Mi viaje en taxi más inolvidable me lo ofreció allá por el 2006 un taxista porteño llamado Mauro. Recién se había “esnifado un paso de peatones” cuando nos subimos dos argentinos y dos españolas a su pequeño paraíso sobre ruedas con olor a whiskey. Durante las 20 cuadras que recorrimos, Mauro disfrutó del programa de Tinelli en un mini LCD que tenía junto a su volante; se saltó un semáforo en rojo manteniendo firme y parejo una velocidad de 80 km; y nos dejó perplejas a las españolitas al asegurarnos que “el maltrato de género se da tanto en España porque a las gallegas les gusta que les peguen”. Un fenómeno, Mauro.
Pensaba yo que no podía superarse tal viaje sideral hasta que hace unos días me monté en el taxi de Joãozinho en Rio.