Dios le da vino, al que no tiene copas

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Vivimos en un país productor; históricamente de los más importantes del mundo. Y más allá de la inflación y del poder adquisitivo de cada uno, siempre hay opciones al alcance de la mano y para todos los bolsillos. Algo que no ocurre; por ejemplo; en Colombia donde pagan hasta 5 veces el valor local de una botella de vino argentino.

Si a esto le sumamos que los últimos 15 años fueron los mejores de la industria, revolución tras revolución. Bodegas nuevas, variedades nuevas, terruños nuevos y personajes nuevos, todo derivó en una avalancha de etiquetas para disfrutar.

Sin embargo, el consumo sigue cayendo. Y no se trata de volver a los índices de los 80´ y sus 90 l per cápita anuales, sino de encontrar un equilibrio. Hoy somos más, y producimos más vinos de mejor calidad. Pero ¿por qué no los disfrutamos como se merecen?, ¿qué nos pasa?

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Obviamente la coyuntura manda, pero no puede dominar nuestras vidas ni costumbres. Mucho menos las sanas. Y disfrutar del vino a diario es sano.

Claro que para muchos, poner una botella de vino actual en la mesa puede parecer sofisticado o complicado. Error. De interpretación, pero también de las bodegas y, por qué no, de los comunicadores.

El vino puede ser simple y también complejo, puede ser atractivo al primer sorbo o interesante a la segunda copa, gozar de un buen ataque o expresarse en su persistencia final. Pero hay algo que es común a todos y es el placer que brinda en la mesa. Ese placer era respetado en otros tiempos, a tal punto que nadie dudaba a la hora de la comida que la botella de vino (o damajuana en función a los comensales) tenía que ser parte de la movida. Y lo mejor de todo que el vino se tomaba, sólo, con hielo, con soda, como sea. Pero se tomaba y formaba parte de esa comunión diaria que es la mesa.

Hoy son menos las veces que nos juntamos; pero así y todo, las veces que llevamos un vino a la mesa son cada vez más escasas.

Los buenos vinos valen lo que cuesta, y para muchos hay opciones más caras que accesibles. Pero nuestra diversidad propone alternativas para todos.

Si no somos nosotros los que le devolvamos al vino argentino la nobleza, si no somos nosotros los que volvamos a sentir orgullo, si no somos nosotros los que lo invitemos a formar parte de nuestra familia otra vez, quién lo hará.

La cosa está brava, al menos eso es lo que respira la industria; la más importante de las economías regionales de Cuyo, de la que dependen casi medio millón de familias, cosecha tras cosecha.

Qué esperamos para volver a brindar todos los días por el sólo hecho de estar en familia, felices y saludables. Si nosotros no le hacemos el honor, no es que va a venir otro y se lo va a llevar. Simplemente, vamos a dejar de tenerlo.

Volvamos a llevar las copas y los vasos a la mesa y demostrémosle a todos (incluyendo al de arriba) cuánto disfrutamos de nuestros vinos. Y seguro que así, este momento va a pasar y todos vamos a poder brindar como merecemos.

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Trabajan por y para el placer

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Uno de los aspectos más atractivos del vino es que detrás de cada etiqueta hay muchas manos que trabajan. Es una cadena casi interminable de personas que hacen posible descorchar una botella y servir copas en la mesa.

Primero en la viña. Luego de la cosecha, el viñedo queda despoblado, de gente y de racimos. Y con la llegada del otoño, ni las hojas quedan. La gran mayoría de los cosechadores emigran hacia otras latitudes para continuar su tarea con otros cultivos. Pero muchos viñateros se quedan cuidando las vides. Llega el momento de la poda, fundamental para preparar los próximos vinos. Con paciencia, cuidado y casi en soledad, muchos héroes silenciosos se prestan día a día, a cortar ramitas. Mientras en la bodega, los vinos terminan las fermentaciones. Algunos quedan casi listos para embotellar, mientras que otros seguirán una larga crianza en barricas o toneles. Allí, el trabajo no para. Bodega, laboratorio, logística, sea donde sea, infinidad de personas realizan tareas diversas, pero con un mismo fin. Lograr que cada botella elaborada salga de la bodega con destino final a algún comercio, ya sea dentro del país o del mundo. Pero para ello hace falta un ejército de profesionales de la venta y el marketing. No sólo en la bodega, sino caminando las calles de las ciudades más importantes del mundo. Llevando el mensaje de cada botella para poder lograr los objetivos del año.

