El último restaurador de arte sacro

Hay cosas que ya nadie observa. Modos de vida que durante generaciones se han transmitido de padres a hijos.

Unas de las víctimas colaterales de la tecnología “aplicada” a la religión son los restauradores de arte sacro, desplazados por los “rosarios electrónicos”, pantallas que proyectan imágenes de Jesús en el Calvario y otras creaciones electrónicas que introducen en los rituales un carácter efímero, plástico, desechable. Aunque se trata de artesanos en vías de extinción hay todavía algunos que buscan imponerse a lo inevitable. Uno de ellos es Mario Antonio Hernández Escamilla, un escultor con 57 años de experiencia que tiene su taller sobre avenida Chapultepec, en la colonia Juárez. Un lugar casi olvidado, como su oficio.

Su rostro serio y cansado magnifican el desprecio que siente hacia las instituciones que, reclama, nunca lo quisieron incluir: “Mi familia tiene una historia de 203 años de trabajar para la Iglesia católica, sin embargo, ahora ya no le interesa mandar a hacer esculturas o restaurarlas; ya no les interesa en absoluto”, añade en un tono pausado, agotado, mientras sus ojos se desplazan por el taller que heredó de su padre cuando era pequeño y que todos los días abre en espera de que le caigan clientes “que cada vez son menos, a veces ya no viene nadie”.

Entre capas de polvo, las imágenes de vírgenes y cristos que aún no pierden la esperanza de que les llegue su turno de reparación, son testigos de la paciencia aletargada de Hernández Escamilla que no deja de mirar hacia la calle donde ciclistas, peatones y microbuseros rompen el silencio del interior del taller. Una larga mesa contiene niños Dios, crucifijos, deidades cristianas mutiladas por los golpes o el paso del tiempo.

Fuma un cigarro, dos. En la radio se escucha la voz de un conductor de música de los años 40. El canto de los Tres Ases, Libertad Lamarque y Pedro Vargas se escabulle por las decenas de piezas apiladas sobre mesas, el piso, anaqueles. Parece que ya no cabe otra más. En sus manos, el restaurador conserva las huellas de las heridas que se ha hecho durante su trabajo. Las marcas de una pintura aferrada a la piel. Enciende otro cigarro y comenta: “Mi padre estudió en la Academia de San Carlos. Yo no asistí a una escuela oficial porque él me enseñó todo: anatomía, dibujo, diseño, escultura, talla, etcétera”.

Con él se acaban 12 generaciones de restauradores de arte sacro.

Su tatarabuelo, Margarito Hernández comenzó con el oficio y se fue heredando de padre a hijo desde hace dos siglos, sólo que esta vez ya no habrá aprendices. El taller que tiene 73 años en el mismo lugar cerrará algún día de forma definitiva en el abandono, sólo quedará el recuerdo de una dinastía de artesanos “dedicados a servirle a Dios”. ¿No ha buscado a alguien que continúe con la tradición de su familia? En primera no tengo tiempo; debo trabajar todos los días para vivir. En segundo, ya no me interesa. En cierta forma es mi venganza. Si la gente no me ha tomado en cuenta, ¿porqué debo yo tomarla en cuenta? Quizá sea egoísta, pero no le veo sentido. Mi mayor ilusión fue enseñarle a alguien, pero si esto ya no sucede, pues que muera todo entonces.

Nostradamus bolea zapatos en la ciudad de México

¿Se imaginan a Nostradamus en los barrios más cutres de la ciudad de México boleando los zapatos de los transeúntes? Yo tampoco, hasta que una voz salió del rincón de un muro art decó que decía: “Te boleo los zapatos por 15 pesos y te leo la suerte gratis”, dice en tono alto una voz barrial que se expande por la calle ruidosa. Un hombre delgado con ojos claros como de tigre se clavan en las páginas de un rotativo de nota roja mientras la gente pasa a su lado y lo escucha sin detenerse. Su caja de boleo está adornada con unos pequeños retratos enmicados de personas que aparecen con manchas de colores fluorecentes alrededor de sus rostros para darles un ambiente parapsicológico, como esos donde se ejemplifica el aspecto del aura.

