Con olor a mandarinas

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42. Con olor a mandarinas

Los pasillos del barrio son su privilegio: nadie osa entrar por ahí. Ni la gente “de afuera”… ni los médicos, remiseros, taxistas, deliverys, policías, bomberos. Los miran desde lejos, desde arriba de los puentes, desde el confortable asiento de sus autos. Están protegidos por lo intrincado y por el miedo.

van Gogh: "Naturaleza muerta"

van Gogh: “Naturaleza muerta”

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Sueño de amor en verso

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41. Sueño de amor en verso

Durante un sueño, su pareja muerta aparece joven. Es el primer hecho sorprendente. El soñador es anciano; consigue luego de una larga explicación que le permita pasar suavemente la palma de la mano por su rostro. Ahí está el adivinado hoyuelo, cuando se ríe. La desaparecida piel tersa, el lunarcito en el pómulo.

Claude Monet: "Lirios de agua"

Claude Monet: “Lirios de agua”

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Muerte inconclusa (con comentarios)

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40. Muerte inconclusa (con comentarios)

 

El gran escritor pasó el resto de la tarde caminando por la orilla del río, usando una rama como bastón. Recién a la caída del sol decidió volver al hotel, temeroso de resbalar con alguna piedra. “Todo fue acerca de mi amor por ella”, escribió con el dedo en el espejo del baño. Luego alguien intentó asesinarlo. Los investigadores creen que la frase encierra una clave sobre el ataque y trabajan para develarla.

Imagen tomada de internet

Imagen tomada de internet

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Sin vuelta atrás

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39. Sin vuelta atrás

4:00 a.m.

Se realizó un allanamiento en el Barrio. Hubo un tiroteo que dejó como resultado cuatro heridos y dos muertos. Un argentino de sesenta años y tres jóvenes extranjeros quedaron detenidos. Serán acusados por poseer armas de guerra y dedicarse al narcotráfico. Ninguno saldrá del penal hasta muchos años después de esta madrugada.

 

Dalí: "Los relojes blandos"

Dalí: “Los relojes blandos”

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Búmeran

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36. Búmeran

 

Piiiiiiiiiiiippp (portero eléctrico)

_¿Quién?

_ ¿Está mi abuelo?

_ No, vuelve a eso de las doce, está en el Hospital. Pasá.

Ernest Descals

Ernest Descals

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Juegos de estrategia

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35. Juegos de estrategia

Mientras se van conectando los jugadores, ninguno deja de notar que esa partida va a ser espectacular.

Apareció el padre de Ruiz, está parado como un Jefe en la puerta de la dirección.

Nadie dijo quién era, pero la cara lo delata: el pibe es igualito a su progenitor, son dos gotas de agua.

El juego tiene dimensiones simultáneas, a los que se puede acceder conociendo una clave secreta que sólo conocen los de rango experto o diamond. Cuando llegaste al nivel 6, que es el final, ya te movés en las dos dimensiones simultáneamente, por más papariola que hayas resultado jugando.

Un Troll. Imagen tomada de internet

Un Troll. Imagen tomada de internet

En la Dimensión Superficial de la escuela, no pasa nada que llame la atención: las auxiliares caminan llevando sus bandejas con tarta de jamón y queso hacia las aulas, los profesores entran, lapicera en mano, a firmar el libro de asistencia, salen, los alumnos que llegaron tarde corretean cuadernito de comunicaciones en mano, hacia sus salones.

En la Dimensión Profunda, en este momento, está sucediendo lo más interesante. ¡El padre de Ruiz! ¡Apareció el hombre, finalmente! ¿Vos viste lo parecido que es al pibe? ¿O el pibe a él? ¿Perolatti no había dicho que Ruiz era adoptado? El rumor recorre paredes y pisos, sube y baja por la escalera, se mete por las hendijas de las puertas, va y viene a la velocidad de la luz. Los jugadores entran en modo expectante y la tensión del momento hace que hasta la tarta de jamón y queso pase desapercibida.

Es necesario un vigía. Mary se pone en acción. Todavía no terminó de cerrarse la puerta, todavía el señor Ruiz no apoyó su trasero en el banco (que le parecerá muy incómodo y desagradablemente manchado), cuando en la Dimensión Profunda los jugadores pasan de modo expectante a diferentes estados, según sus personalidades y gustos, para prepararse para la eventual batalla. No por nada es un juego de estrategia: hay quienes adoptan la posición defensiva, pero todos despliegan su arsenal para elegir las armas adecuadas. ¡El padre de Ruiz! No es moco de pavo la situación: todos saben que Ruiz es un jugador hardcore .