Pero hasta ahí llega la responsabilidad de los que lo hacen. Porque al entrar en el canal de distribución, sus vinos pasan a otras manos. Quienes también se dedican a ser mensajeros del placer embotellado. Choferes, ingenieros y demás, deben hacer llegar las botellas a los puntos de venta; donde aguarda otra gran cantidad de personas. Si es off trade; botella cerrada; las preocupaciones rondarán en la exhibición y recomendación. Pero si se trata del on trade, como son los restaurantes y wine bars, el servicio será fundamental. Allí, se incorporan los sommeliers a esta gran cadena de trabajo. Que si bien no es solidario, su fin es muy beneficioso para el que se hace de una botella.

Es decir que son muchas las manos que participan en un vino. Y eso lo hace muy distinto. Porque más allá de su condición de producto noble, natural y de la tierra, saber que en cada copa el factor humano es fundamental en tantos aspectos, reconforta cada trago. El vino no se puede fabricar, siempre se va a elaborar. Y por más grande e industrializada que sea la bodega, siempre va a tener mucho de artesanal. Porque sin hombre no hay vino.

Celebro con un brindis por todos esos trabajadores del vino que hacen más felices nuestros momentos.

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El que más te gusta

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Miguel Brascó inmortalizó la frase “el mejor vino es el que más te gusta”, y mucha razón tenía, porque sigue y seguirá siendo así.

Sin embargo, para a aquellos que son curiosos y no se conforman con las generalidades, esta máxima no es suficiente para entender qué es el gusto por el vino.

Si vamos por el líquido y las características de la noble bebida, nos metemos en un camino sinuoso que no tiene fin. Porque son las subjetividades las que dominan las opiniones, al menos en esta materia. Y entonces, lo que le gusta a uno, no necesariamente será lo mismo que al otro. No obstante hay muchas coincidencias, sobre todo dentro de nuestros círculos de pertenencia como son los amigos, la familia o los compañeros del trabajo. Pero cómo pueden haber tantas coincidencias en algo que es tan personal y subjetivo como es traducir todas las sensaciones que nos provoca un vino. Es mucho más sencillo de lo que parece, pero para entenderlo mejor, me voy a la música.

Escuchas un tema, y te gusta. Te compras o bajas el disco y te gustan otras canciones. Ves videos y te gusta cada vez más todo lo que hace. Pero en realidad no te gusta todo por igual; ni siquiera te gusta todo lo que hace la banda. Pero como te sentís identificado, crees que te gusta todo. Y así es, te gusta, o al menos tenes la sensación que te gusta.

En el vino pasa lo mismo. Un día probas un vino y te gusta. Pero no sabes bien si es por sus armas, por sus sabores complejos, sus texturas o profundidad en boca. Mucho menos por sus caudalías, retrogustos o caracteres organolépticos; ni grado alcohólico ni acidez total, etc. Te gustó básicamente porque estaba rico, y sobre todo porque la pasaste bien. El lugar, la comida, la compañía, la charla, tu estado de ánimo; todo confluyó para que ese vino te gustara. Y si vas más allá, seguro te vas a enamorar también de todos los vinos que elabore ese enólogo, o esa bodega, o los vinos de la región, o todos los vinos de dicha variedad, o con la misma crianza en roble. Porque no es el todo lo que te gustó sino una partecita del vino, junto con otras variables que nada tienen que ver con el vino en sí, aunque mucho con su disfrute.

Pero aunque sea suficiente con una partecita del vino para decretar el gusto personal, no es tan sencillo. Porque de la misma manera un vino puede no gustar, culpa de las variables y no del vino. Por eso es fundamental darle muchas oportunidades a un mismo vino antes de sentenciarlo. Y cuando hablemos del gusto del vino intentar entenderlo por sí mismo. No dejarse influenciar por otros, ni por otras variables. Uno puede hablar con un vino, a solas, para luego disfrutarlo en compañía. Y créanme que un vino se disfruta mucho más cuando se logra entender el por qué te gusta. Sin importar quién lo haga, ni de donde venga, ni si la variedad está de moda. Con la práctica vas a poder saber bien qué vinos te gustan y todos los por qué, independientemente de la situación de consumo. Y así poder elegirlos mejor de acuerdo a la ocasión. Pero al final del camino, te vas a dar cuenta que el mejor vino es el que más te gusta. Y si bien eso es lo que importa, entender ese recorrido es mucho más placentero.

