Sin vuelta atrás

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PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

39. Sin vuelta atrás

4:00 a.m.

Se realizó un allanamiento en el Barrio. Hubo un tiroteo que dejó como resultado cuatro heridos y dos muertos. Un argentino de sesenta años y tres jóvenes extranjeros quedaron detenidos. Serán acusados por poseer armas de guerra y dedicarse al narcotráfico. Ninguno saldrá del penal hasta muchos años después de esta madrugada.

 

Dalí: "Los relojes blandos"

Dalí: “Los relojes blandos”

3:30 a.m.

Separadas entre sí por decenas de kilómetros, dos mujeres insomnes piensan en él. La madre mueve los labios apenas: reza por el hijo que no volvió, por los que eligieron la mala vida y no volverán, por la tierra vieja. La adolescente también murmura, enamorada por primera vez.

2:06 a.m.

Golpeó al llegar, despacito, pero con firmeza. Hacía meses que no pisaba el lugar. Había huido con su madre del envilecimiento de los hermanos, sucios por la codicia. Recibió el abrazo rígido como una estatua. “La vieja no sabe dónde estoy”, susurró uno de los dos. Podría dormir algunas horas más: la escuela estaba a pocas cuadras. Recordó la frase sobre su madre al proseguir con el sueño, dolorido de hambre, pero ni siquiera en ese estado revelador pudo saber si había sido su boca la que la había pronunciado.

 12:01 a.m.

Llevaba poco tiempo dormido en el umbral de una casa cuando lo echaron. Se sintió aliviado, a pesar de la situación: otra vez se deslizaba sobre la cinta mecánica de la pesadilla. Aturdido, arrancado de su monstruosa interioridad, decidió darse por vencido y buscar refugio entre sus hermanos.

 7:30 p.m.

La acompañó hasta su casa usando las monedas que tenía para regresar a la suya. Se sentía bien, pero al darle el último beso, furtivo, y oír el rechinar de la reja, el sentimiento cambió. Atardecía sobre la ciudad inhóspita y estaba solo. No tenía crédito para avisarle a su mamá y se iba a preocupar. Tal vez. Levantó el cuello de su campera y caminó sin rumbo, resignado.

 1: 05 p.m.

Ella lo esperó a la salida, bajo el árbol raquítico de la esquina de la escuela, y lo invitó a comer. A pesar de la vergüenza, pudo más el goce de mirarla a los ojos. Ignoraron juntos las zapatillas rotas, el pantalón viejo, la campera incongruente con el clima. Vieron una paloma muerta, caminaron entre la multitud hostil, se dieron el primer beso. Conversaron durante horas.

 7: 45 a.m.

Llegó tarde. Ella lo observó anhelante mientras recibía la reprimenda, desde el primer banco del aula. Los desmesurados kilómetros y el rocío de la madrugada adherido a sus hombros se hacían incomprensibles cuando salía el sol. Estaba cansado de explicar. Se limitaba a bajar la vista, a permitir la inundación de tristeza.

 4: 30 a.m.

Era noche cerrada cuando se subió al tren, a pesar de que el verano estaba próximo. Lo esperaban dos tramos de viaje largo: dos retazos de sueño bamboleante hasta llegar a la escuela.

 4: 00 a.m.

Despertó antes de que sonara la alarma de su celular. Había soñado con ella y con ríos de colores que se deslizaban como una cinta mecánica. En un punto indeterminado, los colores se mezclaban como en un remolino y la sensación era desagradable. Se alegró de salir del sueño, se levantó de un salto. Su madre ya trajinaba en la cocina preparando el pan para vender. Le había guardado un trozo de ayer para que comiera algo en el camino. Una vez en la calle, masticó despacio, pensando en qué le depararía el nuevo día.

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