Era ese mismo verano en que habíamos intentado pasar unas vacaciones fabulosas, pagadas y además cobrando un dinerito como Guía en el campamento de pioneros de Tarará, pretensión que a los tres días quedó fulminantemente cegada por una expulsión que caería en nuestros expedientes acumulativos, intentamos limpiarlo o continuar con la diversión buscándonos nustro primer trabajo en serio.
Entré en el destacado puesto de “chico para todo”, con el Nene, gracias a la gestión de Orestes, que trabajaba en esa empresa, de producción de todo tipo de utensilios de aluminio para las FAR por segundo año consecutivo durante las vacaciones con un contrato temporal por quince días prorrogable a dos quincenas. Recibiríamos por el desempeño de la tarea 98 pesos cada uno. Aunque no precisaba en lo más mínimo el dinero de esa paga, sería un motivo para que los que habían empezado a recriminarme que había dejado los estudios, no pudiesen decir que tampoco trabajaba. La idea de conocer el terreno laboral me subyugó. Continuar leyendo