El autoboicot

Por estos días estuvo en la escena pública el episodio de los dos pilotos y una reconocida vedette del medio. La escena ocurrida en la cabina puso a la sociedad en alarma, pues son situaciones que visibilizan el estado de anomia general que impera en nuestra sociedad. Ahora bien: este legítimo malestar social frente a ese “todo es posible”…se mezcla, esta vez, con profundas cuestiones que hacen a mi práctica cotidiana.

Los seres humanos atentamos contra nosotros mismos. Hay una tendencia destructiva que apunta a la aniquilación de  nuestra especie. Las guerras, el poco cuidado del planeta, la violencia en cualquiera de sus formas, es hacia nosotros, siempre: en el fondo no hay enemigos, sólo fuerzas  que se va anclando en diferentes odios o argumentos para desplegarse, pero el resultado final es siempre el mismo… “el hombre es el lobo del hombre”.descarga

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“El caso Elvira”…

-Mi cuerpo está lleno de cicatrices y machuques de todo tipo. A esto tenemos que sumarle que he tenido tres hijos, todos varones. En tan solo cinco años consecutivos saqué tres personas de mis entrañas. Una locura. Los nombré Paul, John y George. A mi analista le pareció algo “un poquito desmedido” -así me dijo- pero yo no le di bola. ¿Su argumento? Me dijo que era enchufarles  algo muy mío…pero bueno, él no me va a entender jamás, seguramente no se ha puesto a escuchar detenidamente a estos cuatro marcianos del siglo XX. También le conté a mi “Psico”. -así le digo yo-  que como no podía tener más hijos, en  compensación, me había comprado un perro y  que lo había nombrado “Ringo”. Echó a reír a carcajadas y me dijo: – Bueno, Elvira, está bien, usted gana, usted gana.  Años después terminé medio amigota de ese terapeuta, era un muy buen tipo, muy astuto, pero  musicalmente  equivocado. Un día fuimos a su casa y en la biblioteca tenía una foto de  Queen!! Freddie Mercury! Ese gritón todo sudado.  Ese espasmódico insoportable! Esa foto hizo que mi terapeuta termine por caer, eso cerró definitivamente nuestro pasado como paciente y analista.the beatles

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Monólogos de la envidia

No soporto ver el éxito ajeno, licenciado. No tolero contemplar cómo otros tienen lo que yo anhelo y deseo. Me duele, me siento una infeliz;  me percibo  nada cuando veo que hay gente que ama, que disfruta y goza de lo que yo no puedo tener y gozar.  Eso es lo que me pasa, esa es mi verdad. Estas son mis miserias, me odio por eso: es un sentimiento que me gobierna, y me hace vivir mal; pero se me impone, me toma. Tengo pensamientos destructivos hacia los que tienen lo que yo creo no poder tener.

La vez pasada observaba a una conocida que tiene un  novio súper  caballero, que la acompaña a todos lados: un tipo potente económicamente, y me llené de odio. Muy probablemente sufra de un profundo complejo de inferioridad, lo sé. Pero poco importa eso. El asunto sigue siendo que yo sigo sin tener lo que el otro tiene.  ¿Seguramente  usted está pensando que soy mala persona no? Si, no hace falta que me lo diga: es lo que ud cree; pero no me condene, no lo soy.envidia

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El ataque de pánico: un grito salvaje

-“Lo que experimenté es como si hubiese saltado de un avión y, en el aire, de repente, descubrir que no tenía puesto el paracaídas”

-“Es lo peor que me pasó, es sentir la muerte inminente, el descontrol total de mi mente y cuerpo”

-“Sentía temor a partirme en mil pedazos”

-”Como si me hubiese estallado una bomba adentro”

Y así describen los consultantes esta situación. Queridos lectores: cuando una persona está “tomada”, “gobernada” por esos instantes de pánico/terror…no hay consuelo, la realidad  cae, pierde el brillo, todo se vuelve opaco;  el desamparo y la indefensión son absolutos, ¿vieron los bebes cuando despiertan en estado de pánico en la noche? Bueno, eso. Son estados muy regresivos: el miedo es a la fragmentación,  el “yo” teme pulverizarse. A ver, estoy hablando de un ataque de pánico franco y no de esos episodios de angustia fuertes que tienen muchas personas, y que se suelen confundir con el pánico.mazazo

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La acción como salida a los problemas

En nuestro país la psicología está por todos lados. Se presenta  en televisión, revistas, diarios, internet. Todo esto tiene un costado muy positivo: la gente ya sabe que esa herramienta existe y que está comprobada su eficacia, que ayuda, que suma y que -muy a menudo- salva vidas humanas, muchas. Pero también, la excesiva presencia de la psicología o el psicoanálisis en nuestra sociedad ha generado algo curioso. Les cuento: la vez pasada yo le decía a una persona algo así:  - vos has pasado por varios psicólogos y teorías; ya tenés una vastísima idea de los condicionamientos que te ha impuesto tu historia familiar. Ya sabes, en líneas generales, la subtrama de muchos de tus síntomas y angustias. También comprendiste a muchos de tus enemigos internos: es hora de empezar a vivir.

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Lo que cura…es la vida (los psicólogos acompañamos)

Somos nuestras experiencias y lo que logramos aprender de ellas.

La vez pasada  un consultante decía  sentirse empantanado, que consideraba que no estaba mejorando pese a su  año y pico de tratamiento; que sí me reconocía   haber dejado de ser “un vampiro”   -se había instalado como cosa cómica que él había llegado totalmente vampirizado- y que se estaba planteando dejar de venir, estaba enojado conmigo, muy. Estoy hablando de una persona con una enorme complejidad de síntomas obsesivos, muy limitantes para su vida. De alguna manera, el culpable de su mal estar…era yo. Durante ese año, mi objetivo fundamental era que el muchacho salga de su casa – y de la oscuridad- y que se instale en el mundo del trabajo. Para él eso no era central ni era su motivo de consulta. Algunos de ustedes pueden pensar que lo que hice fue demasiado directivo. Sí, lo fue. Yo estaba convencido de  que el laburo, y todo lo que circula en ese mundo, para este caso (quizá no para otro) era el primer paso, y la verdad que no me moví mucho de ahí hasta que empezó a trabajar, con resultado muy positivo para él. Continuar leyendo