“Estamos viviendo un cambio de época”

#DEF

Con una dilatada trayectoria profesional a nivel nacional e internacional, el exdirector general de la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), Carlos Magariños, dialogó con DEF sobre su último libro, Argentina 4.0. La revolución ciudadana, en el que analiza los desafíos de nuestro país y propone alternativas para fortalecer el rol de la sociedad civil y reforzar el espíritu emprendedor en nuestra población.

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De la Revista DEF / Especial para Infobae

-Partiendo del título de su libro, Argentina 4.0, usted plantea que estamos viviendo la transición hacia una “democracia de los ciudadanos”. ¿En qué consiste este proceso?

-La propuesta del libro es repensar la relación de la gente con la política. Apunta al público en general y también a la clase política. Me da la sensación de que en la Argentina la democracia como sistema político es tomada muchas veces como rehén de burocracias partidarias, sindicales o por intereses económicos que la someten a un liderazgo personal hegemónico. Si observamos la bibliografía publicada por Naciones Unidas, por organismos multilaterales y por entidades bilaterales de asistencia técnica, se pregona que la mejor forma de fortalecer la democracia en el siglo XXI es ampliar los derechos individuales políticos y civiles. Los ciudadanos comienzan a reclamar; lo hemos visto en la Primavera Árabe y se ha extendido a todo el mundo. Se ha llegado a derrotar gobiernos, pero estos movimientos todavía no se muestran lo suficientemente efectivos como para construir nuevas instituciones.

-¿En qué punto de esa transición nos encontramos?

-Estamos en el momento del parto. La democracia, como sistema político, sobrevivió en el siglo XX a una fuerte competencia que le plantearon el nacionalsocialismo y el comunismo. Considero que la democracia ganó por un margen mucho más estrecho del que la mayoría de la gente piensa. ¿Qué le permitió a la democracia sobrevivir? Justamente su flexibilidad, su capacidad de adaptación. Terminamos el siglo con la mayor cantidad de personas, en la historia de la humanidad, viviendo en sistemas políticos libres; es decir, sistemas que no le imponen al individuo restricciones para ejercer sus derechos en libertad y que le dan además las herramientas para hacerlo. Estamos viviendo un cambio de época. Y los que no se den cuenta a tiempo probablemente van a tardar más en disfrutar de los beneficios del progreso y bienestar que ofrecen la modernidad y una economía integrada.

-¿Cómo ve puntualmente la situación actual de la Argentina?

-Me entristece mucho ver que la discusión política revierte otra vez a la figura de un candidato u otro. Sería muy bueno que cada candidato explicara cuál es su modelo de país. Después de la crisis financiera que vivió el mundo, ha habido algunos modelos de organización social y económica más exitosos que otros. Los tiempos están cambiando rápidamente en todo el mundo y hoy nuestro país tiene ventajas muy apetecibles: recursos naturales, poca población y un territorio pacificado. Estas ventajas comparativas deberían traducirse en la capacidad de nuestro sistema político de proveer de mejores condiciones de vida a la población. En el futuro, los países emergentes van a tener un renovado rol en el crecimiento de la economía y también van a ser los anfitriones de la mayor porción de la clase media global. En ese sentido, el libro trata de identificar las tendencias que van a dominar en los próximos años la economía y la sociedad, así como el rumbo que tomará el ideario político. Lo que planteo es que la Argentina se dedique a resolver sus problemas estructurales, que es lo que le permitirá dar un salto hacia delante.

-Cuando usted analiza la transición que vivió nuestro país después de la crisis de 2001-2002, advierte una “trampa” en la que caímos al autoconvencernos del éxito de nuestro modelo de crecimiento económico.

-Un problema habitual en Argentina es que los gobiernos se vuelvan adictos a algún mecanismo mágico de política económica para resolver todos los problemas. En su momento fue la convertibilidad. Ahora yo escucho decir que hemos crecido a las mayores tasas de nuestra historia. Objetivamente es cierto que hemos crecido mucho y la cantidad de personas viviendo por debajo de los márgenes de la pobreza se redujo notablemente respecto del pico de la crisis. Sin embargo, todavía hay mucho que hacer en ese terreno. El crecimiento, por sí solo, no es un buen indicador del bienestar social. Hay una discusión en el mundo, encabezada por Naciones Unidas, respecto de cuáles son las condiciones en las cuales la población puede ejercer su derecho a vivir una vida digna y ejercer la libertad y los derechos políticos. Un factor importante es la incorporación de tecnología, y lo que yo percibo es que casi toda América Latina presenta el mismo síntoma: no ha cambiado de manera sustancial su estructura productiva y, cuando lo ha hecho, como en el caso de Brasil, ha aumentado el peso del sector primario de su economía.

