Mamá, papá, apaguen la computadora. Vos, mamá, dejá de chusmearme el Facebook creyendo que cada mina que “megustea” uno de mis comentarios va a ser tu futura nuera. Y vos, papá, dejá de buscar avisos clasificados en Internet, moviendo el mouse como si fueras un Neanderthal tratando de hacer fuego con dos palitos. Ya está, no doy más. Llegó la hora de confesar lo inconfesable: voy a contarles las cosas que fui capaz de hacer las veces que estuve desesperado por amor.
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Touch and stay
Yo soy reservado. Medio chapado a la antigua. Cada muestra de cariño o afecto que doy (sea un abrazo, un beso o algo más) lo considero como parte de un tesoro personal que sólo le otorgo a ciertas personas. Porque le doy un valor muy importante a eso, porque quiero que aquel momento compartido sea único y especial para el individuo que tengo frente a mí. Por lo cual, la verdad, nunca me sentí cómodo con esa modalidad del “touch and go”.
Mentime que me gusta
Yo no sé por qué, pero cuando uno se va de vacaciones, lejos de casa, siente cierta impunidad turística. Quizás sea porque tenés a tus viejos lejos y, de algún modo, te sentís más liberado o porque no conocés a nadie del lugar, pero uno termina animándose a hacer cosas que comúnmente no haría en su barrio. La cosa es que una noche estaba en un boliche y, junto a un amigo, decidimos hacernos los extranjeros, decidimos simular ser quienes no éramos, en fin, decidimos mentir para levantarnos chicas.
Estilos de seducción
Una noche nublada nos juntamos a cenar con mis amigos. El cielo estaba amenazante mal, pero nosotros teníamos ganas de hacer algo y recibimos uno de esos llamados milagrosos de Jesús. Como les decía, mi amigo Jesús (un flaco que me salvó de una borrachera descomunal en una de esas fiestas inolvidables que se olvidan completamente) nos llamó por teléfono y nos dijo que estaba en la casa de unas pibas que también tenían ganas de hacer algo pero que no sabían qué. Al toque, metimos una previa rabiosa y salimos volando para allá en un taxi que fue esquivando charcos de una garúa que, en pocos minutos, se transformó en el diluvio universal. Llegamos a la casa empapados pero con buena energía (alegres) y, al instante, nos dimos cuenta que la noche iba a morir entre esas cuatro paredes. Con mis amigos nos miramos y comprendimos que esa lluvia interminable era una sentencia: la noche dependía de nosotros.
Intensidades amorosas
Confieso que tengo el “te amo” fácil y estoy seguro que una de las mayores cuentas pendientes que aún conservo en mi vida es la de no saber manejar muy bien las intensidades amorosas. Quiero decir que, en verdad, creo que todo se trata de saber sincronizar el amperaje del amor. Esto es tener claro cuándo se debe ser intenso con alguien demandante, o cuándo ser distante con alguien independiente. Bueno, la cosa es que yo siempre fui a contrapelo de las personalidades de las minas con las que estuve, lo cual me otorgó un título con las mujeres que todavía no sé si es virtuoso o si evoca un defecto a tratar con mi psicólogo: siempre soy el anteúltimo hombre de sus vidas.
Levante 2.0
Un día me llega a mi casilla de mail una solicitud de esas redes sociales que sirven para generar contactos profesionales. La cosa es que me meto en el perfil del interesado y descubro con agrado que se trataba de una chica muy bonita. ¡No sabés el pedazo de currículum que tenía! ¡Y además se le asomaban un par de licenciaturas que parecían dos cabezas de universitario completo! Decidí buscarla en todas las redes sociales habidas y por haber. Quería saber más sobre ella, quería averiguar qué le gustaba, quería conocer sus inquietudes, sus sueños y añoranzas, y sobre todo, quería ver si estaba tan buena como su foto de perfil prometía. Fue ahí cuando me di cuenta que soy un stalker de profesión, que necesitaba ayuda psicológica urgente, pero, sobre todo, cuando comprendí que estaba a punto de meterme en una modalidad de seducción que nunca antes había experimentado: el levante 2.0.
La burguesía estética
No tengo nada en contra de la gente linda. Es más, estoy seguro que le hacen bien a la sociedad. Hay minas que están tan buenas que a veces siento que debería pagarles un impuesto sólo por mirarlas con cara de baboso. Incluso está demostrado científicamente que la belleza es sinónimo de salud. Cuando uno está bien físicamente eso se refleja en el cuerpo. Estamos todos más rozagantes, nos ponemos más simétricos, le pegamos con las dos piernas, posta. Lo que en verdad me hace pensar la gente linda es que forman parte de una burguesía estética. O sea que la vida de la gente linda es más simple. ¿Y por qué pienso esto? Bueno, básicamente porque creo que es mucho más fácil enamorarse de alguien lindo que de alguien feo.
La máquina que fabrica novias
Aunque nadie lo sepa, en mi casa existe una habitación secreta. Pocos la notan, pero cuando encarás por el pasillo que conduce a mi habitación, hay una puerta en el techo que te lleva a una especie de ático (la “baticueva”, la llama mi viejo). De chico, siempre pensé que mis padres guardaban ahí cosas que debían mantenerse en secreto: alguna documentación de la SIDE, pornografía, drogas, una momia, una momia drogada o hasta un quinto integrante de la familia vivo del cual se avergonzaban (creo que tengo que dejar de ver Los Simpsons). Pero no, resulta que mis papás son bastante aburridos y simplemente acumulan trastos viejos, zapatos de charol, figuritas de Italia 90, camperas de cuero que dejaron de usarse hace cuarenta años y una máquina Singer a la que le falta la aguja. Pero lo que nadie sabe es que yo, desde que descubrí ese extraño lugar, estoy llevando adelante el experimento más impresionante de los últimos tiempos: estoy construyendo una máquina que fabrica novias.
Cuidate vos
Tengo dos amigos que llevan sus vidas por carriles absolutamente diferentes. Uno se la pasa cuidándose, al otro le importa poco o nada todo. Uno es de esos que está todo el día tomando agua como si necesitase purificar su cuerpo continuamente. Además, procura comer toda clase de frutas y verduras y va todos los días al gimnasio o a correr. Todo sano, todo legal. Está claro que le tiene pánico a la muerte, al paso irremediable del tiempo, a volverse viejo. El gordo, no. El gordo sale todas las noches y va al laburo sin dormir. Come mal, siempre comida industrial. Tuvo toda su vida trabajos duros, con esfuerzo físico, peligrosos y con jornadas de más de doce horas. No hace nada de deportes, solo invierte su energía en levantarse minas. Nada más.
Justicia divina
Cuando junto a mis amigos nos ponemos a tratar de entender por qué razón estamos solos en este mundo, muchos caen en una especie de delirio místico con el cual logran calmar su ansiedad existencial. Yo lo llamo la “justicia divina”. Es algo así como que cuando se dan por vencidos de encontrarle una explicación racional a algo que no tiene explicaciones racionales como es que una mina se enganche o no con uno, dicen frases como “Yo sé que la mujer de mi vida ya nació, sólo tengo que esperar que aparezca”. Y yo, al instante pienso: “¿Qué? ¿De dónde sacaste esa mentira?”.