“Treinta mujeres en el comedor de Kímica Nohóltl me preguntaron que cómo quería llamarme y les respondí que Lustradamus, porque le lustro el calzado y te leo el futuro”, agrega en tono sonriente mientras acomoda a su clienta con botas de punk. Levanta el pantalón para no ensuciarlo y comienza a limpiarlos del polvo con un cepillo. Su nombre “cósmico” hace evidente referencia a Michel de Nôtre-Dame, conocido como Nostradamus, famoso astrólogo provenzal que vivió entre 1503 y 1566 y que es citado hasta ahora por su obra “Las verdaderas centurias astrológicas y profecías” publicada en 1555.

Una pregunta del tamaño de la inabarcable NeoTenochtitlan sería ¿Lustradamus es el único bolero de la ciudad que lee el aura, pasado, presente y futuro de sus clientes? ¿Todo por el mismo boleto?

Cuatro días antes de la elección del Papa pronosticó que el pontífice sería “trigueño y de mente traviesa” (según un texto que reparte a cada uno de los que llega con él a darse bola) así como que en la ciudad de México habrá un fuerte sismo oscilatorio de 7.7 grados que dejará muchos daños este año y la erupción del Popocatépetl. “A mí me dicen el azote de los adivinos; he enfrentado al Brujo Mayor que en todas sus predicciones se equivoca; yo ya me salgo de mi cuerpo para reunirme con Seres Superiores”, presume Lustradamus a la vez que no deja de atender el calzado alto de su clienta a la que ahora le pregunta:

-¿Quieres que te diga de qué color es tu aura?

-Sí

Luego de cerrar los ojos alrededor de 10 segundos y sin abrirlos describe: “Es amarilla y roja, lo que manifiesta que eres una mujer muy sensible, te entregas a los demás, te gusta ayudarlos y tienes muchas reencarnaciones en esta vida. Tienes a una mujer que ye ha ayudado a salir de los problemas más fuertes”.

-¿Una mujer?, ¿Quién? -dice ella con sorpresa.

-Sí, ella”, explica y señala hacia hacia su izquierda, a una parte donde sólo se ve una cortina oxidada de un comercio. La chica voltea, pero no ve nada. Son los personajes de la metrópoli. “Desde los cinco años tengo esta capacidad para ver los seres del mundo metafísico. Toda mi vida me la ha pasado boleando en diferentes partes de la ciudad. Si quieren verte busquen en Youtube donde tengo 10 videos. Sólo les quiero decir que el planeta se inclinará más. Vendrán más sequías, aguaceros, tsunamis, etcétera.

Ah, vean sólo las virtudes de sus seres queridos”.

En el poliedro de la vida cotidiana unos buscan encarar el presente con la ayuda de brujos, hechiceros, chamanes, tarotistas, sacerdotes y demás integrantes de la vida mágica. Unos llegan a esa esfera sin querer, cuando Lustradamus en lugar de extenderles un periódico para repetir el ritual autista de la boleada les dice que viene y va al mundo los espíritus. Así es la ciudad. Un laberinto con pasajes secretos y personajes que sobrepasan la ciencia ficción.

Acupuntura Urbana en el barrio de La Merced

La ciudad es una constelación de pulsos donde uno puede sentirse más vivo, no hay muchos y por lo que refieren cronistas que recorren la metrópoli ellos son los que te encuentran, no viceversa. Esa es la relación espacio-emociones que todo el tiempo buscan los fotógrafos, historiadores y escritores de la urbe, pero también les funcionó al colectivo Somos Mexas para localizar su centro de operaciones artísticas en la calle Topacio 25, en La Merced, en una abandonada fábrica de cubrebocas que se mudó a otro lugar luego de la epidemia de influenza en la capital mexicana.

ATEA (Arte/Taller/Estudio/Arquitectura) es más que una sala de exposiciones de piezas de arte, más que una serie de talleres de serigrafía, restauración de bicicletas, diseño textil, pues se trata de un proyecto de acupuntura urbana que busca transformar su entorno, el mundo de sus vecinos que pasan a toda prisa con diablos cargados de mercancía o de compradores que acuden a La Merced para surtirse de productos.