“LA SOCIEDAD CIVIL TIENE QUE COGESTIONAR”

-Usted habla también de un cambio de paradigma en el modelo de generación de la riqueza, basado en el surgimiento de nuevos emprendedores en lugar del actual predominio de una clase media de asalariados.

-En política uno tiende a resolver los problemas del futuro en los términos en los que los estudió en el pasado. Si hoy pensamos que podemos dar empleo a 8000 millones de personas en los mismos sectores del siglo XX y con la misma relación laboral, probablemente encontraremos dificultades. Los modelos están crujiendo. Un joven de 20 años no puede pensar en el país del pasado. Sería equivocado pensar que en el futuro vamos a discutir acerca de las ideas políticas del siglo XX; vamos a discutir acerca de otras ideas políticas que van a poner en cuestión de qué manera la solidaridad y la igualdad deben equipararse a los ideales de libertad individual y del ejercicio de los derechos políticos. Me parece que, en general, las sociedades de América Latina han llegado tarde a un consenso respecto de que democracia y progreso significan un cierto nivel de cohesión social que no puede soslayarse. Es en ese sentido que hay que sonar la diana y hacer un llamado a la reflexión moderna.

-¿Cómo podemos generar la semilla para el surgimiento de esos emprendedores?

-Vamos a necesitar emprendedores no solo en los negocios, sino también en la política y en la sociedad. En el futuro, los municipios van a tener que cogestionar actividades con la sociedad civil, abrir un canal de relación completamente nuevo entre los ciudadanos y los funcionarios. Ahí es donde existe un gran potencial para liberar la energía individual. Recorriendo el país en los últimos seis años, he visto que las organizaciones sociales de los barrios más marginales son muy efectivas a la hora de administrar el dinero. Hay que apostar por la gente y, en ese contexto, una educación de calidad es imprescindible porque es lo que va a hacer la diferencia. La educación enciclopédica del siglo XX ha quedado atrás y lo que se necesita hoy es más parecido a un coaching que al profesor que se para en el estrado. El profesor debe ser un entrenador que ayuda al alumno a entender la realidad.

-Pasando a las políticas sociales, usted cuestiona la perpetuación de los planes asistenciales del Estado.

-La mejor medida del éxito de una política social es la cantidad de personas que pueden “graduarse” y no la necesitan más en cierto plazo. Si no hay un progreso en ese sentido, no se trata de una política de desarrollo social, sino de una política meramente de asistencia. Cualquier sociedad progresista debería buscar que la cantidad de personas que necesitan asistencia se reduzca en el tiempo. No tiene sentido una sociedad dividida, en la que la porción de personas que necesitan asistencia aumenta.

-¿Podría explicarnos en qué consiste su idea de “Banco Social”?

-Son préstamos de persona a persona que han surgido en distintas plataformas de Internet en el mundo. Se han iniciado sin tener supervisión de ninguna entidad financiera o monetaria. Manejan cantidades respetables de dinero como, por ejemplo, dos millones de personas que se prestan entre sí 800 millones de dólares. Si eso lo puede hacer un grupo de personas, sin supervisión de entidades financieras, y las tasas de interés son convenientes y bajas, ¿por qué no pensar que eso mismo pueda funcionar en la sociedad como para disparar mayor interés de las organizaciones civiles y generar una sana competencia por proyectos sociales que consigan fondeo? Hay una tendencia en todo el mundo que se llama crowdfunding, para financiar obetivos específicos, que está aumentando muy rápidamente. Tenemos que estudiar este tipo de experiencias y ver en qué medida todos estos nuevos desarrollos se pueden adaptar para darle más protagonismo a la ciudadanía.

-En el plano político-institucional, usted plantea un rediseño de nuestra política fiscal e impositiva. ¿Cuál sería el camino a seguir?

