Hasta siempre. Hasta mañana.

A quien corresponda:

Te escribo esta carta sin dirección en el sobre. Es que todavía no sé dónde vivís. Disculpá si no entendés el idioma porque, quién sabe, quizás ni hables español. Por ahí tu lengua es anglosajona, escribís con ideogramas, o quizás hasta ni sepas de qué planeta vienen estos signos extraños. No importa, no me preocupa. Estoy seguro que si sos vos la que estoy buscando nos vamos a entender con una simple mirada, incluso con el mismo silencio.

Perdoname que no te la entregue en mano. Es que todavía no sé cómo te ves. Te pararía por la calle, te sonreiría y, evitando cualquier gesto que corra el peligro de ser malinterpretado, me tomaría el atrevimiento de regalarte esta epístola personalmente. Si me preguntás, te digo que sos rubia de ojos celestes, aunque colorada con pecas y ojos verdes no te voy a decir que no. Tampoco me niego a una melena azabache o castaña acompañada de un buen par de ojos marrones. Te sonará extraño, pero pelada y con esa iris que cambia de color según el estado del tiempo te querría igual.

Espero que no tomes este acto de escribirte como un signo de cobardía. Yo sé que hablando se entiende la gente, pero no sería la primera vez que me pasa que al verte no me salen las palabras. Es que no sabés lo que siento adentro cuando estoy frente a vos. Es como un fuego acá adentro que no puedo controlar. El corazón me late a mil, el cerebro me manda cualquier señal. Me pongo algo tosco, tartamudeo, transpiro. Es muy fuerte. Ojalá que te pase lo mismo el día que estés frente a mí.

Este es el final de una historia, o el principio de otra. Aún no lo sé, pero estoy seguro que quiero descubrirlo. Siempre me rompe la cabeza pensar lo trascendental que es el amor. Nos hace elegir a una persona para que esté a nuestro lado. Una, de todas las que hay (y eso que somos bocha). Después eso puede cambiar, es verdad. Darse cuenta que no era la indicada duele mucho. Es que el precio que se paga por el desengaño es la tristeza. Qué le vas a hacer. Igual de todo se aprende. ¿Pero viste la plenitud que se siente cuando sentís que es? Uf… me encantaría vivir en ese estado todo el tiempo que pudiera.

Yo también pensé que después de una despedida jamás me iba a volver a enamorar, que nada iba a volver a ser como antes. Un poco de razón tenía. El nuevo amor nunca es igual al anterior. A veces es menos efusivo, menos apasionado, menos volador de peluca, pero a veces es mucho más que eso también. Si hay algo que me quedó de todo este loco asunto medio mágico que se da entre dos personas que se encuentran para toda la vida es que esta fuerza sobrevive al paso del tiempo, a las distancias e, incluso, a las personas. Amar siempre, absolutamente siempre, es posible. No te olvides de eso.

De todos modos, déjame aclararte de antemano que no soy perfecto. Eso está a la vista, pensarás, pero no, también tengo imperfecciones secretas que escondo bastante bien. Igual todos las tenemos. Hasta vos inclusive. Sí, aunque suene poco caballero te las veo desde acá nomás, sin conocerte siquiera. Pero te doy mi palabra de que voy a ayudarte a mejorar, a crecer, a ser feliz. Es que el amor no es un bien para atesorar. La cosa es abrirse, bajar el escudo, entregarse entero aunque el miedo de que te hagan pedazos te amenace todo el tiempo. Eso sí, yo lo hago con una condición: que vos también te entregues entera a mí para hacerme feliz.

Como no me gustan las despedidas (sobre todo si son el preámbulo de un nuevo comienzo), quiero decirte que, desde ya, será un gusto conocerte. Espero que no nos gane la ansiedad (aunque no queramos verlo ese encuentro puede darse o no, lo importante es no perder las esperanzas). Y si en el camino elegís y te equivocas, no te preocupes. De esto se trata la vida: de curar mil heridas y de volverse a lastimar.

Yo no creo que estemos solos, estamos perdidos, nomás. Con un poco de suerte quizás nos encontremos. Así que mejor aprovechemos la oportunidad de estar juntos que no hay peor pobreza que la soledad.

Hasta siempre.
Hasta mañana.

Yo

P.D.: Ah, una cosa. No pidas “más amor, por favor”. El amor no se mendiga.

Ahora sí…

Chau #SoySolo.
Hola #SoyYo.
FIN

La última chance

Cuando corté el teléfono sentí que se me venía el mundo abajo. Ese último “Chau”, era la frase final de una historia que le había dado sentido a muchas noches de insomnio. Porque pensaba que la había encontrado, que la búsqueda implacable había dado, por fin, su rédito tan deseado. Pero no, al cortarme el teléfono me lanzó al olvido una vez más. El gordo pasó por casa y salimos a recorrer el barrio. Me preguntó por qué estaba mal y yo le conté que acababa de terminar con esa chica de la que tanto le venía hablando. Que no podía entender cómo había pasado, pero que me cabía igual. Y, entonces, mi amigo me miró a los ojos y, con esa honestidad brutal que tiene la gente que te conoce en carne viva, me dijo: “¿Cuándo vas a hacer algo en tu vida sin pensar?”.