Durante la primera hora de clase los chicos se preparan, tranquilos. Todo se desencadena cuando sucede el imprevisto: eso de las sorpresas es lo que hace el juego tan interesante. Suena el timbre y aparece silbando bajito, auriculares, capucha, visera … ¡Ruiz!, que llega tarde, como siempre.

_ Boludo, está tu viejo en dirección- le dice el Cebolla, su compañero de banco.

_ Ya sé.

_ Boludoooo, está tu viejo, te dije. ¿Qué te pasa que no entendés? ¡Se va a enterar!

_ Ya le dije.

Silencio.

Los jugadores no esperaban la movida de Ruiz, que evidentemente está más despierto de lo que parece con todas esas capas de tela puestas sobre la cabeza y quedan desconcertados. Ruiz instantáneamente evoluciona tres niveles y su Karma Cósmico se incrementa. Asesta el golpe:

_ Ahora los van a llamar a ustedes, por giles.

La Dimensión Profunda se mezcla con la Superficial y el Cebolla agarra del cogote a Ruiz, lo tira al suelo y empieza a romperle la cara a trompadas. Los demás jugadores retroceden, buscando guaridas que les permitan contemplar la batalla y filmarla con sus celulares. La pobre profesora de Química, que ya tiene un hueso de la muñeca que se le sale solo por andar separando contrincantes, sale corriendo hacia el pasillo utilizando su potente poder de la súper-voz, que ensordece a los luchadores y pone en alarma a los integrantes de los otros salones. Cinco profesores corren hacia el aula ahora, junto a la vigía Mary y a la preceptora Silvana, quien es finalmente la que logra levantar de la capucha a Ruiz y sacarlo de abajo de la lluvia de puñetazos que lo han convertido en una masa deformada parecida a Ruiz, pero en modo inframundo.

_ Después vamos a hablar con vos, Ruiz. Una atrás de la otra, no se puede creer lo mal que te estás portando este año. Vos, vos y el Otro Ruiz, a dirección.

Se oye claramente el trac-trac del desfile de armas. Cetro de hieloNova 6Carabina R 4Arma Thunder. Hay que elegir rápido qué llevar.

_ Ruiz, andá a lavarte la cara y venís también. Tu papá está con la directora.

_ Ya sé. Le conté todo.

Otra vez; a pesar de que ya la frase está usada, sigue siendo efectiva. Silvana queda con la boca abierta y los demás se agarran la cabeza. Perolatti pone cara de entendido y prepara su contraataque. Perolatti es un troll. Qué jugador resultó este Ruiz, qué jugador. Toda la ira kármica que rodeaba a la preceptora representada por una nube roja desaparece, se torna blanca y suave, con puntitos brillantes, y Ruiz recibe la tímida caricia en la cabeza y las palabras dulcificadas.

_ Bien, pibe. No esperaba otra cosa de vos. Ahora lavate la cara y vení con nosotros.

 Las clases continúan, excepto en el aula donde estaba en vivo la partida, porque la profesora de Química después de la pelea vivida se pone en modo hibernación hasta que suena el timbre del recreo. En la Dimensión Profunda los chasquis encuentran modos creativos e innovadores y circula toda clase de información, absolutamente falsa, sobre lo que está sucediendo dentro de dirección. Los grupos de wasap están que arden, especialmente a causa de Perolatti, que tiene una facilidad para inventar historias que desconcierta a jugadores amigos y enemigos:

. Ruiz le contó al viejo que el Cebolla anda con la novia mientras está en el laburo.

. ¿Con la novia de Ruiz grande, de Ruiz chico o del Otro Ruiz?

. El Cebolla anda con la que vendría a ser la madrastra de Ruiz, boludo, el grande.

. ¿¡¡¡¡¿¿¿¿?????!!!

. Ruiz le dijo eso el viejo anoche, porque no se la banca a la minita.

. ¿Qué minita?

. A la madrastra.

. ¿Pero el Cebolla se está comiendo a una vieja? ¿No es que anda con la pibita esa de 2do que tiene los pelos teñidos de rosa?

. No, esa anda con Ruiz.

. ¿CON QUÉ RUIZ?

. Con el chico, con el que se sienta al lado del Cebolla.

Los jugadores entran en modo caos. Perolatti va ganando, es indiscutible. El chico se siente en las nubes, escucha “Perolatti win, flawless victory” por todos lados, Suena el timbre, salen desesperados al recreo (la más desesperada en salir es la profesora de Química, pero nadie lo nota). Se agolpan en la puerta de la dirección y un nivel diamond, revestido con la coraza de hielo ganada después de más de un año de acumular puntaje y sacrificio, se anima a golpear esgrimiendo un pretexto que sabe de antemano inútil.

