunos bares (White Horse Tavern, Harry’s New York Bar, Davy Byrnes, etc.) han sido el refugio de los más reconocidos escritores. Quizás porque, por alguna extraña razón, el alcohol y la literatura estén ligados de algún modo, tal vez sea cierto que la literatura esté ligada a todo, es que las librerías ya no sólo venden libros, sino café, comida y también alcohol.
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