Por: Martín París
Un día vamos a abrir los ojos y la almohada nos va a seguir atrayendo como un imán capaz de generar el campo magnético más potente del universo. Yo voy a pisar el suelo frío de mi habitación porque nunca sé dónde dejo las ojotas cuando me levanto a hacer pis en la madrugada. Vos vas a mirarte en el espejo preocupada por ese granito que te salió al lado de la boca. No, no das Marilyn ni a gancho con ese volcán de pus. Yo voy a enjuagarme la cara con agua caliente para ablandar la barba, maldiciendo la vez que envidié a mi viejo tener que afeitarse todos los días. Vos vas a cepillarte esa sonrisa de publicidad, escupiendo la espuma con bronca al recordar que todavía no desayunaste. Ni vos ni yo lo sabemos todavía, pero un día, un día todo va a cambiar.
Yo voy a calentar la leche chocolatada en el microondas con el orgullo de mantener uno de los tantos rasgos de inmadurez que conservo desde mi niñez. Vos vas a darle un cachetazo a la cafetera que tarda media hora en llenarte un pocillo con un jugo horrible de petróleo. Yo voy a encender la compu siempre con el mismo terror mañanero a que el disco duro no arranque nunca más y pierda todos mis archivos, jurándome que ese día será el último en el que no backupeo toda mi vida digital. Vos vas a saludar a la vecina del piso de al lado que te entrega la factura de tu celular con cara de lástima, porque no puede entender como podés sobrevivir sin un marido que te pida todos los días que le prepares la ropa para ir al trabajo. Yo voy a chequear los mails esperando que me lleguen las líneas del nuevo capítulo, deseando secretamente escribir finales infelices y personajes contradictorios como la realidad, mientras me entran por la ventana las voces de conductores malhablados de radios pedorras que te leen las noticias del diario como si fueran avisos fúnebres.
Vos te vas a apretar entre la gente que viaja en el subte, sintiendo alientos espesos de tipos que parecen haber dormido en jaulas de leones, que tienen el coraje de tocarte el culo pero no de mirarte a los ojos arrancándolos de las pantallas de sus celulares. A mí me va a sonar el teléfono en medio de una escena que podría ser el comienzo de “El Padrino”, para que un androide mutante me pregunte qué joraca estoy mirando por TV, haciéndome olvidar por completo el principio, el nudo y el desenlace de lo que estaba escribiendo. A vos, un cliente te va a abrir la puerta de la oficina para que pases antes que él, pero bien sabés que detrás de ese gesto de lord inglés no hay otra cosa que dos ojos traidores que te imaginan sin ropa interior, tratando de adivinar cómo se vería ese cuerpo desnudo bailando sobre el escritorio del jefe.
Yo voy a terminar mi jornada laboral para seguir laburando en todas las otras historias que amenazan con seguir usurpándome la imaginación hasta que las baje a papel. Yendo luego al gimnasio más por la obligación de hacer algo que contrarreste mi trabajo sedentario de escritor que por el placer que me puede redituar bajar la panza de niño que heredé junto al apellido. Vos vas a dudar si comprar el queso diet o ese otro tan rico lleno de grasa que te deja esos gramitos de más imperceptibles para la jauría de tipos que te devorarían de un bocado cuando te ven en la caja del super chino contando las monedas para que no te las choreen. Yo voy a chequear por Internet la cuenta del banco, asegurándome que mis ahorros siguen haciéndose cada vez más escasos, haciendo malabares a fin de mes con ese resto que reservo para gastarlo en algo que yo ya sé de antemano que no me va a redituar ni un mísero instante de placer.
Vos vas a abrazar a tu amiga, que te va a contar la cantidad de pañuelos que lleva empapando con lágrimas mientras espera y le pide a todos los santos que el calendario y sus ovarios vuelvan a entrar en sincronía otra vez. Yo voy a leer los mensajes kamasutra que le mandan al gordo sus admiradoras secretas, mientras lo disecciono como un sapo para tratar de entender cómo hace para fanatizar a tantas minas juntas a la vez. La puerta de tu casa la vas a cerrar con doble cerrojo, porque, aunque no quieras confesárselo a nadie, desde que decidiste irte a vivir sola, muchas noches deseás volver a dormir en medio de tu papá y tu mamá, y te abrazás a ese osito ya medio aniquilado por los años y los juegos bruscos de tu sobri, porque sabés que no hay tesoro más precioso que la inocencia perdida.
Mientras, yo miro el mundo dormir por la ventana, dejando que la luna entre a bañarme con su reflejo plateado, buscando inspiración en canciones cursis de tipos que se la pasan cantándole a un amor no correspondido que les llegó al toque cuando firmaron su primer contrato discográfico. Vos vas a escuchar las primeras gotas de lluvia golpeando el techo y vas a decidir que ni loca agarrás el paraguas para salir. Yo voy a bajar a la esquina y, antes de que empiece a estornudar y crea que voy a quedar a pasitos de la catedral, me voy a tomar el primer bondi que aparezca, a ver si encuentro el sueño perdido de esa noche (otra noche) de insomnio por no poder encontrarte. Y cuando el chofer te deje subir al bondi sin pagar, porque tu amiga te llamó llorando diciéndote que le dio positivo el test, te vas a sentar a mi lado sintiendo que a vos también te falta algo. Y entonces ahí, en ese preciso momento, en aquel mismo lugar…
…vos y yo nos vamos a conocer.