 _ Pude ver apenitas, pero algo vi. Ruiz hijo está sentado con la capucha puesta.

 Perolatti, que se siente imbatible, finge una gran agitación y declara:

 _ Me escapé y espié desde afuera, por la ventana abierta. El Cebolla está llorando.

 “El Cebolla está llorando en dirección”. Arde el wasap, el facebook, circulan instantáneamente fotos del Cebolla con lágrimas dibujadas con el paint, que le gusta a una que se hace la artista del photoshop y sigue usando esa antigüedad. Recién cuando termina la cuarta hora, cuando ya pasaron tantas cosas que todos se olvidaron de Ruiz, del padre, del Cebolla y del juego, se abre la puerta.

Con paso cansino, Ruiz hijo toma su mochila, le da un beso a la profesora de Matemáticas (que es su preferida y lo mira angustiada) y se va de la escuela junto a su padre. El Cebolla está lo más pancho, pero le agarra una especie de ataque cuando mira la pantalla de la netbook cargada de la información ilustrada que lo puso como protagonista en el juego de esa tarde.

_ ¡¡¡La recontra recontra calcadísima recontra hijos de mil!!!- grita, mientras reparte patadas y trompadas y vuelan carpetas, lapiceras y carcajadas. La profesora de Matemáticas, que no es como la de Química y sabe jugar muy bien, simula un pico de presión y la escuela entera vuelve a la Dimensión Superficial. Retorna la calma.

 _ Mañana, si no venís con tu papá no entrás.

 La voz de Silvana resuena por los pasillos de la escuela, restaurando el orden cósmico. Nadie sabe qué sería de la escuela sin Silvana.

 ¿Cómo será el padre del Cebolla?, se preguntan los jugadores, mientras se alejan, ya en la calle, comentando la partida en pausa. Perolatti es el único que no habla, porque va hablando consigo mismo. Está inventando ya la historia que desparramará el día siguiente y, que espera, le hará ganar la partida a fin de año. Entre el arsenal de armas está el falso rumor, pero los tontos prefieren los fusiles y las ballestas, desconociendo un poder que está a la vista de todos.

 _ Che, Perolatti, ¿vos sabés por qué se le sale el hueso de la muñeca a la profe de Química?

 _ Sí, pero no le cuentes a nadie. Se le sale el hueso porque la operaron cuando era chiquita para sacarle una hermana siamesa que tenía pegada justo ahí y la hermana no sobrevivió a la operación. El brazo le quedó bastante bien, ni se nota, pero cada vez que ella lo mira dicen que puede ver la cara de su hermana muerta, le agarran ataques y se golpea ella misma contra las paredes. Masoquista, quién lo diría. Salió en los diarios. No hay que recordarle el episodio porque es muy triste.

 _ Vos sí que sos raro, Perolatti.

 No hay dudas. Muchos sospechan acerca de sus historias, pero todos lo escuchan, lo leen atentamente y se lo bancan: ni el Cebolla le pegaría a Perolatti. Los jugadores así hacen el juego más entretenido: el objetivo es sólo vencer el aburrimiento. Son valiosos, siempre encuentran una ventana abierta a lo desconocido; son los que saben abrir la puerta para ir a jugar.

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Trabajo Práctico

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34. Trabajo práctico

Con cariño, para los últimos egresados de la 22

1. Escribir un relato fantástico en primera persona. Mínimo de extensión: 1 carilla

Estimada profesora:

Ahora que usted salió con eso de que se piensa quedar en la escuela, no nos quedó otra que contarle la verdad. Lo decidimos entre todas, reunidas en asamblea, así que si viene alguna con que nada que ver, ni ahí o que es un invento, no le dé cabida porque siempre va a haber una renegada y va a ser para confusiones. Quien avisa no traiciona, ¿se acuerda? Me encantó el refrán cuando nos lo enseñó.

Miró: "Vuelo de pájaros"

Miró: “Vuelo de pájaros”

Se habrá dado cuenta desde principio de año, porque sabemos que tonta no es aunque parezca a veces que se hace la tolola, que a veces no estamos. Puede ser cualquiera de nosotras, cinco minutos, diez, a veces más. El récord lo tuvo Sancholuz, que se fue como veinte minutos cuando le habló el moho de la pared de durlock, pero fue una excepción. En general es poquito tiempo y eso no molesta a nadie.