Entrá a www.fabricioportelli.com y decime qué vinos te gustan, y por qué

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Felíz día Emblema(lbec)

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Siempre el Malbec domina la escena

El 17 de Abril se celebra el día del Malbec, una iniciativa local con impactos en todo el mundo; principalmente a manos de nuestra industria. El objetivo es tan simple como noble: difundir nuestro vino más emblemático. Si bien, ya desde hace 5 años, en Abril aflora una especie de fiebre por el varietal, pocos con conscientes del verdadero significado del Malbec en y para nuestro país. Pocas cifras del INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura) alcanzan para describir su contundencia. La Argentina cuenta con 39.000 hectáreas plantadas, equivalentes al 17,13% del viñedo nacional. Esto representa además un incremento del 137,63% respecto del 2000 y un 290% con relación a 1993. Lo que demuestra un crecimiento sostenido. Y por qué siempre se habla del Malbec mendocino por sobre los demás. Es simple. Porque Mendoza no sólo acapara el 86% de dichas hectáreas (33.307 ha), sino también el ranking de producción (77% del total) y crecimiento. De los casi 26 millones de quintales, el 13% aproximadamente se destino a elaborar vinos Malbec. Esto implica un crecimiento de casi el 500% desde el inicio del milenio; emulando a la evolución en el resto del país. Pero duplicándola en el último año. Casi el 35% de todo el vino elaborado en nuestro país es Malbec, lo sigue el Bonarda de lejos (con 25%). Y si bien no escapó a la merma general que sufrió la industria, su potencial sirve para alimentar esperanzas de continuar con su crecimiento. Y la clave está en su valor agregado. Más del 95% del Malbec se vende embotellado. En 2014 el 53% del vino exportado fue Malbec, esto implica un 10,43% más que en 2013. Es decir que más del 50% de los u$s850.000 generados por exportación de vinos, se lo debemos al Malbec. Estados Unidos se lleva la mitad, seguidos del Reino Unido (10,49%) y Canadá (7,24%). Y para entender qué calidades exportamos es suficiente con ver que el 40,98% fue de vinos de 26 a 39 dólares (caja x 12 bot) y que el 25% fue de 39 a 60. Esto quiere decir que la mayoría se comercializa por sobre el valor FOB de vinos “entry label” (u$s8,50 a u$s26).

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Leonardo Pupatto (Familia Schroeder) – Sebastián Zuccardi

Pero las estadísticas distan mucho del verdadero placer que regala el Malbec en cada copa. No me canso de recordar la gran suerte de tenerlo como varietal diferencial por sobre cualquier otro país. Y no sólo eso, sino que supimos exprimirlo, a tal punto que hoy no conocemos su techo. Sabemos que Mendoza es su meca, pero que en Salta y Patagonia se pueden hacer Malbec increíbles como lo son los de Colomé y Noemía, por ejemplo. También son los mendocinos los que más acostumbrados nos tienen con flamantes novedades, pero no hay que dejar de probar los provenientes de nuevos terruños como los de Familia Schroeder en Neuquén, o el de Collovati de La Rioja, o el de Bodega Del Desierto en La Pampa. Puede ser de familias tradicionales argentinas, aún al frente de sus bodegas como los López o los Arizu (Luigi Bosca), o ser un referente más moderno como los Zuccardi o los Pescarmona de Lagarde. Los extranjeros visionarios también son muy responsables de la fama y el prestigio de nuestro Malbec. Michel Rolland y su Clos de los Siete, Roby Cipresso y sus amados Finca de Achával Ferrer, Paul Hobbs con su Viña Cobos o con Riglos, en donde es consultor desde el primer día, o Alberto Antonini desde su Altos las Hormigas o la infinidad de Malbec locales supervisados por él. Ni hablar de los enólogos, que con sus vinos hacen de todo esto una gran realidad: Roberto de la Mota, Alejandro Vigil, pepe Galante, Daniel Pi y Marcelo Pelleriti, por sólo nombrar algunos en nombre de todos los que hicieron, hacen y seguirán haciendo del Malbec, nuestro vino estrella. Y si bien el futuro del vino no es el varietal, sino el terruño, hay una persona que trabaja día a día para lograr el mejor vino en sus distintos viñedos del Valle de Uco. Y por más que su foco está puesto en los suelos, sus formaciones, la historia y la cultura del lugar y el respeto por la naturaleza, sabe que el mejor intérprete vínico de todo eso, es el Malbec. Algunos de esos Malbec ya se pueden conocer, pero los mejores; sin duda; están por venir. Por eso, a los vinos de Sebastián Zuccardi los denomino los Malbec del futuro. Como ven, la fuente de Malbec es inagotable, y hay al alcance de la mano siempre un Malbec dispuesto a satisfacer al consumidor. Lo logra con su carácter siempre amable, jugoso y expresivo, sus texturas dóciles, aún cuando joven, y su fruta roja única, ya sea maduro o crujiente. También se lleva bárbaro con la madera, acoplándose a sus sabores o conviviendo con complejidad. Tiene potencial de guarda, sobre todos los nuevos vinos que están naciendo en un estilo más directos y naturales, sin tantas vueltas en bodega pero con mucho trabajo en la viña. Por lo que significa y por todo lo que aún tiene por delante, el Malbec fue, es y será el mejor vino argentino. Y por eso elijo brindar por y con él; pero no en su día, sino todo los días. Si te gustó la nota te invito a visitar www.fabricioportelli.com