-Yo pongo énfasis en la necesidad de una nueva Ley de Coparticipación Federal porque estoy convencido de que es la única forma de fortalecer los derechos individuales de la población. Los fundadores de la Argentina acordaron una organización federal porque no había otra forma. Nos llevó muchos años de sangre y todavía somos un país unitario en el sentido fiscal. Por su parte, muchas provincias reproducen hacia su interior el centralismo porteño. Desde mi punto de vista, debemos fortalecer los municipios y generar ahí mayores instrumentos de participación directa en el proceso democrático. La democracia, en el siglo XXI, debe ser capaz de resolver problemas concretos de los ciudadanos. En nuestro país, desgraciadamente, ha habido una superpoblación de líderes providenciales que, cada diez años, nos legan una crisis económico-financiera. Me parece que deberíamos dar por agotado el círculo vicioso de líderes providenciales, modelos inapelables y fracasos económico-financieros. Tenemos que pensar, más bien, en mecanismos que se vayan autorregulando, autoajustando, donde la gente tenga un protagonismo importante, y el objetivo principal no sea fortalecer al Estado ni al mercado, sino fortalecer a la sociedad, darles más derechos a los individuos y someterse verdaderamente a la voluntad popular. Someterse a la voluntad popular no es ir a una elección cada dos años, sino ejercer de manera cotidiana esa relación con los ciudadanos.

-Usted también cuestiona el excesivo presidencialismo de nuestro sistema político-institucional. ¿Cómo podríamos corregir esa característica de nuestro modelo político?

-En el contexto de la crisis de 2001, escribí un artículo en un importante diario en el que planteaba que, tal vez, el sistema parlamentario podría ser más efectivo que el presidencialismo para administrar un poder muy volátil y fragmentado. Por otra parte, en un contexto de hiperpresidencialismo, aun cuando el propio político en el gobierno no quiera voluntariamente generar la idea de que es infalible y pretenda mantener la idea del diálogo abierto, el propio sistema lo lleva a reforzar las sentencias tautológicas. Me da la impresión, entonces, de que hay que encontrar un mecanismo para moderar el sistema presidencialista o para promover que las provincias y el Congreso tengan una participación efectiva en la discusión sobre las políticas públicas.

“EL CIUDADANO DEBE PODER ELEGIR DÓNDE VIVIR”

-Hoy la riqueza del país está concentrada en una sola región. ¿Qué propuestas realizaría usted para fortalecer las economías regionales?

-En el libro desarrollo una serie de propuestas. Hablo allí, por ejemplo, de una ley de promoción de la Patagonia y de la creación de un mecanismo de promoción para crear veinte “ciudades de la Ciencia” o polos científicos. En la Argentina están dadas todas las condiciones para que tengamos 50 ciudades de un millón de habitantes. Es una tendencia mundial: todos los países van a desarrollar políticas para mitigar el proceso de migración hacia las grandes metrópolis. El objetivo no es impedir que la población vaya a poblar la principal metrópolis del país, sino promover el surgimiento de varias metrópolis.

-Otro punto sobre el que usted se detiene es justamente el impacto que tienen estos procesos de urbanización. ¿Podrían armonizarse desde el Estado?

-Los procesos de urbanización son complejos. Yo considero que, así como se ha prestado atención a determinados sectores de la sociedad para otorgarles algún tipo de subsidio o contribución del Estado, tal vez en el futuro sería muy bueno pensar cómo reconvertirlos en incentivos para que la gente se radique en el interior del país. Con algunos estímulos, podríamos lograr que en ciertas regiones del país tuviéramos “ciudades verdes” o, en otras zonas, “ciudades de la Ciencia”, generando incentivos. La verdadera revolución de los próximos años en la Argentina pasa por darle al ciudadano la posibilidad de elegir dónde vivir.

-Un último punto que podríamos analizar es el “fin de la energía barata” al que usted también se refiere en el libro. ¿Qué medidas podría adoptar nuestro país para aprovechar mejor sus recursos energéticos?

-Nosotros tenemos un gran potencial en Vaca Muerta y, además, contamos con una enorme cantidad de recursos de energía renovable que están escasamente explotados. Me parece que hay un tema importante con las redes de transmisión y conexión, para transitar hacia las “redes inteligentes” (smart-grids) de manera de disminuir el consumo de energía. Tendríamos que estimular a los usuarios para que produzcan energía y la suban a la red. Con un esfuerzo relativamente moderado, se puede lograr también que muchas nuevas construcciones sean eficientes en el uso de la energía o incluso produzcan energía y la suban a la red. Para eso necesitamos una red que pueda cargar esa energía. Tenemos que tratar de generar conciencia respecto de la importancia de un tratamiento urgente de una legislación en ese sentido.