Me explico mejor: todas en la escuela sabemos qué hacer cuando pasa. Llevamos acá adentro muchos años y estamos curadas de espanto, por decirlo de alguna manera. Para nosotras es normal y vamos a comprender que le lleve un tiempo entenderlo, que no quiera participar con nuestro método y se quiera ir. Sería una pena, porque es tan simpática. Debe saber que nos llevó años perfeccionar la cosa y que cualquier sugerencia que se le ocurra para cambiar algo, por más ínfima que le parezca, ya se nos ocurrió y salió mal. Le aseguro que lo hacemos de la única manera, así como no encontramos otra que contárselo mediante esta carta, en este momento.

Lo que sucede es que hay en la escuela un yo que te narra. Te cuenta una historia, ordenada cronológicamente, para escuchar. El autor no quiere que la escribamos: nos dimos cuenta enseguida cuando algunas empezamos a armar una especie de diario o crónica y se armó una que para qué le voy a contar. Lo que hay que hacer es sentarse tranquilamente sobre lo que haya a mano, quedarse quieta y concentrarse en la voz, porque no es fácil, a veces por el volumen y otras por  culpa del canal elegido, que obedece a una lógica que desistimos comprender. Es así, qué le vamos a hacer.

Ya sé, ya sé, esta parte se volvió confusa. Vamos despacio. Una puede ir caminando por el pasillo y ahí empieza, saliendo de la rejilla de ventilación. ¿Nunca nos vio sentadas, sin hacer nada, en lugares insólitos? A mí este año me tocó con un pájaro: se posó en el mástil del patio y tuve que soportar la historia bajo el solazo del mediodía, ¿se acuerda, profesora, que me retó cuando me vio? Qué más podía hacer, con el bicharraco mirándome fijo y el cuento que se hacía largo. Ni le digo si empieza  del inodoro, o sale del cañito que sostiene la cortina de la ventana de la cocina, con el olor a guiso que hay ahí y en el otro lado. No queda otra: si empieza hay que sentarse y escuchar.

Usted se preguntará quién, qué, cómo puede ser posible. No se preocupe: si se queda con nosotras (como ya dijo ayer, delante de todo el mundo), va a tener que ser oyente también. La voz nunca es la misma, ni siquiera es una voz (¿qué voz podría tener un moho parlante, no es cierto?), pero te cuenta. A veces la historia está linda, es entretenida y te da fiaca cuando termina y tenés que volver. A veces da miedo, a veces es subidita de tono y volvés toda colorada de vergüenza. Hicimos la prueba de contarnos, para saber si era una sola historia congruente, coherente y verdadera. Se imaginará que se enojó: no hubo caso, pero bastó ese momento de indiscreción para que supiéramos que no concordaba, o, por lo menos, que si se suponía que iba todo junto era un producto experimental y vanguardista. Lo seguro es que respeta un orden cronológico: en estos momentos está en la etapa de la salida de la adolescencia del personaje protagonista.

Usted es joven: mire si se queda y tiene la suerte de llegar a la parte de la vejez. Pensar que ya no voy a estar me hace un nudo en la garganta, qué raros son los sentimientos cuando son encontrados, ¿vio?

Me voy despidiendo: ahora ya sabe el porqué de las chicas sentadas por ahí en horas incorrectas, ahora puede entender las miraditas, los rumores, los guiños. No puede decir que no le avisamos: cuando el relato comience, sólo tiene que quedarse quieta, sentarse y escuchar con atención. Después de leer esto será una decisión tomada con conciencia, ¿no es cierto? Eso es lo que decían las chicas ayer, que usted tenía que saber para poder elegir bien y que no hubiera reproches si salía algo mal con el relato y había represalias por parte del autor.

