-Mi cuerpo está lleno de cicatrices y machuques de todo tipo. A esto tenemos que sumarle que he tenido tres hijos, todos varones. En tan solo cinco años consecutivos saqué tres personas de mis entrañas. Una locura. Los nombré Paul, John y George. A mi analista le pareció algo “un poquito desmedido” -así me dijo- pero yo no le di bola. ¿Su argumento? Me dijo que era enchufarles algo muy mío…pero bueno, él no me va a entender jamás, seguramente no se ha puesto a escuchar detenidamente a estos cuatro marcianos del siglo XX. También le conté a mi “Psico”. -así le digo yo- que como no podía tener más hijos, en compensación, me había comprado un perro y que lo había nombrado “Ringo”. Echó a reír a carcajadas y me dijo: – Bueno, Elvira, está bien, usted gana, usted gana. Años después terminé medio amigota de ese terapeuta, era un muy buen tipo, muy astuto, pero musicalmente equivocado. Un día fuimos a su casa y en la biblioteca tenía una foto de Queen!! Freddie Mercury! Ese gritón todo sudado. Ese espasmódico insoportable! Esa foto hizo que mi terapeuta termine por caer, eso cerró definitivamente nuestro pasado como paciente y analista.
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Monólogos de la envidia
No soporto ver el éxito ajeno, licenciado. No tolero contemplar cómo otros tienen lo que yo anhelo y deseo. Me duele, me siento una infeliz; me percibo nada cuando veo que hay gente que ama, que disfruta y goza de lo que yo no puedo tener y gozar. Eso es lo que me pasa, esa es mi verdad. Estas son mis miserias, me odio por eso: es un sentimiento que me gobierna, y me hace vivir mal; pero se me impone, me toma. Tengo pensamientos destructivos hacia los que tienen lo que yo creo no poder tener.
La vez pasada observaba a una conocida que tiene un novio súper caballero, que la acompaña a todos lados: un tipo potente económicamente, y me llené de odio. Muy probablemente sufra de un profundo complejo de inferioridad, lo sé. Pero poco importa eso. El asunto sigue siendo que yo sigo sin tener lo que el otro tiene. ¿Seguramente usted está pensando que soy mala persona no? Si, no hace falta que me lo diga: es lo que ud cree; pero no me condene, no lo soy.
El ataque de pánico: un grito salvaje
-“Lo que experimenté es como si hubiese saltado de un avión y, en el aire, de repente, descubrir que no tenía puesto el paracaídas”
-“Es lo peor que me pasó, es sentir la muerte inminente, el descontrol total de mi mente y cuerpo”
-“Sentía temor a partirme en mil pedazos”
-”Como si me hubiese estallado una bomba adentro”
Y así describen los consultantes esta situación. Queridos lectores: cuando una persona está “tomada”, “gobernada” por esos instantes de pánico/terror…no hay consuelo, la realidad cae, pierde el brillo, todo se vuelve opaco; el desamparo y la indefensión son absolutos, ¿vieron los bebes cuando despiertan en estado de pánico en la noche? Bueno, eso. Son estados muy regresivos: el miedo es a la fragmentación, el “yo” teme pulverizarse. A ver, estoy hablando de un ataque de pánico franco y no de esos episodios de angustia fuertes que tienen muchas personas, y que se suelen confundir con el pánico.
¿Cómo elegir un buen profesional en salud mental?
En el país de más psicólogos por habitante, en donde la gente consulta masivamente, vamos a pensar algunas cosas. Las personas, al decidir emprender un proceso terapéutico, llegan con muchas expectativas; siempre se consulta en estado de sufrimiento en algún área de la vida. Los consultantes vienen a su sesión en busca de algo que los alivie o que -por lo menos- les aporte una manera diferente de pensar sus problemas, de pensarse a sí mismos. Para empezar a hablar de lo que les pasa, los pacientes depositan mucho en la figura del psicólogo; de alguna manera él será el conductor en ese proceso de “cura”. Bien, aquí la cuestión: ¿en manos de quién dejamos nuestros secretos, nuestras emociones, nuestras debilidades? ¿Cómo saber si la persona que tenemos enfrente es apta o está en condiciones de ayudarnos?
¿Cuál es el drama masculino por excelencia?
Ser varón, la masculinidad, está atravesada por un drama fundamental, podríamos decir “estructural”: una parte de los hombres, en mayor o menor medida, en el territorio del amor de pareja, luchan con la siguiente situación: allí donde aman…les cuesta desear; y donde desean, les cuesta amar. A ver: esto es lo que, desde el psicoanálisis se explicita cómo resolver, fusionar, unir, lo tierno -amoroso- con lo erótico (sexualidad, pasión), en una misma mujer. Continuar leyendo
Los hijos y su la infancia olvidada
¿Qué recuerdan ustedes de cuando tenían un año, seis meses, dos años? Seguramente poco y nada ¿Es curioso no? Porque, justamente, es en esa época de nuestra existencia en donde se construye gran parte de lo que somos; es allí en donde se producen las primeras impresiones y experiencias que va a dar como resultado todo lo que después va a ser la base de lo que llamamos “personalidad”. Lo cierto es que un día “aparecemos” (como por arte de magia) en este mundo; y comenzamos a transitar las primeras experiencias de satisfacción, de alegría, de dolor, de angustia, y se van consolidando las matrices fundamentales de todo el enorme abanico de sentimientos, emociones y estados de ánimo que experimentamos los seres humanos durante toda la vida. Y bueno, allí empezamos a construir el vínculo con nuestros padres; que se construye si, como cualquier otro. El niño va adoptando a esos padres y viceversa. Si bien es cierto que un niño está quizá desde mucho antes en el deseo y fantasías de sus padres (esa es nuestra pre-existencia), lo central es que nacemos y empezamos a dejar atrás nuestra prehistoria para meternos de lleno en una historia tangible, de cuerpos digamos, intenso como pocos, como lo es el del cachorro humano con sus progenitores.
