Love job

Soy un pésimo chamuyador. Si, ya sé, esto suena a chamuyo. Pero posta. No sé cómo iniciar una charla con una chica desconocida. A ver, quiero ser claro. Puedo decirle una frase inicial, pero si la mina no me tira un mínimo centro hago agua al instante. Tengo amigos que no, todo lo contrario. Siempre tienen temas de conversación con mujeres que no conocen y se la pasan hablando durante horas. ¿Cómo lo hacen? No lo sé. Pero además voy a confesar que tengo un problema peor: tengo tendencia a enamorarme de las chicas que son contratadas para agradarle a los hombres. O sea que me imagino formando una familia feliz con toda moza, empleada de negocio de ropa y promotora que me cruce en la vida. Es que mi viejo tiene razón: “No hay nada más lindo que una mujer linda”.

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Extraterrestres

Estábamos en la plaza. Había sido una cita hermosa. Nos contamos de principio a fin nuestras historias, nos reímos de los mismos chistes, incluso nos dimos cuenta que nuestras vidas tenían muchas más cosas en común de lo que creíamos. Pero a nuestro encuentro le faltaba algo. Eso que hace que las reglas de juego cambien para siempre. Al principio, mientras estaba entretenido descubriéndola, no me había dado cuenta qué era esa sensación incómoda que me recorría el cuerpo. No entendía de qué se trataba esa urgencia que me generaba aquella efervescencia en mi interior. Pero al final de la noche, cuando las velas estaban por extinguirse y el sol amenazaba con sentenciar el desalojo de la luna de aquel cielo estrellado, me di cuenta cuál era el motivo que me tenía tan nervioso: a nuestra cita ideal le había faltado tensión sexual.

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Un tesoro

Todos tenemos un tesoro para ofrecer. Un tesoro que está compuesto por esos defectos y virtudes que nos hacen únicos. Un tesoro que cada uno de nosotros conserva celosamente y que sólo entregamos a aquellas personas que lo saben valorar. A veces, uno no pretende recibir nada a cambio de la entrega de su tesoro. A veces, uno simplemente da, y encuentra en esa única acción el goce del intercambio. Pero otras, uno espera una devolución de la inversión que, muchas veces, termina no correspondiendo con nuestras expectativas. Es entonces cuando uno debe entender y aceptar que, quizás, el mapa de la búsqueda de nuestro tesoro está en las manos equivocadas.

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Tirando el mediomundo

El gordo le da a todas. Es como Messi, lo habilitás un metro y te la clava en el ángulo. Yo le digo que active un toque el firewire con las minas pero él está convencido que vino al mundo a regalar amor. Por eso vive en un permanente estado de hiperestesia del corazón. Todo lo siente, todo lo afecta, todo lo moviliza, todo lo hace sufrir, todo lo enamora. Cada chica que conoce cree que es el amor de su vida. “Nunca me pasó algo así con una mina”, es su frase de cabecera. Mis amigos le dicen que es un romántico, pero para mí es como un pac-man que le entra waka-waka sin asco al puntito, a la frutita o al fantasmita. Pero un día, al gordo no le quedó otra que empezar a aplicar el filtro.

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Tiempo al tiempo

Una noche veo en un boliche una chica que era igual a la pibita de Harry Potter. Obviamente estaba buenísima, por lo cual metí un par de meneos demoledores y me acerqué a ella. “Sos igual a Hermione”, le dije. “Y vos sos… pelado”, me contestó. Bien, pensé yo, ubicada en tiempo y espacio. La cosa es que después de un par de chamuyos baratos me pasó su face y al poco tiempo (esa misma madrugada después de un paty bajón) le mandé la solicitud de amistad. Yo no lo sabía todavía, pero pronto me iba a dar cuenta que pertenecíamos a dos momentos históricos diferentes. Continuar leyendo

Cerebro vs. Corazón

Toda la vida mis amigos me criticaron que en vez de estar buscando una chica para salir, estoy buscando a la futura madre de mis hijos. Es que cuando conozco a una mujer interesante me cuesta mucho manejar mis expectativas y la ansiedad me termina ganando por goleada. Al toque mi cabeza comienza a maquinar acerca de cómo sería mi futuro con ella, qué cara tendrían nuestros hijos, dónde viviríamos y reconozco que, muchas veces, me imagino corriendo con los brazos abiertos a su encuentro por una pradera florida y llena de colibríes volando a nuestro alrededor. Pero lo peor de todo es que esto me pasa después de la primera salida, numa’.