El trabajo práctico terminaba allí: 1 carilla exacta. Podría haberle dado más forma al final, hacerlo más interesante con la explicación de las consecuencias de la violación de las reglas, pensó mientras buscaba la lapicera. Obedecía la consigna, estaba bastante bien para una alumna del último año. “Experimental y vanguardista”, “el autor”… la chica prometía. Escribió al pie, con su apretada caligrafía manuscrita: ”¡Excelente relato! ¡Te felicito, continúa siendo aplicada y perseverante y llegarás a ser una extraordinaria escritora!”. Releyó sus palabras y recordó el par de aros de plástico que guardaba sin saber para qué; levantó la vista buscando el nombre de la alumna para personalizar el elogio y amortiguar el mal efecto. No había. Recordó que Sancholuz había desaparecido efectivamente unos veinte minutos de una de sus clases, hacia el mes de junio. Recordó haber sido observada por un pájaro durante un mediodía enceguecedor y pensó que la letra del trabajo práctico era admirablemente similar a la suya. Hasta parecía que el texto y la devolución que acababa de escribir al pie de la página habían sido garabateados con la misma lapicera… Observó detenidamente la inclinación de las “l”, los palitos sobre las “t”. No había dudas. Qué miedo. Mocosas insolentes, extrañas. Bromas de mal gusto, a ella. Tolola. Sintió que se le ponía la piel de gallina, guardó los trabajos prácticos en un folio y se prometió terminar de corregir por la mañana. Cinco minutos, diez, veinte, en la hora de Literatura, qué se pensaban. No tuvo más remedio que tomar una pastilla celeste y una rosa: el corazón se le salía por la garganta. Se durmió finalmente mientras unas ganas repentinas de no volver a pisar una escuela en su vida la invadían malsanamente, como era usual que le pasara a esa altura del año. Atrevidas, las mocosas. Ya iban a ver. Tuvo pesadillas.

 

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Qué hacer en caso de Calificaciones

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33. Qué hacer en caso de calificaciones

Efraín es la persona que lleva más tiempo en la Isla del Alumno Autodidacta y la que mejor conoce su funcionamiento. Por esa razón es a quien se debe recurrir en caso de dudas de cualquier especie.

Un tema especialmente peliagudo en la Isla es el de las calificaciones. “Para los docentes”, piensa Efraín, “porque son unos ineptos”. El Auxiliar siente una especial mezcla de repugnancia y desprecio por los profesores del Universo, que se guarda bien de mostrar. Efraín sabe guardar secretos, disimular emociones, manipular hechos. Se considera a sí mismo como un estratega invencible, un soberano en su reino. Finge una pizca de servilidad, escudado tras sus lentes enormes, y contesta solícito cuando se lo requiere.

Efraín es el Auxiliar, con mayúsculas.

Dalí: "Dalí a los seis años"

Dalí: “Dalí a los seis años”

Existe una página especial en el campus virtual de la Isla que contiene las calificaciones personalizadas de los alumnos, y los docentes se desviven por mantenerla actualizada entregando sus planillas en tiempo y forma. No saben (nadie sabe) que jamás tuvo visitante alguno. Ni un cibernauta perdido, mísero. Tampoco saben que esa información es guardada y paladeada placenteramente por el administrador de los datos y recepcionador de planillas: nada más y nada menos, que Efraín.

En diciembre los docentes se agolpan, desesperados, frente a su pequeña oficina-depósito de escobillones y plumeros.

_ Efraín, dígame: ¿Un alumno que tuvo un aplazo en el primer trimestre, se lleva a diciembre la materia?

_ De ninguna manera. Puede tener un 1, otro 1 en el segundo trimestre y un 2 en el tercero y la nota final puede ser 7. Igualmente resultaría sospechoso un profesor que califique con aplazos; usted debería revisar su desempeño y andar con cuidado si quiere continuar aquí.

En voz baja, los alumnos cuentan que cuando era joven, Efraín se metió en una clase de Educación Física con una chancleta en la mano y le dejó el culo bordó a unos pibes que andaban molestando a uno de sus sobrinos, que estaba becado en la Isla. Murmuran: el profesor que estaba a cargo quiso parar los chancletazos justicieros y se ligó uno en la cara que lo dejó tuerto de por vida.

Anécdotas como ésa rodean al Auxiliar como un halo y lo hacen parecer más alto, espigado.

_ Efraín: ¿Los números  van promediados con centésimos en la nota final?

_ De ninguna manera. El educando puede tener un 4, un 3 y un 6 y tener un 7 como nota final. Queda a criterio del profesor, que, por supuesto, favorecerá al educando. No vaya a ser que no podamos festejar tranquilos las fiestas en la Isla por culpa de alguno de ustedes…

Durante el tercer año de su gestión, el director De Álzaga se enfermó. Gozó de una licencia extensa, y Efraín aprovechó con fuición su ausencia. La Isla se volvió su territorio por completo, fue invadiendo oficinas y salones y se desparramó, repatingó y dormitó en cada rincón. De Álzaga regresó, renovado, y no se dio cuenta de los cambios. La Isla había funcionado perfectamente durante su ausencia: Efraín se había encargado del papeleo, de la actividad virtual, de las preguntas frecuentes de los docentes. En su ceguera y nadando en su propio ego, De Álzaga se acomodó ante su escritorio y cerró la puerta, dejando a Efraín solitario, amo y señor de su pequeño imperio.