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Luigi Bosca Malbec DOC y Miradores – Hans Vinding-Diers (Noemía)

El vino es el protagonista

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Es interesante ver pasar el tiempo y las personas; incluso algunos vinos que se acaban. Sólo quedan los lugares, viñedos tradicionales o nuevos, justificando la fama de una región o bien desafiando los límites. Pero claro, nada de esto sería posible sin las personas. Sin embargo, todos los personajes que rodean al vino están de paso, y su razón de ser (al menos profesionalmente hablando) es justamente el vino. Sin esa noble bebida que tan bien le hace al espíritu, nadie sería el mismo en el mundo del vino. Por primera vez tengo la posibilidad de compartirlo como quiero; o mejor dicho, lo más cercano posible a lo que quiero. Porque si por mi fuera los invitaría a todos, los que están leyendo esta nota y también a los que no, a disfrutar juntos un vino, a conocer a su hacedor, donde lo hace, qué lo llevó a crear tal etiqueta, qué antepasado lo influyó, y hasta cuales son sus gustos personales. Pero no me alcanzarían ni mil vidas para hacer eso con cada uno de ustedes. Escribir es lindo, porque deja transmitir algo de la magia del vino a través de la imaginación. Pero mostrarlo es diferente. Recuerdo los años de Dos de Copas con Miguel Brascó (2007 y 2008), nos encontrábamos en una barra y compartíamos con los televidentes un aperitivo al tiempo que presentábamos el programa. Luego degustábamos algún vino de dorapa (como decía él) al ritmo de breves noticias del vino. Y después el plato fuerte, sentados a la mesa, comiendo y bebiendo, recomendando pero más que todo compartiendo nuestras pasiones. Todo finalizaba en un tranquilo living del whisky, sacando conclusiones. Fue muy divertido mientras duró, y muy recordado hasta hoy; pero le faltaba algo.

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La semana próxima comienza Lado V por la pantalla del Canal de la Ciudad (http://www.fabricioportelli.com/2015/03/24/lado-v-muy-pronto-por-el-canal-de-la-ciudad/), un programa dedicado al vino, el verdadero protagonista. Claro que necesita del hombre para lucirse. Es más, el vino argentino está pasando por una etapa hombre-dependiente, en el cual los personajes adquieren mucha notoriedad por sus vinos. Sin embargo, ellos mismos le están dando paso al origen. Es decir que los suelos, el entorno y el ecosistema de la viña están adquiriendo la importancia que se merecen. Claro que eso no sería posible sin el estudio del hombre; porque es en esa incansable búsqueda para intervenir lo menos posible la naturaleza, que se hallan los hábitat naturales para dar vida a los grandes vinos argentinos. En eso está hoy la industria. Pero volvemos al principio, el vino fue, es y seguirá siendo el protagonista indiscutido. Porque es el fruto de un gran trabajo lo que nosotros podemos disfrutar en nuestra mesa. A veces sólo podemos ver la botella, y eso determina nuestras preferencias. Pero hay mucho más por descubrir. Por eso nace Lado V, para mostrarles todo lo que no se ve en las góndolas. Y así conocer lugares, bodegas, personas, historias de vida, culturas, cocinas y paisajes soñados. Estoy seguro que después de conocer el otro lado del vino, ya ninguna copa volverá a ser la misma. Los espero.

