En 1985, cuando estudiaba en la Universidad de St. Andrews, en Escocia, asistí a un concierto de guitarra clásica en ese pequeño pueblo universitario. Al ingresar al edificio, tuve una grata sorpresa: habían retirado el escenario y las sillas, y la gran sala de conciertos estaba vacía. En la entrada, había una pila de almohadones y un letrero que invitaba a los asistentes a quitarse los zapatos, tomar todos los almohadones que desearan y recorrer la sala para elegir con libertad el lugar donde querían sentarse. En lugar de escenario, se había colocado el taburete para el guitarrista en el centro de la sala, de manera tal que la gente quedaría ubicada a su alrededor durante todo el espectáculo. Yo tomé cinco o seis almohadones muy cómodos y me acosté cerca del taburete. Al mirar a mi alrededor, comprobé que todas las personas de la sala habían adoptado una posición similar y muy relajada.
El llamado “Pillow Concert” (Concierto en almohadones) fue enriquecedor. Me permitió estar absorto con la música y disfrutar de un show en vivo en mis propios términos. Fue liberador.