_ Efraín: ¿Cómo califico a un alumno que vino una sola vez a mis clases-guía de “Administración de la Economía Hogareña”?

_ Con una sola vez, alcanza y sobra. ¿Qué hizo el chico ese día?

_ Nada. Le pregunté cómo se llamaba y me contestó.

_ Bueno. Si dijo su nombre en forma vacilante y usando tono bajo, merece un 7. Si alzó la voz y la miró a los ojos, póngale un 10.

“Universitarios”, piensa Efraín mientras contesta con sorna. “Son los peores”.

_ Efraín: ¿Tengo que calificar a Pérez? Se pasó las 100 horas de mi curso anual de “Prevención de Adicciones” durmiendo como una morsa …

_ Más morsa será usted, señor. No descalifique al chico. Póngale un 10. Uno mientras duerme no se puede hacer adicto a nada.

La lógica del Auxiliar, formidable. Con el tiempo, hasta había encontrado su propio Efraín: un nuevo profesor, doctor en Ingeniería Civil, poseía una personalidad tímida y había aceptado limpiar el edificio a cambio de que intercediera ante los alumnos para que no lo insultaran ni golpearan. “Mucho doctorado y cero manejo de grupo”, le había lanzado el Auxiliar, junto con una escoba.

_ Efraín: ¿Califico a los que figuran en el listado, pero no vinieron nunca?

_ Por supuesto. ¿Usted quiere que nos manden al Continente por falta de matrícula? ¿Quiere que nos cierren la Institución? De ninguna manera. Un 7 a todo el mundo ahorra problemas y todos contentos.

_ Efraín: Tengo a este caso que no sabe leer ni escribir y yo enseño “Discurso persuasivo para tener éxito en las ventas”. ¿Qué hago? No sabe ni escribir su nombre…

_ En primer lugar: no le diga “caso” al alumno; no estigmatice. En segundo lugar, hombre… la escritura está sobrevaluada en este mundo loco… Apruébelo y listo. Se lo merece por ser valiente y desafiar al sistema capitalista.

Efraín es un hombre de muchos secretos. Se rumorea que posee estrategias que los docentes ignoran para manejar situaciones difíciles; dicen que se desliza durante la noche por la Isla y espía y vigila…

_ Efraín: Este grupo de alumnos se pasó el año entero jugando al Call of Duty en mi cara y mandándome a la mierda. Amenazaron con matarme, con torturar a mis hijos, con desfigurar a mi mujer…

_ ¿Y por qué usted no me avisó antes?

_ Yo escribí unos sesenta informes y los dirigí a De Álzaga…

_   Pero no, hombre, al director no, de ninguna manera. Me tiene que avisar… Usted déjemelos a mí. Apruebe a todos y listo. Va a ver cómo lo dejan en paz.

Los “viejos” le cuentan a los “nuevos” que Efraín avanza despacito entre las camas donde duermen su sueño los alumnos, durante la noche isleña. Pone sus manos de dedos largos sobre los cuellos de los que califica en secreto de “rebeldes”, “patoteros”, “cabecillas”…y aprieta, aprieta, hasta que los ojos que miraban el sueño plácido lo miran a él, desorbitados, enrojecidos. Su estrategia es sencilla: aseguran que suelta cuando las venas de su presa están gruesas y oscuras como tronco de árbol.

“Shhhhhhhhhhhh”, les dice. “Ojito con joderme la vida”.

Eso basta.

Los “nuevos” se estremecen.

Jamás un alumno lo ha denunciado ni ha hecho un comentario, en voz alta o por escrito, sobre los terrores nocturnos asociados al Auxiliar.

Eso sí, una vez alguien descubrió el punto débil de Efraín, hecho que le costó el trabajo en la Isla.

Era una profesora nueva, que enseñaba-guiaba sobre “Control de la Natalidad”. Quiso saber qué hacer en caso de calificaciones porque un alumno se negaba a participar de sus clases por motivos religiosos. Le dijeron que le preguntara a Efraín, naturalmente. Tenía una vocecita aguda que se oyó por encima del ruido a adolescencia, cocoteros y mar:

_ Señor portero, ¿puedo hacerle una pregunta?

La Isla se detuvo. Fue como la caída de un rayo.

La despidieron al anochecer. Por la madrugada ya estaba en el Continente.

Su experiencia no fue en vano. Desde ese día, todos en la Isla aprendieron la importancia de no decir jamás delante de un auxiliar la palabra “portero”.