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La drinkability del Malbec

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La palabra drinkability la puso de moda Brascó hace varios años, al menos entre los consumidores de vino. Una palabra curiosa que suena mejor en inglés y sin traducirla, porque si vamos al Google Translate nos tira potabilidad. Por lo tanto es mejor dejarla en english, porque todos sabemos que es un drink, y lo demás lo imaginamos. Y si bien no significa, suena como la habilidad del Malbec (en este caso) para ser bebido. Y algo de esto hay porque otra que nos entrega Google es suavidad al beberla. Por lo tanto, debemos incorporar la palabra drinkability a nuestro vocabulario vínico.

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Pero eso no era lo importante, lo de agrandar nuestro glosario, sino que verdaderamente la drinkability del Malbec está de moda en los principales mercados de consumo del mundo, más precisamente Estados Unidos y el Reino Unido. Por ellos saben muy bien qué significa esa palabra, y más aún, cómo debe ser un vino para poder ganarse algo tan preciado que resulta en mayor aceptación por parte del consumidor.

Es un atributo de cualquier vino con pretensiones de éxito. Y es ahí donde el Malbec gana la partida. Porque cumple con todos los requisitos de la tomabilidad (ven que suena mejor en inglés). Llena la boca con intensa suavidad, sus taninos son siempre amables, su expresión frutal inconfundible y una frescura final que potencia todas las sensaciones e invita a una segunda copa. Y esto le permite superar la difícil “second test glass” (prueba de la segunda copa). Porque en esos mercados se disfruta mucho más el vino por copas que en nuestro país. Es costumbre encontrarse en los pubs o bares y más allá del liderazgo de las cervezas, el copeo de vino comienza a acechar a los cocktails. Además en las casas es muy común la bienvenida con una copa de vino. Es decir que muchos prueban porque son receptivos y siempre bien predispuestos a conocer, pero al mismo tiempo exigentes para incorporar preferencias. Esta es una de las claves del éxito del Malbec, un tinto único que regala drinkability en todas sus opciones, ya sea rosado del año, tinto joven, reserva o gran vino de guarda.

Pocos tintos logran ser tan atractivos a primera copa y mantener o incluso aumentar su belleza con el correr de las copas. Por suerte, somos los referentes de Malbec en el mundo y tenemos todos al alcance de nuestras manos para poder disfrutar de su drinkability, todos los días.

Algunas bodegas que permiten comprobar este efecto:

Diamandes, Zuccardi, Monteviejo, Salentein, Lagarde, Terrazas, López, Luigi Bosca, Catena Zapata, Trapiche, Viña Vida, Riglos, PerSe, SonVida, Teho  y Noemía, entre muchos otros.

 

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Así se celebra un acuerdo

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En un momento de gran disputa política entre la industria del vino y el gobierno, cabe destacar la firma de la prórroga por el Acuerdo de Espumantes   (http://www.fabricioportelli.com/2015/01/19/para-que-las-burbujas-sigan-subiendo/). Un convenio firmado entre ambas partes en el que la industria se comprometía a invertir en lugar de pagar un impuesto extra, allá por 2005.

Pasaron diez años y los resultados están a la vista; en las góndolas, en las calles con las publicidades en vía publica, en la tele y la radio, en la web; pero por sobre todo en nuestras copas. Algunos datos contundentes que resultaron de dicho acuerdo, luego de estos diez años:

 

-Se duplicó el volumen de comercialización en mercado interno.

-Se duplicó el número de empresas productoras/vendedoras de espumantes, en especial pequeñas bodegas, lo que favoreció la transformación de un mercado concentrado a uno diversificado.

-Se potenció la demanda de variedades blancas con destino a vinos base de espumantes.

-Se incrementaron las ocasiones de consumo durante el año, de manera de contrarrestar la estacionalidad del producto.

-Se diversificó la oferta de precios de los espumantes.

-Se convirtió en el producto de mayor innovación en toda la cadena vitivinícola tanto por tamaño de botellas como por tipo.

-Se incrementaron fuertemente las exportaciones.

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Más allá del real impacto de esto sobre una industria que mueve mucha gente, y que gracias a la naturaleza se reinventa con cada cosecha, lo más importante a destacar es el resultado en el consumidor. Porque hoy todos tenemos centenares de etiquetas disponibles al alcance de la mano, para celebrar en cualquier momento, y para todos los gustos y bolsillos. Y si bien antes el espumante era sinónimo de festejos y reservado para las fiestas especiales y ocasionales, hoy más que nunca sigue siendo el rey de las celebraciones. Lo que ha cambiado es que nos dimos cuenta que no tenemos que esperar para llenar copas y chocarlas con el de al lado. Un momento cotidiano puede terminar siendo inolvidable con solo un brindis.

