Con este texto doy inicio a una serie que describe edificios, espacios, y lugares capaces de evocar emociones intensas y sentimientos encontrados. Algunos de estos sitios fueron, como el título explicita, escenario de hechos infames. Otros inquietan por lo incierto y vago de su verdadera naturaleza.
En este vano intento de definir sensaciones tan borrosas, me acompaña Fernando Schapochnik, colega, amigo, y fotógrafo.
Justo antes de la autopista, yace, pristina e inexpugnable, la blanca casa de las noticias financieras. Llamativa por su frontal arquitectura posmoderna, su letrero aurinegro y el celoso enrejado exterior, alojó durante varios años uno de los lugares más interesantes de este listado. En uno de los últimos pisos, sumida en una semi-penumbra perenne, la Mesa de Dinero de Julio Ramos: espacio secreto de prestidigitación y martingalas, donde los avezados y los bien contactados multiplicaron su dinero como por arte de magia.
Pero eso no era magia, no señor. Era simplemente el resultado de una buena gestión de las relaciones personales y de una navegación confiada de los verdes ríos bursátiles. La clave era avanzar siguiendo los consejos de los marineros amigos, dueños de noticias frescas provenientes del Central Banco y de sus infinitos desprendimientos: financieras, consultoras, casas de cambio formales e informales, arbolitos, covachas llenas de billetes arrugados de países de todo el mundo, cuartitos, dependencias, altillos, rincones, galerías, callejones, pasadizos, escaleras de incendio, latas de galletitas, cajas de zapatos con doble fondo, bolsillos cosidos de sacos viejos, y colchones añosos ablandados por incontables horas de sueño.
La información viajaba velozmente, y detrás de ella, siguiendo el camino, la seguían las inversiones, los bonos, los cheques y todas las ficciones que tanto dominaban los visitantes de la mesa. Seguramente, al contemplar Paseo Colón detrás de los vidrios esmerilados, ellos se habrán sentido felices y satisfechos, llenos del regocijo que trae la certeza de haber sido ¨avivados¨ y zafar automáticamente de pertenecer al pelotón de desesperados personajes de Jorge Asís que pueblan las veredas de nuestra ciudad.
Después de algunos años de éxito, el misterioso recinto fue desactivado. Cuestiones de distinta índole le hicieron perder importancia frente a otros ámbitos de actividades similares. Pero aunque hayan pasado muchos años, hay algo que el edificio no ha perdido. Desde afuera, aún nos hace sentir como si estuviésemos excluídos de algo. Nimbado de cierto aire protector, rebalsando al viejo San Telmo con su nostálgico sabor a 90s, se obstina en demostrarnos una y otra vez que nunca sabremos qué es lo que pasa realmente allí dentro.