Dos instrumentos de la calidad discursiva deben ser comprendido y aplicados por el buen orador para lograr contenidos convincentes. En primer lugar la veracidad del orador y su mensaje. SI el mensaje no es real, o es ficticio, parcial o totalmente, el público lo notará, tal vez no en la palabra, o no en el gesto, pero sí en la mirada. Si el orador no utiliza (y transmite) veracidad no hay posibilidades de contenidos convincentes.
En segundo lugar, son las pruebas las que otorgan solidez conceptual y las pruebas son el material que aclarar lo que es verdadero de lo que no lo es.
Y para lograr pruebas requerimos de información, de datos, pero los componentes fácticos en sí mismos son fríos, lejanos al público, escasamente empáticos; porque el público lo que desea no es información, sino soluciones, o formas para solucionar o aplicar en sus ejercicios cotidianos.
¿Y los refuerzos? Los ejemplos, anécdotas, historias, humor, personalizaciones, contrastes, comparaciones y más recursos gráficos son fundamentales, pero no pueden anticiparse y priorizarse al “dato” porque estaríamos frente a un mensaje blando, sin solidez.
¿Cuál es, entonces, la conclusión? Un acertado equilibrio entre los datos y los refuerzos, entre los hechos y las opiniones. Así se logran contenidos convincentes para una argumentación robusta.
Pero si el orador no conoce al auditorio, no sabe a quién se está dirigiendo, no podrá saber cuánto de “dato” y cuánto de “refuerzo – opinión” deberá incluir.
Una vez más, la planificación es la llave