Por qué queremos ser adolescentes por siempre

#MundoEnCrisis

Vivimos en un mundo más inestable. (Los que podemos) Tenemos infinitos caminos para elegir: hay muchas carreras para estudiar y trabajos en los que especializarse, y es relativamente sencillo hacerlo en cualquier parte del planeta.

Ya nadie nos marca el recorrido que debemos seguir, pero al mismo tiempo se espera que estemos preparados para todo. “El trabajo de hoy demanda flexibilidad, relocación, disponibilidad, cambios y ajustes continuos que hacen difícil la permanencia y la estabilidad”, cuenta Iván Rodríguez Pascual, sociólogo y decano de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Huelva, España, consultado por #MundoEnCrisis.

A la inseguridad que genera la combinación de demandas crecientes y certezas decrecientes se suma en los países centrales una economía en la que el trabajo escasea.

Así se explica el fenómeno de los mammoni en Italia: jóvenes de más de 30 años que siguen viviendo con sus padres y que son absolutamente dependientes de ellos económica y afectivamente.

Que no consigan un trabajo estable y bien remunerado como para pagarse un alquiler es una razón importante de esa situación, pero hay algo más. Frente a las dificultades generales del mundo contemporáneo, la casa paterna es una opción mucho más cómoda.

“Los jóvenes españoles no desean en absoluto cambiar de estudios ni de trabajo. Valoran por encima de todo la estabilidad en sus vidas, cosa por otra parte bastante lógica. Cuando las opciones rondan todas el subempleo, la precariedad o los trabajos rutinarios y descualificados. ¿Cuál es el atractivo de la flexibilidad?”, agrega Rodríguez Pascual.

 

¿Por qué se volvió tan cómoda la adolescencia?

Soltero en casa, de Tom Dey, muestra el absurdo de un hombre de 35 años que no quiere renunciar a las comodidades de vivir con sus padres, obligándolos a diseñar una estrategia para que se independice.

 

“Vivimos en sociedades familistas que generan un ámbito de sobreprotección clara para la juventud. A los jóvenes se les presta todo lo necesario para subsistir el tiempo que requieran para encontrar un empleo o casarse. ¿Quién quiere irse de un lugar donde es bienvenido?”.

Pero la familia no funciona ni funcionó siempre así. Primero porque en los sectores populares no pueden ofrecer esa contención, lo que obliga a los hijos a independizarse más tempranamente. Segundo porque hay muchos países que no aceptan semejante sobreprotección, donde no se concibe que la infancia sea una etapa “para pasarla bien”, y la familia tiene una función mucho más rígida: preparar a los niños para la vida adulta.

“Las culturas que tienen establecidos ritos de paso bien definidos entre la infancia y la adultez no conocen la adolescencia o la han reducido a su mínima expresión”.

“La adolescencia es, precisamente, el resultado de colocar ciertas cohortes de población en una situación contradictoria que niega, precisamente, el paso a la adultez: son casi adultos y medio niños, ni adultos, ni niños. Se los condena a lo que Paco Umbral, un célebre escritor español, define como ‘un proyecto de hombre que fracasa al final de cada día para renacer otra vez al día siguiente’. Una etapa de construcción que se prolonga artificialmente”.

 

Causas y consecuencias del ablande de la familia

 

Si la adolescencia se hizo más cómoda, es porque la familia se flexibilizó. Redujo su tamaño, las relaciones entre padre y madre se equilibraron, y los niños empezaron a tener cada vez más intimidad y libertades.

Al mismo tiempo, los padres ya no se sienten tan cómodos siendo rígidos con sus hijos y no les exigen que sean lo que ellos pretenden. Sólo se limitan a apoyarlos en el camino que elijan.

Esto tiene consecuencias. “Hoy es más difícil controlar a los jóvenes, ejercer un poder sobre ellos en el sentido de ser capaces de imponerles algo incluso en contra de su voluntad. La familia hoy es menos autoritaria”.

“Antes los jóvenes eran más controlables y sumisos, pero pagaban también un precio por ello: frustración, desencuentros generacionales, autoritarismo y menos conciencia democrática”.

“Los padres tienen que aprender a verse menos como la cúspide de una cadena de mando, y más como asesores y guías para sus hijos. Eso no significa que no disfruten de autoridad sobre ellos, pero es poco probable que sea ciega o esté basada en el miedo, como ocurría antes”.

El problema es que, al perder su lugar de autoridad, corren el riesgo de perder el rigor que muchas veces necesitan los jóvenes para saber qué hacer. Nadie aprende nada solo. Y si bien el sentido de responsabilidad y control sobre uno mismo que marca el pasaje hacia la adultez no se puede enseñar con un manual de texto, requiere de un ejercicio cotidiano de los padres, marcando límites al disfrute presente y mostrando que sin esfuerzo no es posible afrontar la vida.

Sin ese aprendizaje, lo más lógico sería no abandonar jamás la adolescencia.

 

En busca del Santo Grial

 

“La sociedad es consciente de su propio fracaso. A veces nuestra vida queda encajada en una cuadrícula cada vez más angosta de jornadas laborales explotadoras, formas institucionales que constriñen nuestra libertad, estrecheces económicas y otras miserias de la edad adulta”.

“Entonces, paradójicamente, volvemos la vista a ese momento en que, junto a otros que estaban en nuestra misma situación, nos sentíamos jóvenes y llenos de proyectos y de vitalidad. Supongo que esta es la razón de la adolescencia recuperada que muchos parecen vivir”.

El fenómeno de los adultos que tras años de trabajo y esfuerzo se sienten decepcionados con su vida y pretenden recuperar una adolescencia irresponsablemente feliz es cada vez más frecuente.

¿Pero por qué antes no pasaba? ¿Si nadie puede discutir que la vida adulta es casi siempre más difícil que la niñez? Las respuestas son muchas. Pero la principal es que antes la sociedad imponía sus mandatos de manera mucho más efectiva sobre las personas, que entonces aceptaban el lugar que les tocaba de manera mucho más pasiva, “porque las cosas así tenían que ser”.

En una sociedad que se fragmenta, los deseos y las frustraciones individuales están menos contenidos. Eso es enormemente positivo y liberador en muchos casos. Pero es un problema cuando esos anhelos nos llevan a desear lo imposible, como volver el tiempo atrás.