Estafa educativa

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PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

31. Estafa educativa

Fantasía en un acto

En escena, una enorme entrada de edificio. Puertas cerradas, una puerta de ascensor. Un sillón. Una planta ornamental, de plástico. 

Un hombre se acerca a la puerta con timidez. Su preocupación es grande y se le va hacia las piernas, hacia los brazos. Una vez dentro del edificio no sabe qué hacer. No hay nadie; ningún cartel. Al rato baja de un ascensor un señor de lentes descomunales, que se queda mirándolo unos minutos. Se acerca al desconocido, que experimenta un alivio tal que parece a punto de llorar.

_ ¿Usted es…?

_ Soy el padre de Juan Pérez. El director me espera.

El señor de lentes parece sorprendido. Hace un gesto al padre de Pérez para que tome asiento en el sillón y se sienta a su lado.

Estafa educativa

Estafa educativa

_ Así que el padre de Pérez…

_ Sí.

_ Egresó hace ya cuatro meses, Juan Pérez. Acá no está.

_ Ya sé. Está en el continente, en mi casa. Viajé personalmente porque quiero entender qué pasó con mi hijo antes de presentar mi denuncia formal.

El de lentes permanece imperturbable. El padre de Juan Pérez, algo desconcertado ante la falta de reacción ante sus palabras, prosigue:

_ Juancito llegó y no supimos qué hacer. Mi señora y yo estamos desesperados. No sabemos quién es ese jovencito, realmente. Imagínese que hasta le hicimos un ADN para ver si era nuestro hijo, de lo cambiado que nos lo devolvieron. Esta institución…

_ La Isla del Alumno Autodidacta.

_ Sí, ya sé, la Isla. Bueno, se suponía que el chico iba a poder ingresar a la universidad, que iba a tener intereses definidos, que iba a poder conseguir un trabajo estable y decente… El nene se niega a ponerse un traje para trabajar en mi empresa, se niega a salir de la casa, no quiere hacer nada que no sea estar en su habitación encerrado con su computadora y ni siquiera me mira a los ojos cuando le hablo…

_ Dijo que tiene una empresa…

_ Sí, soy empresario gastronómico.

_ ¿Y por qué mandó al chico a educarse a la Isla, entonces?

El padre de Juan Pérez parece desconcertado. El de lentes aprovecha su silencio y continúa:

_ Usted firmó un contrato con la Isla del Alumno Autodidacta para que se hiciera cargo de su hijo, ¿no es verdad? Bueno, aquí estuvo Juan Pérez viviendo durante los 16 años que duró su autoeducación formal, y jamás tuvimos ningún problema con él. Los problemas que usted enumera tienen que ver con la letra chica del contrato, que evidentemente no leyó.

_ ¿Letra chica? ¿Usted dice que el chico pasó acá 16 años y no sabe buscar trabajo en los clasificados del diario, las tablas de multiplicar, quién descubrió América y es MI CULPA por no leer una letrita en un contrato? ¿Ahora resulta que soy yo el estafador y no ustedes con su bendita Isla?

_ Exactamente. La Isla del Alumno Autodidacta se ocupa de la educación formal. Usted se comprometió a mantener un contacto virtual de … por lo menos tres veces semanales con su hijo para conversar con él sobre sus intereses, transmitirle valores, mostrarle afecto, interés y cariño. Si el chico resultó un huraño inseguro de sí mismo e inadaptado social es exclusivamente su culpa. Imagínese enseñarle el teorema de Tales a una persona así… imposible.

_ ¿Pero qué está diciendo?

_ Y lo que es peor: usted es un pésimo padre. Está descalificando a su hijo, hablando mal de él. Que no sepa las tablas de multiplicar no significa nada: él es un nativo digital y puede buscarlas en su celular en dos segundos si las necesita. Existen las calculadoras, ¿sabe? Cada jovencito tiene sus tiempos y aquí en la Isla la heterogeneidad de nuestros alumnos, sus intereses y particularidades, son lo más importante… Lo que pasa con el chico es SU CULPA. Nosotros no hacemos magia, sólo guiamos en la autoeducación…

_ Pero el chico no sabe ni hacer un huevo frito, y si le quiero enseñar me contesta cosas irreproducibles y se va a seguir durmiendo, que es lo único que parece gustarle hacer…

_ ¿Ve? Ya me voy acordando de Juancito… Usted va descubriendo lo que le gusta hacer. No se apresure, señor, ya van a ir conociéndose. ¿Hay necesidad de que el chico trabaje? Si a usted le va bien, se le ve en la ropa que lleva… ¿Demandar a la Isla? Pero hombre, relájese. No tiene por qué sentirse culpable, nadie nace sabiendo ser padre. La próxima vez que firme un contrato, lea la letra chica. La Isla podría demandarlo a usted si esto sale a la luz: nos dejó un chico durante 16 años, aquí, abandonado. ¿Qué es lo que ha hecho? ¿Ser un padre horrible es peor que no saber quién fue Colón? Hombre, pare un poquito con esta situación, reflexione, vaya a su casa… Hágase cargo: sea padre. Y si tiene otro hijo: no lo abandone en una Isla, edúquelo mejor. Podríamos demandarlo nosotros… por estafa educativa.

Confundido, el señor Pérez se pone de pie. Le da la mano al hombre  y se marcha apresuradamente. El de lentes se dirige hacia un cuartito que se ve al fondo y sale vestido con un mameluco, empuñando un escobillón enorme. Se pone a barrer. Se abre una puerta y aparece un hombre enorme, imponente, muy bien vestido.

_ ¿Con quién hablaba, Efraín?

_ Con un pobre hombre que andaba perdido, señor director… se fue rápido para no perder el avión de las seis.

_ Ah. Estaba esperando a un padre, pero ya no creo que venga. Una vez que iba a venir uno…

_Iba a ser un momento histórico, señor.

_ No sea impertinente, Efraín. Deje esto impecable, por favor. Hasta mañana.

 Fin

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