76. El cornudo

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Parece un chiste, pero todos los años, el domingo más cercano al 11 de noviembre se conmemora el día del cornudo. Una celebración nacida en un pueblo italiano de unos 200 habitantes llamado Rocca Canterano, donde cada año se celebra la Festa dei Cornuti. El evento consiste en homenajear a San Martín, obispo de Tours y patrón de todos aquellos a quien su pareja ha engañado en un momento de sus vidas. Preside el sencillo homenaje un personaje al que llaman el “gran cornudo del año”, que lleva en su cabeza unos cuernos prominentes simbolizando la infidelidad. Mientras tanto, en los alrededores, suena música medieval y varios juglares cuentan historias sobre hombres engañados y desdichados. En el Imperio Romano, cuando el guerrero se ausentaba por largos periodos; a su regreso, le regalaban un par de enormes cuernos rodeados de monedas y, en muchos casos, con la noticia de que en su ausencia, sus esposas habían incursionado en nuevos amores.

Hace unos días, Guillermo Piro, en su columna dominical publicó en artículo llamado “El lector como cornudo” donde arranca con la analogía que Walter Benjamin hace entre los libros y las prostitutas y se propone indagar sobre la relación entre el lector y el cornudo. Cita “Jerarquía de cornudos” de Charles Fourier que despliega ochenta categorías de los sufrientes por las guampas, entre ellos el cornudo propagandista, el impasible y el abanderado. Eso me llevó a pensar que el avance de los siglos va naturalizando cada vez más el concepto. Años atrás ser cornudo era sinónimo de humillación y vergüenza, sobre todo en aquellos hombres que “zarpados de buenos” se enteraban últimos de su prominencia.

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Los cuernos siempre se piensan o se sufren desde el campo neurótico de cada quién. Y hay dos formas: a) Como causa y b) Como consecuencia. En la primera el cornudo entiende que, ante la aparición de un tercero, se desata una turbulencia amorosa imposible de frenar definida por el afectado como repentina, abrupta e inesperada. Culpa al otro de desencadenar la hecatombe como si su pareja fuera una pobre víctima de los encantos del susodicho. Tiene la fantasía que si ese maldito tercero no hubiese aparecido todo estaría como entonces y ese vínculo, tan envidiado por todos sus amigos, no correría peligro. El cornudo tipo “a” cree que, cuando el tercero desaparece, desaparecen todos los fantasmas de ruptura y que la tierra se va acomodando debajo de la alfombra como quien se oculta del sol. Adopta una conducta paternalista frente a ella tratando de cuidarla, cargoseándola cada vez más sin saber que la cargoseada es una pala que va cavando tu propia fosa y que tu querida pareja no tiene otra cosa que hacer que soplarte dulcemente.

El cornudo tipo “b” entiende que el tercero aparece como consecuencia de un malestar o de un funcionamiento inadecuado de ese vínculo. Algo huele mal y en lugar de ponerlo en palabras, se pone en acto a través de un tercero. Los terceros aparecen cuando fallan los segundos… los minutos y las horas. Generalmente cuando el hombre es infiel lo hace disociadamente del vínculo amoroso, en cambio la mujer, en la mayoría de los casos, es infiel cuando ya no le pasa nada con el hombre que tiene al lado. De todos modos el siglo XXI redefine año tras año la subjetividad (corna)mental. Cuando en “La infidelidad la define el otro” decíamos que es el cornudo el que le agrega o quita tragedia al acontecimiento nos referíamos a que la infidelidad se compone de dos dialectos diferentes donde, mientras uno explica una cosa, el otro decodifica otra; y que en el 80% de los casos los cuernos no separan a nadie, cuando una relación llega a su fin no es porque uno de los dos eligió a otra persona, ya que los cuernos son consecuencia pero nunca causa.

Los tipos “a” proyectan en el otro el no quererse a sí mismos, los tipos “b” se hacen cargo del “entre”, entendiendo que el problema se da en esa intersección vincular y no en los extremos empobrecidos de una relación. Cuando decimos que “el qué dirán” comienza en los propios dichos, nos estamos refiriendo al temor a ser descubiertos en ese punto exacto donde el que falla es uno mismo, consigo mismo.

Ser cornudo es una consecuencia de no ser deseado y en tal caso el dolor duele en la exclusión y no en la preferencia que el otro, de una forma u otra, nos hizo saber. Por lo demás, siempre va a haber uno que la tenga más joven que vos.

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