 

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Estafa educativa

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31. Estafa educativa

Fantasía en un acto

En escena, una enorme entrada de edificio. Puertas cerradas, una puerta de ascensor. Un sillón. Una planta ornamental, de plástico. 

Un hombre se acerca a la puerta con timidez. Su preocupación es grande y se le va hacia las piernas, hacia los brazos. Una vez dentro del edificio no sabe qué hacer. No hay nadie; ningún cartel. Al rato baja de un ascensor un señor de lentes descomunales, que se queda mirándolo unos minutos. Se acerca al desconocido, que experimenta un alivio tal que parece a punto de llorar.

_ ¿Usted es…?

_ Soy el padre de Juan Pérez. El director me espera.

El señor de lentes parece sorprendido. Hace un gesto al padre de Pérez para que tome asiento en el sillón y se sienta a su lado.

Estafa educativa

Estafa educativa

_ Así que el padre de Pérez…

_ Sí.

_ Egresó hace ya cuatro meses, Juan Pérez. Acá no está.

_ Ya sé. Está en el continente, en mi casa. Viajé personalmente porque quiero entender qué pasó con mi hijo antes de presentar mi denuncia formal.

El de lentes permanece imperturbable. El padre de Juan Pérez, algo desconcertado ante la falta de reacción ante sus palabras, prosigue:

_ Juancito llegó y no supimos qué hacer. Mi señora y yo estamos desesperados. No sabemos quién es ese jovencito, realmente. Imagínese que hasta le hicimos un ADN para ver si era nuestro hijo, de lo cambiado que nos lo devolvieron. Esta institución…

_ La Isla del Alumno Autodidacta.

_ Sí, ya sé, la Isla. Bueno, se suponía que el chico iba a poder ingresar a la universidad, que iba a tener intereses definidos, que iba a poder conseguir un trabajo estable y decente… El nene se niega a ponerse un traje para trabajar en mi empresa, se niega a salir de la casa, no quiere hacer nada que no sea estar en su habitación encerrado con su computadora y ni siquiera me mira a los ojos cuando le hablo…

_ Dijo que tiene una empresa…

_ Sí, soy empresario gastronómico.

_ ¿Y por qué mandó al chico a educarse a la Isla, entonces?

El padre de Juan Pérez parece desconcertado. El de lentes aprovecha su silencio y continúa:

_ Usted firmó un contrato con la Isla del Alumno Autodidacta para que se hiciera cargo de su hijo, ¿no es verdad? Bueno, aquí estuvo Juan Pérez viviendo durante los 16 años que duró su autoeducación formal, y jamás tuvimos ningún problema con él. Los problemas que usted enumera tienen que ver con la letra chica del contrato, que evidentemente no leyó.

_ ¿Letra chica? ¿Usted dice que el chico pasó acá 16 años y no sabe buscar trabajo en los clasificados del diario, las tablas de multiplicar, quién descubrió América y es MI CULPA por no leer una letrita en un contrato? ¿Ahora resulta que soy yo el estafador y no ustedes con su bendita Isla?

_ Exactamente. La Isla del Alumno Autodidacta se ocupa de la educación formal. Usted se comprometió a mantener un contacto virtual de … por lo menos tres veces semanales con su hijo para conversar con él sobre sus intereses, transmitirle valores, mostrarle afecto, interés y cariño. Si el chico resultó un huraño inseguro de sí mismo e inadaptado social es exclusivamente su culpa. Imagínese enseñarle el teorema de Tales a una persona así… imposible.

_ ¿Pero qué está diciendo?

_ Y lo que es peor: usted es un pésimo padre. Está descalificando a su hijo, hablando mal de él. Que no sepa las tablas de multiplicar no significa nada: él es un nativo digital y puede buscarlas en su celular en dos segundos si las necesita. Existen las calculadoras, ¿sabe? Cada jovencito tiene sus tiempos y aquí en la Isla la heterogeneidad de nuestros alumnos, sus intereses y particularidades, son lo más importante… Lo que pasa con el chico es SU CULPA. Nosotros no hacemos magia, sólo guiamos en la autoeducación…

_ Pero el chico no sabe ni hacer un huevo frito, y si le quiero enseñar me contesta cosas irreproducibles y se va a seguir durmiendo, que es lo único que parece gustarle hacer…

_ ¿Ve? Ya me voy acordando de Juancito… Usted va descubriendo lo que le gusta hacer. No se apresure, señor, ya van a ir conociéndose. ¿Hay necesidad de que el chico trabaje? Si a usted le va bien, se le ve en la ropa que lleva… ¿Demandar a la Isla? Pero hombre, relájese. No tiene por qué sentirse culpable, nadie nace sabiendo ser padre. La próxima vez que firme un contrato, lea la letra chica. La Isla podría demandarlo a usted si esto sale a la luz: nos dejó un chico durante 16 años, aquí, abandonado. ¿Qué es lo que ha hecho? ¿Ser un padre horrible es peor que no saber quién fue Colón? Hombre, pare un poquito con esta situación, reflexione, vaya a su casa… Hágase cargo: sea padre. Y si tiene otro hijo: no lo abandone en una Isla, edúquelo mejor. Podríamos demandarlo nosotros… por estafa educativa.

