Somos nuestras experiencias y lo que logramos aprender de ellas.
La vez pasada un consultante decía sentirse empantanado, que consideraba que no estaba mejorando pese a su año y pico de tratamiento; que sí me reconocía haber dejado de ser “un vampiro” -se había instalado como cosa cómica que él había llegado totalmente vampirizado- y que se estaba planteando dejar de venir, estaba enojado conmigo, muy. Estoy hablando de una persona con una enorme complejidad de síntomas obsesivos, muy limitantes para su vida. De alguna manera, el culpable de su mal estar…era yo. Durante ese año, mi objetivo fundamental era que el muchacho salga de su casa – y de la oscuridad- y que se instale en el mundo del trabajo. Para él eso no era central ni era su motivo de consulta. Algunos de ustedes pueden pensar que lo que hice fue demasiado directivo. Sí, lo fue. Yo estaba convencido de que el laburo, y todo lo que circula en ese mundo, para este caso (quizá no para otro) era el primer paso, y la verdad que no me moví mucho de ahí hasta que empezó a trabajar, con resultado muy positivo para él.
Las sesiones siguieron, los reclamos de “usted no me cura” eran cada vez más fuertes. En un momento le dije: “mira: yo vengo dándote todas la herramientas que tengo. Ya tenemos vista tu historia infantil y lo que esa historia imprimió en tu psiquismo, y las limitaciones que te han producido. Tenemos explorados y hemos interpretado tus síntomas e inhibiciones fundamentales…queda mucho por trabajar al respecto…pero las líneas fundamentales del por qué de tu sufrimiento…ya están sobre la mesa. Ahora vos tenés que salir al mundo a traer vivencias para que nuestro trabajo se reactive”
Si hay algo que tiñe esta época es el enorme grado de exigencia que hay para con los otros. Por ejemplo, en el amor, la gente pide y pide y quiere cambiar al otro. Esa híper exigencia, inhumana por el hecho de que las personas, todas, tienen sus limitaciones, terminan lastimando mucho los vínculos amorosos. En el mundo del trabajo…en las pretensiones desmedidas que los padres tienen para con sus niños…mucha gente, instalada en cierto vacío propio, busca llenarse “del otro”, a cualquier costo. Muchas veces, somos los psicólogos los que pasamos a ser “ese otro que me va a llevar y resolver el vacio”. Bien: estamos lejos de poder lograrlo. Podemos, en un trabajo conjunto, dar sentido al sufrimiento de las persona. Y podemos hacer también cosas concretas por nuestros pacientes. Pero en lo que somos más eficaces es que la gente entienda y sienta por qué sufre tanto. ¿Sufre por ese otro que ama? ¿O por lo qué ese otro despierta de su historia infantil? ¿O por las dos cosas?
Pero volviendo al caso planteado: vemos decenas de personas con tratamientos de años, que saben todo, que entienden todo, que tienen interpretaciones de sobra para explicar su sufrimiento y sus conductas pero… viven mal, en soledad…sin amor…sin proyectos…o con muy poco de todo eso. Por eso yo siempre insisto que la cosa pasa por el hacer. Los consultantes tienen que salir al mundo, a cosechar experiencias, a buscar vínculos, a tomar algunos riesgos, a tomar algunas decisiones…a vivir. Entonces: salgo, vivo… frustraciones, alegrías, aciertos, desaciertos…y con todo eso sí, ¡ahí sí! Al psicólogo a trabajar todas esas vivencias. Pero la cosa no tiene que quedar solo en eso, también hay que ir al cine, ver buenos film, leer buenos libros, salir a la naturaleza…es decir: en la medida de lo que cada uno pueda, hacer y vivir lo más se pueda. Sin eso, no hay efectividad terapéutica. Los psicólogos nada podemos hacer con personas que se quedan en su “zona de confort” de su supuesto bienestar o de su conocido malestar. Sin vivir, lo que cada uno vaya pudiendo…sin vivencias, no hay cura…sin ciertos riesgos controlados…no hay camino hacia el bienestar. No depositemos tanto en la figuras de que conducen los procesos de cura. En cuanto al profesional, solo tómense el trabajo de estudiar si es buena gente y si está solido en su saber, y si es generoso en el dialogo y en dar herramientas. Lo demás es trabajo del paciente. Los psicólogos ortodoxos, rígidos, callados y distantes… han generado mucho daño con su sobrevalorización de la palabra como instrumento de cura.
Pero lo que cura es la acción en el mundo, ponerse en el mundo, hacer en el mundo pese al malestar. Y, por supuesto, luego de transitar esas experiencias -somos nuestras experiencias y lo que aprendemos de ellas- entender que las dudas, las frustraciones y cierta dosis de angustia, son parte de la vida; el tema es limitar al máximo las angustias auto producidas. Por supuesto que hay un tiempo para que la personas esten preparadas, para salir al mundo. No es que de entrada uno empuja el paciente a ¡salir a vivir! No, en muchos cuadros y diagnósticos ese es, casualmente, el problema central, hay que trabajar un tiempo antes, para luego si salir a la cancha. hoy, aquel querido paciente recuerda como anécdota “lo rompe pelotas” que fui con ciertas cosas, a veces, los profesionales, tambien tenemos que salir de la “neutralidad” y tomar algun riesgo, sino..la cosa…no tracciona.