Transmito desde el Havanna de Ciudad de la Paz y Echeverría. Vine a buscar la dosis semanal -de necesidad vital- del delicioso alfajor de chocolate blanco y nuez. ¡Atención, atención! Perdonen, pero interrumpo el relato porque acaba de entrar una famosa con aires de estrella, una chica que trabaja en la tele, que opina del programa de Tinelli, no me acuerdo cómo se llama, es una flaquita con cara de tragedia, de muerte inminente, que habla con voz afónica, no me puedo acordar el nombre. Está maquilladísima y transpirada, tiene puesto un vestido strapless verde militar de algodón con un cinturón negro y zapatillas blancas de cuero, tipo botita, con tachas. Ahora exige a los gritos un café con leche para llevar y un havanette azul mientras afuera espera su C3 con balizas. Yo la verdad es que espero que un 113 le roce el costado y le arranque el espejito.Afuera, además del auto de la famosa estacionado en doble fila, suceden otras cosas. En el medio de una nebulosa de alrededor de 35 grados, dos policías de algo llamado “Brigada de Prevención” corren con rifles en la mano en dirección a la calle Amenábar. Acá adentro la gente se asusta, mira, comenta, pero nadie termina de abandonar su mesa fresca y habitable. Nada es tan importante como la amabilidad del aire frío. Está tan fuerte el aparato que me arrepiento de no haber metido un saco adentro de la cartera, se me puso la piel de gallina. Pasa que me vestí preparada para no sentir más calor que el que roza la piel, el de la sensación térmica. Una blusa suelta blanca, sin mangas, con la espalda descubierta (de Clara Ibarguren de hace dos temporadas) y una pollera de Levi’s, acampanada, corta y de cintura alta, de un jean tan ligero que parece algodón peruano. No digo que no tuve calor -habría que ponerse un traje aislante para lograrlo- pero así vestida la vida es mucho más amable. Contra el jean en verano
Transmito desde el Havanna de Ciudad de la Paz y Echeverría. Vine a buscar la dosis semanal -de necesidad vital- del delicioso alfajor de chocolate blanco y nuez. ¡Atención, atención! Perdonen, pero interrumpo el relato porque acaba de entrar una famosa con aires de estrella, una chica que trabaja en la tele, que opina del programa de Tinelli, no me acuerdo cómo se llama, es una flaquita con cara de tragedia, de muerte inminente, que habla con voz afónica, no me puedo acordar el nombre. Está maquilladísima y transpirada, tiene puesto un vestido strapless verde militar de algodón con un cinturón negro y zapatillas blancas de cuero, tipo botita, con tachas. Ahora exige a los gritos un café con leche para llevar y un havanette azul mientras afuera espera su C3 con balizas. Yo la verdad es que espero que un 113 le roce el costado y le arranque el espejito.Afuera, además del auto de la famosa estacionado en doble fila, suceden otras cosas. En el medio de una nebulosa de alrededor de 35 grados, dos policías de algo llamado “Brigada de Prevención” corren con rifles en la mano en dirección a la calle Amenábar. Acá adentro la gente se asusta, mira, comenta, pero nadie termina de abandonar su mesa fresca y habitable. Nada es tan importante como la amabilidad del aire frío. Está tan fuerte el aparato que me arrepiento de no haber metido un saco adentro de la cartera, se me puso la piel de gallina. Pasa que me vestí preparada para no sentir más calor que el que roza la piel, el de la sensación térmica. Una blusa suelta blanca, sin mangas, con la espalda descubierta (de Clara Ibarguren de hace dos temporadas) y una pollera de Levi’s, acampanada, corta y de cintura alta, de un jean tan ligero que parece algodón peruano. No digo que no tuve calor -habría que ponerse un traje aislante para lograrlo- pero así vestida la vida es mucho más amable. 