Confundido, el señor Pérez se pone de pie. Le da la mano al hombre  y se marcha apresuradamente. El de lentes se dirige hacia un cuartito que se ve al fondo y sale vestido con un mameluco, empuñando un escobillón enorme. Se pone a barrer. Se abre una puerta y aparece un hombre enorme, imponente, muy bien vestido.

_ ¿Con quién hablaba, Efraín?

_ Con un pobre hombre que andaba perdido, señor director… se fue rápido para no perder el avión de las seis.

_ Ah. Estaba esperando a un padre, pero ya no creo que venga. Una vez que iba a venir uno…

_Iba a ser un momento histórico, señor.

_ No sea impertinente, Efraín. Deje esto impecable, por favor. Hasta mañana.

 Fin

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PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

29. @

_ Me enteré así, no te digo… Fue porque estaba arrobada.

Escuchó la frase, nítida, cercana. No acostumbraba estar despierta durante el día y la luz del vagón hirió sus ojos. Notó que la pierna rebosaba, hinchada: una masa dolorosa. Irradiaba un calor malsano. Imaginó un puntito en su cráneo. Convirtió el puntito en agujero, en vía de escape para que lo caliente saliera y no le abrasara el cerebro.

Ivo Pannaggi. "Tren en movimiento"

Ivo Pannaggi. “Tren en movimiento”

Viajaba, adormecida por el vaivén y el ruido del tren, envuelta en su olor a ciruja. No solía escuchar conversaciones ajenas, perdida en el abismo de su interior hirviente y putrefacto como su pierna. Buceaba en recuerdos nadando en mares de angustia, una jalea espesa y helada que la volvía un monstruoso oxímoron viviente de frío y calor. Sobrevivía, a su manera.

_ Estaba arrobada, fue una casualidad.

Dos chicas se levantaron y se alejaron, sin notar su presencia. La frase fuera de contexto la había arrancado de su sopor; esperó que sus ojos se acostumbrasen a la luz y miró por la ventanilla. Qué cambiado estaba todo, cuánta miseria. Casillas junto a las vías, nenes descalzos arrojando piedritas a los rieles. Un chiquilín la miraba fijamente parado junto a una mujer de cara cansada.

Arrobada. Recordó la sensación de ver a su esposo por primera vez, sentado junto a una ventana, en la escuela secundaria.  Lo había visto miles de veces, pero ese día descubrió que era hermoso, notó el pliegue que se le hacía en la comisura de los labios, el color perfecto de su piel.

Se había cambiado de banco; había mudado hacia él sus intereses, el foco, el sentido de la vida. Se había inundado de amor, había permitido que el haz multicolor que significó amarlo tanto la atravesara.

Arrobada. Inspiró profundamente el aire de la mañana. Flores. Se vio caminando junto a él, feliz, entre las plantas. Caballito. Ahí estaba, con los zapatos nuevos, besándolo. Once. La angustia continuaba derramándose junto al calor por el agujerito imaginario: un chorro de hielo hirviendo. Se orinó encima, sobre orines antiguos, desbordada de pena. Lloró suavecito, recordando la tibieza de las sábanas, la suavidad de su pelo cuando se puso blanco.

Otra gente subió al tren, despacio primero, luego en ráfagas violentas. Permaneció inmóvil en el caos, inmutable entre el movimiento, el insulto, la corrida. Protegida por su hedor indescriptible, nadie dejó de notarla, pero ninguno se le acercó. Cuando el vagón se puso en movimiento, le pareció verse a sí misma entre la multitud, bellísima, arrobada y arrebolada, caminando hacia el arrabal. Agradeció ese instante a Dios antes de volver a hundirse en su interior espeso.

Años después, el chiquilín hecho adolescente escribió un poema horrendo, acerca de una mujer mendiga. Finalizaba con el siguiente verso:

“Ella buscaba curar su depresión cubriéndose con palabras”

Cuánta razón.

 

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