91. Los nómades emocionales

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El nomadismo emocional utiliza corazones baqueteados como quien utiliza las piedras de un río, para cruzar del otro lado, aunque la otra orilla… pida más orillas… y más ríos. Para el nómade emocional ningún espacio es el espacio, son personas que pierden el tiempo buscando espacios en lugar de buscar espacios para pasar el tiempo. Critican al acostumbrado, podrían hablar pestes del pobre tipo que se aburguesó y levantar las banderas del no sometimiento a las zonas de permanencia.

El nómade emocional necesita cumplir un mandato el cual desconoce en forma consciente, intenta, en cada acto, una demostración ostentosa de que es una persona independiente de sus propias emociones. Tiene el impulso desmedido de demostrarse que puede solo y la autosuficiencia suele operar como un mecanismo de defensa ante un determinado dolor. No a todos nos duele lo mismo, el dolor es una llave deforme que se adapta a la cerradura moldeada por tu neurosis, por eso tu dolor nunca va a encajar en el mío, porque tiene otra lógica, otro modo de llorar. El dolor come de tu angustia; es como el perro del asado, cuando se acaban los huesos va en busca de otro asador.

Cuando el nómade emocional deambula de cuerpo en cuerpo y de corazón a corazón, lo hace por el miedo a “poder llegar” y, poder llegar, es saltar desde el presente para acurrucarse en el porvenir.  A diferencia del nómade, el reclamo del sedentario es por la no permanencia y la reiterada amenaza de huida de una persona que piensa que lo bueno siempre está sucediendo en otro lado.  Al nómade, el sedentario lo empobrece, por eso lo clava en una pizarra con la etiqueta de conformista. El nómade necesita adrenalina en el movimiento mismo y quiere arrancar al sedentario como quién te despierta violentamente de una siesta primaveral. El no terminar de comprometerse, le sirve para ampliar las puertas vaivenes de su laberinto, buscando siempre una nueva opción. Son personas que viven allá estando acá y que siempre llegan tarde a lo que piensan, a la vez piensan irracionalmente, las formas de no llegar.

Las personas que nomadizan sus sentimiento suelen ser muy seductoras, tienen catalogadas las sonrisas para cada ocasión y la forma de victimizarse cuando las papas queman. Suelen no despedirse del todo porque siempre, el retorno, es un modo de volver a lavar la ropa sucia.

nomadeEl vivir errante y sin domicilio emocional los define como nómades, y aunque para Heidegger el lenguaje sea el domicilio del ser,  uno siempre tiene que tener unas cuantas miguitas en el bolsillo para saber como volver a la cucha.

Cuando el hombre deja de deambular para iniciar un proyecto común, se supone que es porque encontró tierra fértil para anclar su pasado y trabajar para el futuro, es decir que encontró las herramientas correctas para ser el responsable del trazo de su propio horizonte.

Tanto el nómade como el sedentario sufren las dos caras de una misma moneda, ambos van tras un objetivo trazado por la neurosis actual. En uno, la llegada a un nuevo lugar que le sirva para demostrarse a sí mismo que puede reinventarse continuamente; y en el otro, buscar en la tierra uno modo de anclar de las fuertes tempestades del pasado. Al nómade lo persigue el pasado, mientras que al sedentario lo apura su futuro. Cuando en los ochenta, Deleuze y Guattari escribían “Mil mesetas” advertían dos tipos de territorios: el “espacio liso” entendido como un espacio sin organización, cambiante como el desierto o el mar, en el que “los puntos están subordinados al trayecto”, donde el trayecto es constitutivo del espacio mismo; y un “espacio estriado”, organizado y jerárquico, repartido “en intervalos determinados según cortes asignados”. En un caso, un terreno resbaladizo donde el compromiso emocional circula por una cancha de tejo electrónico y tu corazón va rebotando de banda en banda con el sólo objetivo de constatar si hay vida después del después. Y en el otro, la idea de circular por un territorio acanalado, con un objetivo definido y sin tantos desvíos.

El extremo es la desgracia del equilibrio, por eso, tal vez se trate de dejar de repetir situaciones conocidas, resueltas todas de la misma manera y tratar de adecuarse a las nuevas oportunidades con el solo objetivo de ser vos mismo el hacedor de tu propio fuego. Ni por allá, ni por allí… por acá.

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