El ambiente que los rodea está lleno de inmuebles históricos catalogados, vecindades, la calle San Pablo y sus sexoservidoras mascando chicle a cualquier hora del día mientras los transeúntes las observan con morbo. Ese es el pulso de este barrio de la ciudad. Su pulso se encuentra en el primer piso de un estacionamiento público intervenido por grafitis a espalda del viejo Templo de San Pablo.

De acuerdo con Diccionario Nuestro Lugar-Mis Palabras, en La Merced, la palabra barrio significa: “Se está perdiendo el significado”, bueno, ya también no lo respetan, y antes decían: “No, donde te metas en mi barrio, lo que quieras por allá, adelante, pero mi barrio lo respetas”. Eso es caminar entre la muchedumbre, en vías angostas donde las mujeres se rizan las pestañas y se planchan las cejas en la calle Alhóndiga, una especie de salón de belleza masivo de todos los días. Entre diseños de uñas de acrílico nuevas, cabello postizo azul, verde o rojo, junto a la Santa Muerte, cantinas viejas, puestos de gorditas. El pulso.

Héctor López, uno de los cinco creadores del colectivo Somos Mexas, dice que uno de los objetivos de su trabajo es la transformación del entorno sin recurrir a evangelizar sobre los beneficios del arte; la gente se acerca sola. La palabra mexas se usa en la frontera para llamar con descalificativo a los mexicanos, pero la empleamos para darle la vuelta de tuerca a su significado, explica desde la azotea de ATEA donde se tiene una vista de la zona oriente y donde se realizan conciertos y proyección de películas.

Encontrar “arte” en las zonas más cool de la ciudad no tiene ya nada de relevante, lo interesante es encontrar apuestas arriesgadas en barrios donde lo único que prolifera es el comercio, la desintegración social, asaltos, diableros llevando sus enormes cargas entre calles angostas del que fue en otro tiempo el centro comercial más importante del Distrito Federal conectado con Xochimilco y Milpa Alta a través de canales.

El colectivo lo conforman Jesús López, Víctor Acoltzi, Héctor López, Yareth Silva y Gabriela Sisniega, aunque ya se sumaron cuatro más a la plantilla. Si la acupuntura urbana busca generar nuevos discursos narrativos en zonas donde el pulso de la ciudad tiene otra anatomía, entonces ellos comienzan a introducir metáforas y máquinas de recuperación de la memoria en una de las partes más abandonadas de la Tenochtitlan.

@urbanitas

 

 

 

 

Cosmópolis, un acercamiento a la [neo]esclavitud

¿Ya vieron la reciente película de David Cronenberg? Si aún no lo han hecho aprovecho para realizar unos comentarios sobre dos escenas en donde se habla acerca del cipercapital, dinero, arte, industria y Dios.

 

UNO

“El dinero crea el tiempo”, explica Vija Kinski, jefa de teorías, a su jefe Eric Packer, un omnívoro financiero que ha perdido su fortuna en unas operaciones bursátiles, en la adaptación que hizo Cronenberg a la novela “Cosmópolis”, de Don DeLillo. “El dinero crea al tiempo; solía ser al revés. La gente dejó de pensar en la eternidad y comenzó a concentrarse en horas. Es cibercapital que ha creado el futuro”, continúa Kinski, mientras los dos se transportan en una la limosina blanca en medio de una protesta de una sociedad que usa las ratas como moneda.

 

A los humanos les han robado el presente. Las marchas y protestas entonces, desde esta óptica, no son más que “una fantasía generada por el mercado. No existen fuera del mercado”, según la reflexión de DeLillo transportada al cine por Cronenberg. El cibercapital demanda la destrucción sistemática del ahora para que exista el futuro en detrimento de sus víctimas. La limosina se desplaza por Nueva York, aunque bien puede ser cualquier otra megalópolis. Ya no existen los lugares sagrados, la “textura de la vida cotidiana” es mercancía, ceros y unos.