La diversidad de propuestas y la llegada a distintos lugares sin duda a potenciado esta nueva costumbre de los argentinos de festejar en cualquier momento. Pocas veces vi que el resultado de un pacto entre industria y gobierno supere las expectativas de todos. ¿No será este el camino para apoyar a toda la industria del vino? Porque si algo le sobra a la vitivinicultura es demostrar que todo lo puede y que goza de un potencial inmensurable.

Soy de los que piensa que debemos sentir más orgullo por nuestra bebida nacional, y esto no tiene nada de político, es sólo sentido común y ganas de que todos la pasemos un poco mejor. Porque la Argentina sin vino sería; además de inimaginable; muy aburrida.

Brindo con espumante por este acuerdo, y espero (brindando) muchos más por el bien del vino argentino.

 

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¿Por qué brindar?

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Se acerca el fin; del año. Algo que no es muy distinto a lo que nos pasa día a día cuando se pone el sol y sale la luna rodeada de miles de estrellas, aunque no siempre la veamos. Porque un día más, también significa un día menos. Ídem con las semanas, los meses y los años. Pero no se puede vivir mirando la parte vacía de la copa, es una visión muy triste. Así, la vida se te pasa y no la disfrutas. En cambio, si vamos hacia delante, sin importar el tiempo que pasó, siempre vamos a querer más; hasta el último día; del año. Por suerte, todo vuelve a empezar. Como esa copa que se vacía, siempre se puede volver a llenar.

Falta poco para que se vaya este año y empiece uno nuevo.
Ojalá se renueven las esperanzas y s cumplan algunos sueños. Todos hemos pasado tragos amargos este año (y los anteriores). Pero a este altura de la vida, ya sabemos que la vida significa camino de ida. Y quizás la v sea de vino; o acaso la planta de la que nace la noble bebida no se llama vid.

Sin dudas que la vida es mucho más alegre, divertida y disfrutable, con vino. En cualquier ocasión.

Un almuerzo cotidiano en plena city, puede convertirse en una pausa renovadora si combinamos el sándwich o el menú ejecutivo de turno (o la empanada, ensalada, etc.), con una copa de vino. No quita reflejos, ayuda a digerir mejor, no cae pesado ayuda a levantar el ánimo. Ni hablar si es una comida de negocios y necesitamos impresionar para cerrar un acuerdo. El vino es el aliado perfecto, es como ese amigo invisible que nos aporta lo que a nosotros nos falta. Porque el vino te va soltando de a poco, para que te animes a más. El resultado siempre dependerá de vos, pero sin dudas que el vino influirá.

En casa, pasa lo mismo. El vino te cambia la cara, por más cansado que llegues del trabajo. Acordate, un buen Malbec puede convertir las milanesas con puré de siempre en un maridaje perfecto y habilitarte (sí, en medio de la semana) una noche insospechada en casa.

Si te juntas con amigos pasa lo mismo,  al principio son todos tímidos, pero luego se van relajando y a medida que el ángel del vino revuela la mesa, la diversión se hace presente. Sea en casa o en un restaurante. La clave, al menos para mi, es poder ofrecer diversidad. Porque así como no comemos solo una cosa, no debemos beber sólo un vino. Y es en esa propuesta de alternativas que todos encontrarán su compañero preferido para cada momento. Empezar siempre con algo fresquito y relajado, como puede ser un blanco o un rosado del año. Si las pretensiones mandan, la alternativa obligada para abrir el encuentro es un espumante. Más allá de otras opciones como pueden ser aperitivos o cervezas. Y luego ir levantando la apuesta de a poco. Vas a ver como al final todos se prenden y todas las botellas que pensabas te sobrarían para la próxima, quedan vacías.

Yo brindaré por la felicidad, ese estado de ánimo que involucra tantas cosas importantes; la familia, la salud, el bienestar, los amigos, el trabajo. Y hay muchos que van a hacer lo mismo que yo.

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A todos les deseo felicidad. Salud.

PD: un dato, por si te sirve, a mi el vino me cambió la vida y me ayuda a ser feliz.

