Muchos fines de semana recibo llamados de amigos desesperados que, aun estando en pareja, me piden salir conmigo a donde sea. A mí me sorprende un poco, porque son los mismos que, cuando estaban solteros, se quejaban de tener que verme la cara todos los viernes y sábados (los domingos están reservados para la familia, el fútbol y la depresión de las siete de la tarde). Y yo, como siempre estoy disponible, les digo que sí y, al instante, me transformo en su compañero de aventuras. Algunos mantienen su fidelidad a rajatabla, siguiendo el mandamiento tácito que han firmado con sus parejas, pero otros son, digamos… más flexibles. Sin embargo, algo de todos ellos me llama poderosamente la atención: por sus cuerpos circula la inagotable “energía del amore”.
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Cruzar el Rubicón
Algunas veces tomamos decisiones irreversibles en nuestras vidas, pero al instante dudamos en ser tan determinantes. Yo creo que es porque lo irreversible parece ser contra natura. ¿Cómo admitir que no exista posibilidad de arrepentimiento? ¿Quién puede ser capaz de no permitirnos una contradicción? Nosotros mismos. Yo, vos, él, ellos, nosotros, somos los jueces más feroces, los únicos capaces de sentenciar una persona al olvido, a morir en vida. Y es en aquel preciso momento en que uno percibe que acaba de tomar un camino que no podrá ser corregido nunca más en donde se pregunta: ¿habré hecho bien?
Del otro lado
No siempre uno es el rechazado. También hay veces que nos toca dar por terminada una relación y lo difícil es encontrar el momento indicado y las palabras justas para no herir a la otra persona. Hay gente que no tiene consideración sobre este hecho y te pega una patada en el pecho con tapones de cancha de once sin ningún remordimiento, pero la verdad que yo prefiero no lastimar al otro porque muchas veces me tocó ser socio del club de las almas abandonadas y sé lo que se sufre. De vez en cuando me doy cuenta que tengo una platea en la tribuna de las negativas, y trato de ser gentil y caballero con la excomulgada de mi corazón. El problema es que difícilmente alguien quiera escuchar un “no” como respuesta.
Carne trémula
“¿Pero le diste o no le diste?”, me preguntó el gordo en el restaurante. “Es que vos tenés la idea fija, gordo”, le contesté yo que me había pedido un medallón de lomo a la mostaza con papas noisettes. “Todos la tenemos, pa, sólo que algunos subliman escribiendo”, me cacheteó el dogui (derivado de “dogor”) mientras se servía la primera porción de la grande de anchoas que se iba a lastrar hasta el cabito. “Pero si la mina no te cierra me parece que es como que la estás usando”, le dije yo. “¿Pero si ella te da cabida vos qué drama te hacés? Además te sacás las ganas y después ya está, ya fue”. Ya fue, ya fue, ya fue… me quedó rebotando como un eco en el marulo. ¿Así de simple puede verse una relación? ¿Puede separarse la carne del sentimiento? ¿Fue o es? ¿Qué onda el verbo to be? Todo esto me lo pregunté mientras cortaba el pedazo de carne rosada que sangraba y me hacía agua la boca. Y lo miré al gordo que se morfaba el pescadito apestoso ese con la mano antes de entrarle a la masa cocinada a la piedra. Y ahí pensé, ¿preferimos el amor romántico o todo se trata de saciar nuestro instinto carnal de supervivivencia de la especie?
Consejos para conquistar
Casi siempre, cuando me propongo conquistar una chica, termino empleando la táctica de seducción equivocada. A veces pienso que debería evaluar mis propias fortalezas personales, tener en claro cuáles son mis oportunidades de conquista, aceptar mis debilidades amatorias y estar atento a las amenazas que presenta mi próxima víctima (los buitres de mis amigos) para elaborar una estrategia de conquista… y hacer absolutamente todo lo contrario a lo que creo que debo hacer. Por eso, termino empleando uno de los recursos más confusos y desgastantes en el que un hombre puede caer a la hora de levantarse una mina que no conoce: pedir consejos a los demás.
