En el país de más psicólogos por habitante, en donde la gente consulta masivamente, vamos a pensar algunas cosas. Las personas, al decidir emprender un proceso terapéutico, llegan con muchas expectativas; siempre se consulta en estado de sufrimiento en algún área de la vida. Los consultantes vienen a su sesión en busca de algo que los alivie o que -por lo menos- les aporte una manera diferente de pensar sus problemas, de pensarse a sí mismos. Para empezar a hablar de lo que les pasa, los pacientes depositan mucho en la figura del psicólogo; de alguna manera él será el conductor en ese proceso de “cura”. Bien, aquí la cuestión: ¿en manos de quién dejamos nuestros secretos, nuestras emociones, nuestras debilidades? ¿Cómo saber si la persona que tenemos enfrente es apta o está en condiciones de ayudarnos?
La vez pasada una joven, en su primera consulta, me relataba que venía de una mala experiencia. Había estado nueve meses con una psicóloga que le hablaba muy poco, que casi no le daba devoluciones; que la profesional fumaba en sesión, que el trato era rígido y distante. Otro me decía que el profesional al que había asistido tenía muchísimo sobrepeso y que anotaba todo y la miraba muy poco. Otro, me dijo cierta vez, que su psicólogo, también médico, en la primera sesión, le había recetado medicación: -”me pareció apresurado, ni me conocía, no me veo tan mal, como para que, de entrada, sin saber mi historia, me medique”. Puedo contar muchos relatos de este tipo. En un momento, la chica de la psicóloga “fumadora”, me dijo. :- “mire licenciado, la verdad es que yo me voy a tomar el trabajo de hacer un diagnóstico de usted, de si está en condiciones de ayudarme, porque más allá de la experiencia que acabo de contarle le digo: yo tengo un montón de amigos y conocidos psicólogos y están todos chapa, tienen millones de quilombos no resueltos y viven mal…y van… y atienden pacientes”-.
Bien, pero tomemos el ejemplo de la joven:- una chica muy lúcida e inteligente por cierto -. Más allá de la problemática que relataba, tenía una sana desconfianza en relación a elegir en donde quedarse. Ojalá todos los pacientes pudieran hacer eso en vez de quedarse años en tratamientos autistas que se empantanan y no generan ningún cambio real en su vida. Porque hay algo central: tiene que haber cambios concretos y reales en las diferentes áreas de su vida, o en alguna, pero cambios, y más o menos a corto plazo. Por supuesto nuestro laburo no es exactamente levantar síntomas, la “cura por la palabra” tiene muchos objetivos, no solo ese; pero la gente viene para sentirse mejor “corta la bocha”, como dicen por ahí. Veamos: una profesional, psicóloga en este caso, que atiende fumando -casualmente la paciente venía luchando por dejar el cigarrillo – pero eso es anecdótico si se quiere, puede no estar luchando contra el cigarrillo la paciente, es lo mismo. El tema es que allí hay un profesional que fuma en sesión. A ver: al menos, si se está atrapada en una adicción…no lo exhibas frente a tus pacientes. El hecho es que la psicóloga le mostraba “en acto” al consultante que estaba atornillada en una adicción tan destructiva como el tabaquismo, que es pulsión de muerte lisa y llanamente. El otro, con el tema del sobrepeso, también mostraba o “decía” en acto: “soy dejada con mi cuerpo, no me cuido, no tengo control sobre mis impulsos, como y como, hasta la obesidad”. A ver, hay excepciones en donde el sobrepeso ( la obesidad es una enfermedad en sí misma) es producto de problemas médicos muy complejos, pero, en líneas generales, está más asociado a cierto desorden y destructividad, y es una enfermedad que en gran parte de los casos, depende de nosotros “curarla” o mantenerla bajo nuestro control. ¿Complicado no? ¿Acaso lo que tiene llegada no son los ejemplos? ¿Y si a esa psicóloga le llega una persona que lucha contra el sobrepeso? Digo, los consultantes se fijan en esas cosas, somos un cuerpo, nuestra apariencia habla de nosotros, mucho; el lenguaje es solo una forma de comunicación. El cuerpo, nuestras conductas, nuestras actitudes, nuestra mirada, también comunican. ¿Todo un tema verdad? Con el trato rígido o distante igual, eso no suma a que las personas se suelten.