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Vinos escritos o para beber

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Para alguien que vive de escribir sobre vinos, los enólogos e ingeniero agrónomos son los maestros. Pero no lo digo de obsecuente, simplemente es así. Porque uno no nace periodista de vinos, se hace. Es muy autodidacta esto de hablar de algo subjetivo queriendo llevarlo para el lado de la objetividad. Pero es así; un profesional no puede tomar partido por uno o por otro, no puede prejuzgar, no puede (o no debe) hacerse amigo. Simplemente debe degustar, escuchar, observar y aprender para expresarse mejor.

Esto lo hago desde hace 15 años con respeto, con pasión y con “sistencia”. Y lo pongo así porque es la palabra que más me importa. Ante todo, quiero ser consistente. Porque no se debe borrar con el codo lo escrito, ya que eso confunde al consumidor.

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Y si bien muchas veces me cuesta más que otras, nunca se me cruzó por la cabeza decir las cosas de otra forma que no sea comunicando. Por ejemplo, haciendo un vino. Ni loco. No necesito hacer un vino para decir eso que no me sale. Prefiero seguir aprendiendo y buscando las palabras justas y el momento indicado; y quedarme de mi lado del escritorio. Tampoco necesito ir a otros países a hablar de sus vinos, simplemente porque yo vivo acá y estoy tan orgulloso de lo que hacemos que quiero seguir viviendo acá haciendo lo que me gusta. Y si somos el quinto productor mundial, claramente no tengo la más mínima necesidad de andar girando opinando sobre vinos extranjeros para gente que nunca voy a conocer y que seguramente con quienes no tenga nada en común. Ojo, me encanta viajar y conocer zonas, bodegas y enólogos del mundo. Me abre la cabeza y el paladar, y eso claramente favorece mi trabajo como periodista de vinos argentinos. Porque más allá de degustarlos, yo los vivo. Y si bien es cierto que no estoy en las zonas productoras, tengo la suerte que acá en la city porteña pasan muchas cosas vínicas.

Sin embargo cada uno es dueño de hacer lo que quiera y como lo quiera. Y en eso andan algunos enólogos, queriendo decir cosas más allá de sus vinos. Escriben en blogs, escriben libros, etc. Se nota que quieren expresarse tanto que con sus vinos no alcanza. Y eso que algunos sacan tantas etiquetas en su búsqueda que no queda claro su mensaje. También es cierto que la sociedad los puso en un lugar de exposición nunca antes visto. Los eventos y las redes sociales potenciaron el efecto, y hoy deben también ser promotores de sus vinos. Esto quizás los obliga o los tienta a cambiar las barricas y las copas por el papel y la pluma, o simplemente la compu. Al respecto tengo opiniones encontradas.

Por un lado, como siempre, aprendo mucho de sus palabras. Pero por el otro debo analizarlos como un colega más. Ya no como mis maestros. Y el ojo es otro. El discurso cambia de emisor, al menos figurativamente, y las conclusiones indefectiblemente son otras. Es como si yo hiciera un vino. Seguramente mis maestros tendrán dos caras de la misma opinión. La positiva y crítica constructiva de un (supuesto) colega ante un (supuesto) buen vino. Y la otra. Seguramente esta última, por cuestiones de compromisos, no salga nunca a la luz.

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Por las dudas, yo no dudo. Habiendo tantos vinos y tantas personas haciendo cada vez más y mejores, yo prefiero quedarme en mi butaca preferencial de espectador de lujo. Y seguir trabajando para aprender y escribir para expresar mejor mis sensaciones y poder descifrar más claramente los (cada vez más complejos) mensajes encerrados en las botella. El gusto por el vino es subjetivo, pero la calidad es algo que se puede mensurar. Y en esto todos los enófilos deberían acordar, más allá de discrepar lógicamente en sus gustos y preferencias. Al fin y al cabo para eso sirve un guía, alguien que muestra los caminos; en este caso vinos; para que vos elijas el que quieras tomar. Porque imagino que vos también preferís vinos para beber a los vinos escritos.

 

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Zapateros, vuelvan a sus zapatos

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Walter Bressia tiene el foco puesto en hacer vinos en familia.
Sabe que alguien se los vende muy bien, y que otros escriben lo que se merecen sus vinos

Los dichos tienen tanto de cierto como de viejos, y en este caso me sirve de mucho para analizar lo que está pasando hoy en el mercado del vino. La evolución supone cambios, y por su nombre, también una mejora. Eso se ve nítidamente en la calidad de los vinos. Algo que ya esta fuera de toda discusión y que ya no es un tema, sino que viene implícito en cada vino, sin importar su rango de precio. Hoy, gracias a la evolución, los vinos van en busca de ganar en sutilezas, en aspectos diferenciales a partir de un terruño específico y de elaboraciones menos intervencionistas. Claro que para no meter la mano, hay que saber mucho. Y en eso están los enólogo, estudiando suelos, influencias de temperaturas, optimización es de riegos, probando con diferentes recipientes de elaboración y crianza, etc.

