Así roban libros en Buenos Aires

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Podría ser cualquiera: tu novio/a, tu padre, tu jefe o tu mejor amigo. Los ladrones de libros, con cierto bagaje cultural, podrían citar de memoria algún pasaje del Primer libro ruso de lectura de Tolstoi, hablarte de la influencia de Oliverio Girondo en los poetas contemporáneos o recomendarte alguna desconocida joya literaria. Pero allí están, agazapados, a la espera de una mínima distracción, por parte del empleado de la librería, para tener algo con que entretenerse cuando lleguen a sus casas.

Testimonio de un librero

Nicolás tiene 26 años y trabajó durante casi tres en una librería del barrio de Recoleta, donde, como contará más adelante, los ladrones de libros son más frecuentes de lo que se cree.

Lo primero que me dice es que “se calcula que un 5% del inventario de libros tiende a perderse dentro de la librería, o mejor dicho, es perdido a manos de clientes inescrupulosos”.

Luego, le pregunto en qué momento se da cuenta de que han robado: “Muchas veces pasa que cuando algún cliente pide un libro, que hace rato que no se movía, y chan, chequeás el stock, pero no podés dar con el título que te piden”, responde.

Por último, Nicolás rememora una anécdota: “Una vez una señora algo mayor estuvo dando vueltas por la librería por un buen rato. Éramos tres los que trabajábamos. Entonces, cada 15 minutos chequeábamos si necesitaba alguna ayuda para encontrar libros. Me acuerdo que llovía y por eso había poco movimiento. Esos días son terribles porque uno se achancha un poco. Al rato, entró el dueño. Con un movimiento brusco, le pide a la señora que muestre lo que tenía entre las manos. Ella tenía su cartera, un piloto y un diario. Adentro del diario, llevaba varias novedades de Anagrama.

Libro que recuerda que haya sido robado: Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo, de Haruki Murakami.

Confesiones

E.J. tiene 28 años, es padre de una niña, y habitúe de las míticas librerías de la calle Corrientes y del centro. Allí es donde suele robar libros. Le pregunto sobre su último robo y me cuenta:

“Yo estaba con una bolsa y miraba al fondo del local, donde estaba una señora anteojuda (sospecho que la dueña) leyendo atentamente una revista. Con una mano agarré el libro y con la otra abrí la bolsa”. Mientras me dice esto, E.J. silba y acompaña su sonido de viento con un gesto particular con una de sus manos, como si dijera pa’ dentro. Luego, deja salir una sonrisa que busca complicidad.
Por último, le preguntó si experimentó algo en particular y me contesta: “Me fui con una mezcla de angustia y culpa”.

Un libro robado: Fútbol. Juego, deporte y profesión, de César Luis Menotti.

Pero las librerías de Corrientes, no son las únicas que sufren este tipo de robo. Las medianas y grandes librerías también lo padecen. Aunque, en este caso, como contará S.T., son un tanto más refinados.

“A la librería *** la desvalijé”, confiesa S.T., un ex ladrón de libros, treintañero y amante del cine de Stanley Kubrick.

Ante esta contundente afirmación, le pregunto sobre su modus operandi: “*** te cambia los libros con la bolsa. Entonces, cuando llegás a tu casa, la guardás entre medio de una pila de ropa para que no se arrugue. Después, vas a la librería, mirás los libros y te elegís el más caro. Uno de arte o cine si es posible. Lo metés en la bolsa y vas a la caja. Le decís a la cajera que venís a cambiar un libro y entonces te dan el valor de lo que vale para que elijas los que quieras”.

Un libro robado: Blade Runner, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

El último testimonio lo encontré hace un tiempo, a través de la lectura de la coloquial y demoledora crónica Alta rotación (Tusquets), de la joven escritora Laura Meradi:

“Antes de llegar a la esquina me meto en una librería. Hay una fila larga de clientes esperando para que les cobren sus libros, casi todos best-sellers para regalo. Me voy al fondo, donde hay menos gente. Busco un libro que me entre en el bolsillo del delantal, para leerlo en los tiempos muertos de la noche. Voy de estantería en estantería, pero nada me convence. Me detengo frente al cartel de poesía. Leo los lomos de los libros. Veo, en uno de los estantes más cercanos al piso, un libro finito con lomo de cartón: Una temporada en el infierno. Lo saco inmediatamente y lo deslizo en el bolsillo de mi delantal (Pág. 264)”.

Para finalizar, vale destacar que este fragmento produjo un hecho poco frecuente. Pues las autoridades de la librería, luego de enterarse del robo relatado en el texto, decidieron retirar todos los ejemplares de Alta rotación de sus locales. A pesar de que éste era uno de los más vendidos de aquel momento.