Con olor a mandarinas

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Proyecto Pibe Lector es un blog de ficción.Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

42. Con olor a mandarinas

Los pasillos del barrio son su privilegio: nadie osa entrar por ahí. Ni la gente “de afuera”… ni los médicos, remiseros, taxistas, deliverys, policías, bomberos. Los miran desde lejos, desde arriba de los puentes, desde el confortable asiento de sus autos. Están protegidos por lo intrincado y por el miedo.

van Gogh: "Naturaleza muerta"

van Gogh: “Naturaleza muerta”

El Negro tiene trece años. Le faltan algunos dientes y es hermoso cuando sonríe. Usa el pelo cortado como Ronaldo y sueña con ser Ronaldo de noche y de día. Su cuerpo abundante no aparece en los sueños: ahí es ligero como plumita y tiene botines colorados. En la realidad, el asma y la obesidad aparecen de tanto en tanto como molestia, pero son un detalle. El Negro tiene planes simples: triunfar en el fútbol, tener mucha plata. Lo demás es circunstancia y mala suerte.

A metros de la entrada del pasillo que lo llevará a su puerta, en el primer recodo, está el primero. Hay que darle plata, diez pesos por lo menos. Los billetes no son problema: los chicos del barrio aprenden desde bebés, prácticamente, a conseguirlos. En el segundo recodo hay droga. Gritos, el llanto de mil hijos, risas, carcajadas, músicas, palabras sueltas, botellas de cerveza, ropa colgada, vajilla que se entrechoca, conversaciones amuchadas y olores de comidas completan el abigarrado lugar.

Una mañana cualquiera, camino a la escuela, el Negro escucha una voz desconocida que lo llama.

_ Che, Negro… vos, sí. Vení un toque.

Al Negro le dan miedo el sobretodo gris, los puños inmaculados, el peinado tirante. Tiene ganas de salir corriendo, pero el cuerpo se le engarabita, le tiembla, y no le obedece.

_ No soy un buchón.

El desconocido lo mira a la cara, buscando algo.

_ No me confundas, atrevido. Supe que te gusta jugar a la pelota. Venite este domingo temprano, ¿eh? Por cada gol pagamos cuatrocientos pesos en mano, para lo que quieras. Los botines te los quedás para la próxima.

El Negro continúa su camino esa mañana, radiante. En la escuela se porta inusitadamente bien, pero nadie se da cuenta. Al llegar a su casa, le es más fácil decir que no al recodo, a los pibes que conoce de toda la vida y le gritan que es un gato y le tiran patadas.

_ Tengo un partido importante este domingo: no puedo.

Se ríen, se burlan, lo olvidan. En su casa hay comida, pero el Negro sabe que para el domingo tiene que estar liviano y se va a dormir sin comer. Está en eso cuando llega uno de sus hermanitos y se acomoda en el mismo colchón, oliendo a mandarinas. Rebalsa de ternura, se le sale el amor, se desparrama junto al llanto y susurra:

- El hermano este domingo empieza su carrera y vas a ver, te va a sacar de acá, vas a ver…

Irrumpe Ronaldo en el sueño, y corre, corre, corre. El Negro se limpia la punta de los botines colorados con una servilleta de papel y sale a la cancha, ovacionado por la hinchada que grita “¡Negrooooo, negrooooo, negroooooo!”, saluda a la tribuna embanderada con su nombre y es feliz.

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