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Dos caras

Él quedó detonado después del asado con fernet que preparó para el cumple del negro. Ella invita a sus amigas al depto para comer una picadita. Él putea porque no le tocó el as que le faltaba para quedarse con toda la guita. Ella tiene bronca porque se le corrió la media nueva y ahora no le queda otra que pasar frío. Él se mete en el Face desde el celu a ver si pica alguna. Ella lo ve conectado y decide hablarle por primera vez. Él aprieta la pantalla con dedos doloridos de tanto chamuyo. Ella le dice que está aburrida y con una amiga. Él le pide al gordo que no lo deje tirado. Ella lo espera en el boliche en una hora. Él le dice a los pibes que “la parte en veinticinco”. Ella les dice a las chicas que es “re copado”. Él no lo puede creer. Ella está re contenta. Y esa noche se encuentran las dos caras de una misma moneda.

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Excusas

Que querés irte. Volvé.
Que la distancia. Vení.
Que no es el momento. Encontralo.
Que odiás tu trabajo. Renunciá.
Que apareció tu ex. Cortale.
Que te tenés que mudar. Acomodate.
Que rendís un parcial. Estudiá.
Que no bancás a tus viejos. Independizate.
Que estás triste. Reí.
Que no te gusta. Dejá.
Que Dios te castiga. Pecá.
Que tenés un secreto. Confesá.
Que no sabés qué hacer. Decidí.
Que te arrepentís. Aceptá.
Que te da culpa. Elegí.
Que restás. Sumá.
Que te aburrís. Divertite.
Que estás cansada. Dormí.
Que nada te conmueve. Creá.
Que te falta experiencia. Crecé.
Que sentís angustia. Llorá.
Que estás herida. Saná.
Que te duele. Sufrí.
Que sos esclava. Liberate.
Que el encierro. Salí.
Que estás condenada. Apelá.
Que te persigue. Huí.
Que te atrapa. Escapá.
Que estás detenida. Avanzá.
Que no estás conforme. Cambiá.
Que te traicionaron. Perdoná.
Que no se borra. Olvidá.
Que todo es oscuro. Brillá.
Que estás enferma. Curate.
Que sentís miedo. Enfrentalo.
Que todo es una pesadilla. Soñá.
Que no podés. Intentalo.
Que estás en un pozo. Volá.
Que querés jugar. Apostá.
Que odiás perder. Ganá.
Que tenés bronca. Puteá.
Que te quedaste muda. Gritá.
Que no te pasa lo mismo. Dejá.
Que necesitás. Pedí.
Que sentís morir. Viví.
Que querés ser feliz. Amá.

Pero no me vengas con excusas, por favor.

¡Bingo!

Realmente no entiendo a esos tipos que dicen tener suerte con las mujeres cuando salen con un montón de minas. Para mí, tener suerte con las mujeres es tener suerte con una, con la definitiva, con la cual uno se da cuenta que no necesita seguir buscando más. Por eso, alguna vez pensé que lo mejor sería encontrar a una chica igual a mí. O sea que tuviera mis mismos gustos, que pensase parecido, que escuchase la misma música, que leyera los mismos libros, que viese las mismas películas, en fin, una chica a quien, con una simple mirada, pudiese entender de pies a cabeza sin tener que preocuparme porque dijese o hiciera algo fuera de mis expectativas. Porque recuerdo que pensé… ¿qué mejor que estar con uno mismo pero con otra persona?

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La gota

Lagotasuenalagotaotravezlagotasiemprelamismagotatiquitiquitiquilagotajustoahora

quemeestabapordormirsobreestaalmohadaquetieneoloraellaquetienesuperfumeporqué

nocambiélaalmohadaquéboludoylagotaquesuenaenelbañoquenodejadesonaryqueno

medejadormirperoyoséquenoeslagotayobienadentroséquenoeslagotalaquenomedeja

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Procesiones

Una de las cosas que más me quita el sueño luego de haber salido por primera vez con una chica es saber qué impresión se llevó de mí luego de la cita. ¿Se habrá sentido cómoda? ¿Habremos logrado alguna conexión al contarnos nuestras historias? ¿Creerá que realmente me interesa conocerla? ¿Le habré gustado? ¿Volveremos a salir? Todas estas preguntas y muchas más me surgen instantáneamente en la cabeza cuando nos despedimos y ahí arranca un maremoto de pensamientos agotadores que repasan cada pequeño detalle, gesto y palabra del encuentro para tratar de identificar aunque sea una mínima señal que me permita saber si el futuro nos encontrará intentando algo juntos o nos abandonará nuevamente a la soledad del desencuentro. Es que a veces los nervios te juegan una mala pasada y te querés matar porque una primera cita tiene el poder de definirlo todo: algo puede nacer o morir para siempre. Por eso, al despedirnos, al mirarla por última vez a los ojos sin saber si los voy a volver a ver alguna vez, en mi cabeza comienzan procesiones.

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Un día

Un día vamos a abrir los ojos y la almohada nos va a seguir atrayendo como un imán capaz de generar el campo magnético más potente del universo. Yo voy a pisar el suelo frío de mi habitación porque nunca sé dónde dejo las ojotas cuando me levanto a hacer pis en la madrugada. Vos vas a mirarte en el espejo preocupada por ese granito que te salió al lado de la boca. No, no das Marilyn ni a gancho con ese volcán de pus. Yo voy a enjuagarme la cara con agua caliente para ablandar la barba, maldiciendo la vez que envidié a mi viejo tener que afeitarse todos los días. Vos vas a cepillarte esa sonrisa de publicidad, escupiendo la espuma con bronca al recordar que todavía no desayunaste. Ni vos ni yo lo sabemos todavía, pero un día, un día todo va a cambiar.

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