Yo no soy tu ex
Todos tenemos un pasado, alguna historia irresuelta, un tomuer en el placard. La vida es así, nos cruza con diversas personas que están en diferentes momentos y que, lamentablemente, muchas veces son incompatibles con nosotros. No hay muchas más vueltas que darle al asunto. Yo, a veces, me río de mi voluntad de tratar de encontrarle inútilmente explicaciones racionales a los desencuentros amorosos. No, macho, no funca eso. Cuando la cosa viene fulera hay que bancársela y seguir. Pero hay cosas que me fastidian, y una de ellas es cuando me cargan con mochilas pesadas de un pasado que jamás viví, de alguien que nunca fui, de cosas que en ningún momento dije. Así que antes de que vos y yo hablemos por primera vez, dejame dejártelo bien clarito: yo no soy tu ex.
Cementerios de historias
Al principio todas las chicas son oportunidades. Uno las mira, les sonríe, les mete un chiste y, de a poco, va construyendo un plan de seducción. Ella te acepta una salida, vos te preparás para la noche, tenés algo de suerte y hasta, quizás, se ven durante algunas citas más. Pero es poco probable que el primer tiro libre que patees en tu vida vaya al ángulo, hasta Messi y Maradona erraron un penal (hoy estoy futbolísticamente muy metafórico). Y lo que sucede es que, con el paso del tiempo, comienzan a quedar huellas en muchos lados de amores no correspondidos, de relaciones fallidas, de historias que nunca fueron. Ahí es cuando te encontrás en medio de un gran cementerio amoroso en el que tu celular, Internet, tus amigos y hasta tu barrio, se encargan de recordarte periódicamente que todo, absolutamente todo, puede fallar.
Un cuarto kilo de tramontana
Los sábados me cuestan. Es el día de la semana en que uno aprovecha para salir y, cuando estás soltero, muchas veces pasa que tus amigos tienen algún casamiento, cumpleaños, asado con compañeros del trabajo y es ahí cuando te das cuenta que estás realmente solo. Muchos sábados a la noche me quedo encerrado en mi casa pensando que son mucho más dolorosos que los domingos, porque si un sábado a las nueve de la noche no te estás preparando para salir, quiere decir que, probablemente, aquel día sólo te acompañará tu soledad, pero los domingos… los domingos están naturalmente destinados a la depresión (si hasta a Dios le pintó el bajón). Sin embargo, como la necesidad tiene cara de hereje y perfume de mujer, desarrollé una estrategia para estos días en los que intento apagar desesperadamente las brasas que hacen arder mi corazón. Un procedimiento tan sutil que ni al mismísimo Napoleón Bonaparte se le hubiese ocurrido imaginar: me compro un cuarto kilo de helado de tramontana y me miro una peli tirado como un cerdo en la cama.
Desesperado por amor
Mamá, papá, apaguen la computadora. Vos, mamá, dejá de chusmearme el Facebook creyendo que cada mina que “megustea” uno de mis comentarios va a ser tu futura nuera. Y vos, papá, dejá de buscar avisos clasificados en Internet, moviendo el mouse como si fueras un Neanderthal tratando de hacer fuego con dos palitos. Ya está, no doy más. Llegó la hora de confesar lo inconfesable: voy a contarles las cosas que fui capaz de hacer las veces que estuve desesperado por amor.
Touch and stay
Yo soy reservado. Medio chapado a la antigua. Cada muestra de cariño o afecto que doy (sea un abrazo, un beso o algo más) lo considero como parte de un tesoro personal que sólo le otorgo a ciertas personas. Porque le doy un valor muy importante a eso, porque quiero que aquel momento compartido sea único y especial para el individuo que tengo frente a mí. Por lo cual, la verdad, nunca me sentí cómodo con esa modalidad del “touch and go”.