Pero volviendo al tema: ¿cómo saber si estamos frente a una persona que está en condiciones de ayudarnos? Bueno, lo primero que tenemos que hacer es tomarnos tres o cuatro sesiones para ver si nos sentimos cómodos y si esta persona parece sensata y “normal” en el trato. ¿Qué quiero decir con esto? Bueno, el tipo de trato social de un psicólogo con su paciente no tiene por qué diferir, en esencia, de otras modalidades que tenemos entre seres humanos. A ver: es un vínculo asimétrico, eso es así, los consultantes lo captan, pero no hace falta resaltarlo con distancia o no sé qué cosa. En nuestra vida diaria, cuando charlamos con nuestros amigos, con nuestros compañeros de trabajo, la cosa fluye, hay intercambio permanente de opiniones, interrupciones, etc. Bueno, en un consultorio no tiene por qué ser muy diferente. Es diferente sí: habla más el paciente en general, pero no tiene por qué serlo tanto. Les cuento todo esto porque realmente creo que esa postura “seria y aséptica” que adoptaron y adoptan miles de psicólogos en nuestro país ha generado bastante daño en la gente. Si, considero que el tipo de vínculo que tiene que generarse dentro de un consultorio tiene que ser de intercambio permanente, de devoluciones y de tensiones también, ¿por qué no? Pero tensiones productivas y no esas innecesarias: las del excesivo silencio, la de la distancia que algunos profesionales ponen con sus pacientes, o del diván -el diván es una “herramienta de trabajo” muy cuestionable, instituida, pero cuestionable- al menos yo lo veo así. Porque el punto es que todo eso termina generando, con el tiempo, tratamientos autistas, improductivos, terapias que se empantanan. Muchas veces se construyen grandes pensamientos, inteligentes interpretaciones de “lo que me pasa”, pero, en la realidad, no hay cambios, no hay disfrute de la vida.
Entonces, yo creo que los pacientes, frente a un escenario como el que describimos, pueden defenderse e ir a profesionales más sueltos y que propongan sesiones más dinámicas y productivas. Porque, aparte, esa rigidez o ese “encuadre” distante que el psicólogo proponga…incluso a veces el uso del diván (no digo siempre) puede hablar de ciertas limitaciones del profesional, de que no puede sostener el cara a cara, hay profesionales muy buenos que lo usan, que yo lo considere una herramienta obsoleta, no anula que a muchos consultantes o a algunos colegas les funcione. En general, en salud mental, los más efectivos, son aquellos que cuando vamos a la primera sesión, notamos cierta soltura en el trato, algo normal, algo común digamos, sin tanto misterio. Y cierta actitud -cómo decirlo- ¿vital?..Sí, eso. Armarse un personaje misterioso y silencioso quizá garpa más, da más enigma…misterio, pero…a mi criterio, eso no camina. Y algo central: las personas tienen que irse más aliviadas en su dolor al terminar la sesión, quizá más en conflicto, pero menos angustiadas; y tienen que partir sintiendo que fueron comprendidas en lo que les pasa. En relación a la rigidez recuerdo que una vez un paciente me contó que su psicólogo no le quiso decir de qué cuadro era. A esta persona le había parecido tan anormal esa actitud que el vínculo se fue enfriando y finalmente se fue. Yo me hubiese ido también. Bueno, la gente, hoy por hoy, rechaza a ese modelo de psicólogo mezquino y rígido en el trato. También se rechaza el exceso de intelectualidad en el tratamiento o los psicólogos que aplican “técnicas” violentas, como atender 10 minutos y cortar la sesión, un disparate. Por más mal que una persona llegue al consultorio puede hacer, aunque sea por unas sesiones, una pequeña evaluación del profesional.
Ahora bien: ¿un psicólogo, psiquiatra, tiene que ser una persona con todos los problemas resueltos y ser un sujeto completo y feliz? No -eso no es posible – ni para nosotros ni para nadie. Pero tiene que haber vivido una experiencia sostenida y productiva como paciente. Y si, tiene que tener un grado importante de dominio de sus pulsiones destructivas, un importante conocimiento de sí mismo y -por sobre todo- tiene que tener gobierno sobre sus enemigos internos y cierto manejo y realización de sus deseos. Y algo no menos importante: tiene que haber vivido, mucho. Somos nuestras experiencias, y lo que aprendimos de ellas…también como psicólogos eso está en juego, tratamos de no poner mucho “de nuestros pensamientos y experiencias”, pero eso es un ideal, y es más: ante escenarios de mucha devastación, tenemos que jugar ciertas cartas asociadas a nuestra vida, no pasa nada, si uno sabe por qué y para qué. Todos los seres humanos tenemos dentro un enemigo que empuja a vivir mal, y a que hagamos goles en contra. Los que trabajamos con el dolor humano tenemos la responsabilidad ética de trabajar profundamente con nosotros, de ser, por qué no, ejemplo de gobierno sobre lo peor de nosotros. Un sujeto atrapado en sus fantasmas difícilmente pueda aportar algo a alguien, imposible diría. Después, claro, en la vida pasan cosas, y somos como cualquier persona en relación al abanico de emociones que podemos sentir. Tómense su tiempo para elegir terapeuta, agudicen sus intuiciones para hacer una breve evaluación. Hagan eso también para elegir pareja o para tomar cualquier tipo de decisión en la vida, no nos apuremos para las cosas. Y no olviden: “lo que cura”, si hablamos de terapias, cualquiera sea la teoría que el profesional use, ES EL VINCULO. Si el profesional les mezquina el vínculo…o si les dice cosas demasiado raras…a seguir buscando.
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