En esta cuarta participación, finalizaremos con el “capítulo” de la ansiedad, la angustia, el miedo y el pánico Oratorio.
En las dos últimas ediciones hicimos referencia a esas técnicas y procedimientos que nos permiten minimizar esos sentimientos negativos para que la presentación no sea un sufrimiento y comience a mutar hacia una acción gratificante para el orador y persuasiva para el público (fructífera al menos).
En esta oportunidad describiré dos nuevos procedimientos:
En primer lugar, intentar hablar con el auditorio y no al auditorio: Es una falacia aceptar que el monólogo es el recurso pedagógico más persuasivo, aunque si el más conocido, al momento de presentar convencer, enseñar, vender o informar. Hablar A alguien es mucho más difícil y desafiante que hablar CON alguien. Cuando el orador invita al diálogo o a un intercambio interactivo disminuye notablemente la tensión del comunicador, porque frente a la respuesta, el público empieza a aceptar, o al menos a pensar (o sentir). Si el ámbito de la presentación lo permite, siempre es más positivo dialogar que monologar. Y es importante destacar que dialogar no es perder el poder de la palabra.
Por último es vital emplear un vocabulario sencillo que el público decodifique con acierto (Emisor codifica, receptor decodifica y luego intercambian naturalmente los roles). SI el orador habla difícil, con tecnicismo o con floreos, generará una barrera o filtro comunicacional que impedirá el vínculo empático. El orador debe utilizar el mismo dialecto (movimiento) que su público.
Y repasemos, para auto convencernos una vez más, que no hay razón intelectual que impida hablar en público.
Sólo se requiere de método y Sal.
(Técnicas y un poco de transpiración)
Nos vemos en unos días.