Pero al mismo tiempo las mismas bodegas que marcan el camino de la evolución, no están contentas con sus volúmenes de venta. En el mercado externo, porque no pueden aumentar los precios como quieren y la inflación les ha erosionado el margen, y por ende la motivación. En el ámbito local, si bien pueden tocar los precios a gusto y piacere, el consumidor nunca llega a alcanzarlos. Porque cuando se está empezando a enamorar de una etiqueta, se la corren un poquito más allá, hablando del precio. Pero la problemática es más profunda, y tiene que ver con lo cultural. Esta claro que vivimos en un país con situaciones que modifican constantemente nuestros usos y costumbres, y que siempre estamos preocupados por llegar a fin de mes lo mejor parados posible. Y el vino, como cualquier otro producto  sufre esos vaivenes.

Pero yo me pregunto como puede ser que se haya desperdiciado la década ganada del vino. A esta altura deberíamos estar tomando todos, mucho mas y mejor. Sin embargo estamos estancados. Y la culpa es un poco de todos.

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Las bodegas, porque salieron a vender vinos en forma directa por donde se pueda, ya sea puerta a puerta, a través de valijeros o de manera virtual. Las vinotecas por su parte se metieron en el mundo de las revistas;  tal punto que hoy todas tiene su propia publicación. Algunas más dedicadas a los contenidos pensando en el cliente mientras que otras son catálogos de venta disfrazados. Pero la realidad es que son revistas de buena calidad y gratuitas al alcance de los clientes. Sumado a la falta de tiempo relajado para leer, estas se han convertido en el único material de lectura especializada en las casas de los enófilos. ¿puede haber sido esto una revancha hacia aquellas revistas que se metieron a vender vinos? Quizás. Porque existen varias publicaciones que juntan distintas botellas, la mayoría hoy a la venta en vinotecas y restaurantes, y se las hacen llegar a la casa de sus socios y/o suscriptores. Hace mucho, cuando sólo existía el Club del Vino del recordado Cacho Vázquez, la idea es ofrecer vinos exclusivos, entendiéndose por ello vinos in conseguibles en Capital y alrededores. Pero hoy, esa exclusividad la tenemos en todos lados, porque a donde vamos siempre encontramos vinos que no conocemos. Me pasa a mi diariamente que me dedico a esto, y por eso me imagino lo que le pasa al consumidor. Esto, que parece un dato menor no lo es. Porque la venta de vinos es un arte tan importante como la elaboración. Lo mismo que editar una publicación. No es algo sencillo, debe haber una línea editorial, un respeto por el lector una distancia crítica y una consistencia en el mensaje. Algo que es imposible si se está de ambos lados del mostrador.

Por ultimo las exposiciones de vino. Hoy, todos hacen una, y el resultado está lejos de ser un beneficio para todos. Porque más allá de lo atractivo que significa tener eventos todos los días cerca de casa, hay que pensar en los que exponen y esa gran cantidad de vino regalado. Hay que preguntarse si se cumple el objetivo. Algo que claramente no está pasando, porque si no las bodegas no se quejarían de sus magras ventas actuales. Hay bodegas que hacen su propia feria, hay distribuidores que juntas a sus bodegas clientes para dar de degustar sus vinos a clientes y aficionados y surgieron organizadores de ferias de todos lados, más como oportunistas de un negocio que como verdaderos promotores del vino argentino.

Todo esto explica nuestra coyuntura. Si cada uno retrocediera algunos pasos y pudiera volver a poner foco en lo suyo, en lo que verdaderamente sabe hacer y por lo que se ha ganado el respeto del consumidor, todo seria distinto. Por Ejemplo, no  habría vinos por todos lados sin precios de referencia, habría vinos donde corresponde y al precio adecuado; léase no tan inflados. O las bodegas podrían pagar una publicidad como corresponde en un diario o en las revistas especializadas, sin necesidad de recurrir a entregar miles de botellas en canje que deambulan por ahí. Sin dudas, todo sería más claro si los zapateros volvieran a sus zapatos.

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