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Cerrado por duelo

“No somos nada”, me dijo mi amigo el Tano al ver la gran fila de hombres y mujeres que lloraban desconsolados frente al féretro. “Del polvo venimos y al polvo vamos”, le contesté yo acompañándolo en el sentimiento. “Estamos solos”, suspiró. “No estamos solos, estamos desencontrados”, lo corregí. Cuando a uno lo dejan se siente como una muerte en vida. A veces me resulta imposible entender cómo alguien que alguna vez juró amarnos, que compartió momentos tan importantes de su vida con nosotros, un buen día decide borrarnos de su historia para siempre. “Yo sigo preguntándome si ella piensa tanto en mí como yo pienso en ella. Si su vida cambió desde que nos conocimos o si sólo soy un mal recuerdo”, me dice el Tano con tristeza. “Es que al enamorarse uno piensa que ese amor es infinito y tiene un único dueño, pero también se puede amar infinitamente a otra persona”, dijo mi otro amigo Eros que se acercó a nosotros alisándose la corbata de seda negra con la que había asistido al funeral. Al instante, noté que al Tano se le pusieron los ojos vidriosos de bronca al escuchar sus palabras. Y yo estaba ahí, con la dualidad de mi naturaleza humana a flor de piel, batallando contra mis instintos, desdibujado en mis contradicciones en medio de un velatorio el día de los enamorados.

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Amores facturados

No entiendo cómo un tipo puede levantarse una mina en un boliche. Yo la verdad que no tengo idea cómo comportarme en esos lugares. A la gente le grito en el oído por la música al mango, me da asco todo el mundo bailando chivado, me tropiezo a cada rato por la ropa y las carteras que dejan en el piso, paso vergüenza con mi escueta y humilde humanidad al lado de enormes patovas, me angustia ver tipos que se duermen en un rincón o están quietos y en silencio con un trago en la mano durante toda la noche, me cruzo con flacos en musculosa, bermudas y ojotas, todo es muy raro.

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Cementerios de historias

Al principio todas las chicas son oportunidades. Uno las mira, les sonríe, les mete un chiste y, de a poco, va construyendo un plan de seducción. Ella te acepta una salida, vos te preparás para la noche, tenés algo de suerte y hasta, quizás, se ven durante algunas citas más. Pero es poco probable que el primer tiro libre que patees en tu vida vaya al ángulo, hasta Messi y Maradona erraron un penal (hoy estoy futbolísticamente muy metafórico). Y lo que sucede es que, con el paso del tiempo, comienzan a quedar huellas en muchos lados de amores no correspondidos, de relaciones fallidas, de historias que nunca fueron. Ahí es cuando te encontrás en medio de un gran cementerio amoroso en el que tu celular, Internet, tus amigos y hasta tu barrio, se encargan de recordarte periódicamente que todo, absolutamente todo, puede fallar.

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Un cuarto kilo de tramontana

Los sábados me cuestan. Es el día de la semana en que uno aprovecha para salir y, cuando estás soltero, muchas veces pasa que tus amigos tienen algún casamiento, cumpleaños, asado con compañeros del trabajo y es ahí cuando te das cuenta que estás realmente solo. Muchos sábados a la noche me quedo encerrado en mi casa pensando que son mucho más dolorosos que los domingos, porque si un sábado a las nueve de la noche no te estás preparando para salir, quiere decir que, probablemente, aquel día sólo te acompañará tu soledad, pero los domingos… los domingos están naturalmente destinados a la depresión (si hasta a Dios le pintó el bajón). Sin embargo, como la necesidad tiene cara de hereje y perfume de mujer, desarrollé una estrategia para estos días en los que intento apagar desesperadamente las brasas que hacen arder mi corazón. Un procedimiento tan sutil que ni al mismísimo Napoleón Bonaparte se le hubiese ocurrido imaginar: me compro un cuarto kilo de helado de tramontana y me miro una peli tirado como un cerdo en la cama.

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