La sexualidad después de los hijos
Es una realidad observable, una cuestión que se escucha a diario, ya sea en pacientes individuales, en consultas de pareja o en los diferentes ámbitos por donde circulamos: sostener la pasión, el erotismo, con la venida de los hijos, se hace muchas veces difícil.
Para abrir el tema, me gustaría decir que no hay que alarmarse o sentirse en falta con uno, con la pareja: es algo que en mayor o menor medida, le ocurre a todo el mundo. La llegada de un hijo es un acontecimiento extraordinario, en el mejor de los casos ese niño viene desde hace meses ya en las fantasías de esos padres. Son momentos de mucha expectativa; de una espera que puede ser hermosa, pero también es tensionante y se acoplan montones de lógicos miedos; y ni hablar cuando la pareja es primeriza. No tengan ninguna duda: tener un hijo es un acontecimiento traumático, nacer también. Es un hecho tan, pero tan extraordinario y delirante, que supera ampliamente nuestra capacidad de metabolizarlo, de simbolizarlo. Es un tsunami de estímulos visuales, emocionales, racionales… todo en horas. Pero ocurre que hay traumas positivos y otros negativos. Entiendan “lo traumático” como aquel acontecimiento o situación que nos supera en la capacidad de procesarlos, no como sinónimo de algo negativo. Por ejemplo: la metamorfosis de la pubertad es un acontecimiento traumático, pero es parte de la evolución. Allí lo biológico, el cuerpo y sus transformaciones, van delante de la apropiación simbólica/emocional de ese suceso. Con un hijo es algo por el estilo, la escena (potente y desorganizante como lo es un parto) se presenta antes de que tengamos las herramientas para entenderla y digerirla… por eso “traumatiza” un poco. Nadie está preparado para esos partidos. Continuar leyendo
El valor del enojo y el desastre de la violencia
Enojarnos con determinadas situaciones o personas es parte de la vida. Hay momentos en que, si no fuera por ese estado emocional, no podrían resolverse los conflictos. Muchos logros sociales y personales, muchos cambios en la vida, arrancan desde esa baldosa. En algún punto – si instrumentamos y colocamos bien ese enojo en la realidad – es motor de adelanto social e individual. Enojarse es mucho más productivo que la pasividad, que vivir atragantado y sin reaccionar ante las cosas que consideramos injustas. El punto es cuando el asunto toma mucho volumen y se pasa a la ira o furia incontrolable y ya estamos en los límites de la violencia. Hoy me enojé con un tipo del seguro que me hizo una trampita, de esas que hacen los vendedores. Fue con la persona directa, pues era en un banco. Mi enfado fue captado por el amigo y, finalmente, el conflicto se resolvió. A decir verdad mi enojo era mínimo, pero “actuaba” para lograr el objetivo. Un poco como uno hace con los hijos: sus conductas pueden dispararnos enojos, pero tenemos que entender que no podemos estarlo realmente, pues son niños, están aprendiendo a vivir y sólo tenemos que educarlos ¿qué hacemos? o ¿qué debiéramos hacer? Actuar un poco, construir un “como si”. El enojo puede estar, real y válido, pero tenemos que instrumentarlo a los fines de que el chico entienda -por ejemplo- que tiene de dejarse de “joder” con los fósforos, con el fuego.
Cuando los enojos se transforman en furia o ira y los impulsos pierden su cauce… terminando perdiendo el gobierno sobre nosotros mismos. Es importante que entendamos que la violencia no es un camino o un método de resolución de conflictos, al contrario, los potencia. El mundo y la vida cotidiana están llenos de violencia; las grandes ciudades son fabricas de tensión y gatillan lo peor de los hombres. Pero la experiencia muestra que la violencia, en cualquiera de sus formas, sólo hace que las personas sigan devorándose entre sí. Sigamos apostando a la palabra, a las vías legales para resolver los conflictos que genera la compleja vida anímica de los seres humanos.
Nadie cambia de un día para el otro
Los psicólogos, en nuestro trabajo cotidiano, escuchamos permanentemente frases que hablan de cambios repentinos. Por sobre todo es en las relaciones de pareja en donde suena más esa música. A ver: las personas sólo con mucho esfuerzo hacemos cambios, y pueden ser muy grandes, ¿por qué no? pero lleva su tiempo. Nadie modifica aspectos fundamentales de su personalidad, de su carácter, de su temperamento o de su “modo de ser” de un día para el otro.
Sin embargo, es cierto que frente a ciertas situaciones o acontecimientos, muchos individuos pueden dar saltos importantes en su vida. Hablo de giros madurativos y emocionales que hacemos a partir de atravesar grandes crisis personales o de vivir situaciones traumáticas o experiencias extraordinarias positivas. Pero estas son la excepción, no la constante. En casi todos los casos, la variable tiempo es fundamental.
Psicologos, en manos de quien dejamos nuestra salud mental.
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