 

DOS 

En otra conversación, Eric aborda el tema del cibercapital y el arte, Dios y capital, cuando le pide a Didi Fancher, su consultora artística, que haga una oferta para comprar completa la capilla Rothko con sus “14 o 15 cuadros”. Marcus Rothkowitz (Letonia, 1903-NY, 1970) más conocido como Mark Rothko fue un artista que quiso pintar a Dios, al final se suicidó; sus últimos cuadros revelan la paleta de su estado de ánimo. La conversación que sostienen es esta:

 

— Hay un Rothko, propiedad privada, del que tengo conocimiento privilegiado. Está a punto de resultar disponible.
―Y tú lo has visto.
— Hace tres o cuatro años, sí. Es luminoso.
—¿Y la Capilla?
—¿Qué pasa con la Capilla?
— He estado pensando en la Capilla.
—No puedes comprar la maldita Capilla.
—¿Cómo lo sabes? Contacta con los directores.
— Creí que te iba a entusiasmar lo del cuadro. Y que cuadro. Tú no tienes un Rothko importante. Siempre habías querido uno. Es algo de lo que hemos hablado.
—¿Cuántos cuadros hay en su Capilla?
—No lo sé. Catorce o 15.
— Si me venden la Capilla, la mantendré intacta. Díselo.
—¿Intacta? ¿Dónde?
— En mi vivienda. Hay espacio suficiente. Puedo disponer de más espacio.
— Pero tendrá que estar abierta a las visitas.
— Para eso tendrán que comprarla. A ver si mejoran mi oferta.
— Perdona que te lo diga, pero la Capilla de Rothko es propiedad del mundo entero.
— Si la compro yo, es de mi propiedad.

 

Los límites de la Cosmopolis son más administrativos que geográficos. Desde UR, la primer ciudad, se conoce que el hacinamiento causa daños en la membrana mental de los miembros de la sociedad que se proyecta en la forma cómo construyen y destruyen al mundo. Algunos especialistas han señalado que la televisión fracasó en su intento de unificar los modos de percepción, aunque el ensayo continúa ahora a través de las redes sociales. “La gente dejó de pensar en la eternidad y comenzó a concentrarse en horas”, en minuto a minuto. Total, tenemos Wi-Fi, muchos lugares para gastar el crédito de las tarjetas bancarias y escasa vida interior porque el Homo Online no la necesita.

 

 

 

iPhonografía

 

 

La ciudad de México cabe en un teléfono celular, o mejor dicho, los smartphones capturan fragmentos visuales al Distrito Federal y los exhiben como trofeos en las redes sociales. Jacob Bañuelos (@jacobisrael), director de la maestría en Comunicación del Tecnológico de Monterrey campus Ciudad de México, y uno de los teóricos sobre la iPhonografía defiende que este celular inteligente vino a cambiar nuestra forma de entender la fotografía, gracias a las cientos de aplicaciones especiales el aparato de Apple, ya que su plataforma hace que no sólo sea una simple cámara sino un laboratorio móvil.

 

La iPhonografia es el “arte” de sacar fotos con el iPhone y modificarlas sólo con las aplicaciones del teléfono; esto se puede lograr, de momento, sólo con este smartphone ya que otros no cuentan con la tecnología ni aplicaciones para igualar la calidad de los registros de este celular. En estos momentos se encuentra en proceso la construcción de un mapa visual de la ciudad de México que se almacena y se difunde a través de las redes sociales como Instagram o Flickr. Cientos de personas se han sumado a la iPhonografia y salen a fotografiar calles, edificios y personas.

 

Señala Bañuelos, quien además está a punto de sacar su libro sobre la iPhotografía que ahora el teléfono inteligente ya es una prótesis del cuerpo humano, nuestra conexión con el mundo físico y virtual; una brújula que, gracias a sus cámaras, vuelve más disfrutable la ciudad, porque nos reencontramos con ese universo de concreto, de ruidos, personas y vehículos que antes nos parecían ajenos, difusos y poco interesantes. De acuerdo con el teórico de la iPhonografia no falta mucho para que veamos en el Distrito Federal a personas que se implanten un iPhone en la cabeza, como ya sucedió con Waafa Bilal, un profesor de la Universidad de Nueva York que se hizo instalar una cámara en la parte posterior de la cabeza.

 

Si bien es cierto que Google Earth ha logrado capturar a toda la ciudad de México con un software, no ha logrado completar el mapamundi ya que sus imágenes son planas, sin emoción y sin detalle, pues como dice Susan Sontag, la verdadera fotografía está en los pequeños fragmentos de realidad.