Una noche nublada nos juntamos a cenar con mis amigos. El cielo estaba amenazante mal, pero nosotros teníamos ganas de hacer algo y recibimos uno de esos llamados milagrosos de Jesús. Como les decía, mi amigo Jesús (un flaco que me salvó de una borrachera descomunal en una de esas fiestas inolvidables que se olvidan completamente) nos llamó por teléfono y nos dijo que estaba en la casa de unas pibas que también tenían ganas de hacer algo pero que no sabían qué. Al toque, metimos una previa rabiosa y salimos volando para allá en un taxi que fue esquivando charcos de una garúa que, en pocos minutos, se transformó en el diluvio universal. Llegamos a la casa empapados pero con buena energía (alegres) y, al instante, nos dimos cuenta que la noche iba a morir entre esas cuatro paredes. Con mis amigos nos miramos y comprendimos que esa lluvia interminable era una sentencia: la noche dependía de nosotros.
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La burguesía estética
No tengo nada en contra de la gente linda. Es más, estoy seguro que le hacen bien a la sociedad. Hay minas que están tan buenas que a veces siento que debería pagarles un impuesto sólo por mirarlas con cara de baboso. Incluso está demostrado científicamente que la belleza es sinónimo de salud. Cuando uno está bien físicamente eso se refleja en el cuerpo. Estamos todos más rozagantes, nos ponemos más simétricos, le pegamos con las dos piernas, posta. Lo que en verdad me hace pensar la gente linda es que forman parte de una burguesía estética. O sea que la vida de la gente linda es más simple. ¿Y por qué pienso esto? Bueno, básicamente porque creo que es mucho más fácil enamorarse de alguien lindo que de alguien feo.
La máquina que fabrica novias
Aunque nadie lo sepa, en mi casa existe una habitación secreta. Pocos la notan, pero cuando encarás por el pasillo que conduce a mi habitación, hay una puerta en el techo que te lleva a una especie de ático (la “baticueva”, la llama mi viejo). De chico, siempre pensé que mis padres guardaban ahí cosas que debían mantenerse en secreto: alguna documentación de la SIDE, pornografía, drogas, una momia, una momia drogada o hasta un quinto integrante de la familia vivo del cual se avergonzaban (creo que tengo que dejar de ver Los Simpsons). Pero no, resulta que mis papás son bastante aburridos y simplemente acumulan trastos viejos, zapatos de charol, figuritas de Italia 90, camperas de cuero que dejaron de usarse hace cuarenta años y una máquina Singer a la que le falta la aguja. Pero lo que nadie sabe es que yo, desde que descubrí ese extraño lugar, estoy llevando adelante el experimento más impresionante de los últimos tiempos: estoy construyendo una máquina que fabrica novias.
Cuidate vos
Tengo dos amigos que llevan sus vidas por carriles absolutamente diferentes. Uno se la pasa cuidándose, al otro le importa poco o nada todo. Uno es de esos que está todo el día tomando agua como si necesitase purificar su cuerpo continuamente. Además, procura comer toda clase de frutas y verduras y va todos los días al gimnasio o a correr. Todo sano, todo legal. Está claro que le tiene pánico a la muerte, al paso irremediable del tiempo, a volverse viejo. El gordo, no. El gordo sale todas las noches y va al laburo sin dormir. Come mal, siempre comida industrial. Tuvo toda su vida trabajos duros, con esfuerzo físico, peligrosos y con jornadas de más de doce horas. No hace nada de deportes, solo invierte su energía en levantarse minas. Nada más.
Justicia divina
Cuando junto a mis amigos nos ponemos a tratar de entender por qué razón estamos solos en este mundo, muchos caen en una especie de delirio místico con el cual logran calmar su ansiedad existencial. Yo lo llamo la “justicia divina”. Es algo así como que cuando se dan por vencidos de encontrarle una explicación racional a algo que no tiene explicaciones racionales como es que una mina se enganche o no con uno, dicen frases como “Yo sé que la mujer de mi vida ya nació, sólo tengo que esperar que aparezca”. Y yo, al instante pienso: “¿Qué? ¿De dónde sacaste esa mentira?”.
Sexo apolítico
Un día estaba hablando con la novia de un amigo sobre una mina que me quería presentar. Yo le hice todas las preguntas de rigor que le interesan a un hombre (“¿Esta buena?”) y ella me dio un breve pantallazo sobre su vida y me pareció copado conocerla. A ver, no es que yo sea muy exigente (no puedo serlo, en realidad). Lo que pasa es que uno tiene algo de amor propio y viene medio herido. No es que busco a la madre de mis hijos (sí, la busco) pero la verdad que no me quiero comer cualquier bagarto (sí, quiero).