42. Las reventadas

#AmoresTóxicos

La fauna amorosa

La jungla de los sentimientos desencontrados convoca diferentes especímenes que aúllan bajo la luna sus deshonradas catarsis. Vuelan y retozan alrededor del pantano: el pollerudo, la mosquita muerta, el conquistador compulsivo, la llorona, el paganini. Etiquetas que se pegan en nuestra cara para que el otro no se angustie si no sabe dónde encasillarnos. Todos necesitamos una etiqueta en la cara del bolud@ que nos mira.

El propio estado de impotencia es el sentimiento que mejor define al otro en su rol mas bizarro. El término reventada se utiliza como aguijón que intenta clavarse en el corazón de esa muchacha que, lejos de quedarse muda y sumisa, largó algún improperio casi siempre de forma certera. Lo que revienta se rompe por no poder soportar una presión interior o por tener un deseo muy difícil de superar.

bombaLa reventada no sabe qué hacer con su verdad. Le duele y la lastima. Pero tiene un deber ser muy severo que le impide mostrarse vulnerable. Los escudos que utiliza suelen ser nocivos para su salud y, cuando llora posta, lo hace escondida en algún enojo. Son creativas y buena onda con todos sus amigos, son lapidarias y sanguinolentas con sus detractores. Ante una discusión trivial, sino perdés te hacen sentir como un sorete. Tienen un secreto: buscan alguien que pase todos los criterios de selección sin transpirar la camiseta, alguien que pueda con ellas y que maneje la situación con dos o tres palabras y una mirada profunda. Suelen equivocarse en la elección cuando buscan un domador.

El Facebook está lleno de chicas que cancherean con su soledad. Se muestran seguras y omnipotentes y cuando alguno las descubre, niegan toda contundencia. Las fotos de perfil, con pequeños detalles, suelen invitar al exceso y hablan con total libertad de la libertad. Son excelentes maestras del disfraz, ocultan la ternura con la inteligencia y la necesidad con un poco de rouge. Necesitan saber que saben y se encargan que al otro no le quede ninguna duda sobre su saber.

Suelen enamorase de todos los que las rechazan y, al enamorarse de la persona equivocada, se aseguran quedarse solas. El miedo a formar un vinculo amoroso es parte de esa verdad que no toleran.

Proximidad del amor

Tracey Emin es una artista inglesa que este año cumple cincuenta. Reniega tanto del amor como de su alcoholismo. Transforma en fotos y pinturas las cosas que la resaca le depara. Representó a Gran Bretaña en la Bienal de Venecia: “es como representar a tu país en un mundial”. Tiene un doctorado honorario de la Royal Academy of Art y se siente más sola que la mierda.

Durante cuatro años, entre 2005 y 2009, Tracey escribió una columna semanal para el diario The Independent de Londres, ahí vociferaba sus silencios y calmaba su furia a través de la escritura. Una selección de esos textos pueden encontrarse en el libro Proximidad del Amor.

Emin divaga por el mundo de fiesta en fiesta renegando de su soledad y prefiere que su nivel de inconsciencia sea inducido por el alcohol y no por el Rohipnol. Se define como una mujer soltera y salvaje y advierte que, por su manera disfuncional de manejarse, determinada gente le huye. Le entusiasma sentirse como la frase de Byron: “Estoy parado al borde del precipicio y lo que veo es maravilloso”.

Cuando le gritan “vieja bruja” lo vive como un halago, “cuatrocientos años atrás, de no haber estado escondida me habrían quemado… pero es lo que me gusta”. Dice que bebe tanto porque se aburre dentro de su pequeño cerebro y se impone un régimen de “reemplazo mental” como por ejemplo leer un libro por semana, nadar seguido, subirse a su bicicleta, ir al teatro o al cine y hacer arte con su energía sexual.

Tracey_Emin_1_crop2Cuando le rompen el corazón se lo imagina como una hoja de papel que sólo puede plegarse ocho veces, “cada pliegue es como el corazón cerrándose en sí mismo”. La cuestión es que nunca sabe cuando aparecerá el maestro del origami. Dice que la claridad es igual a la armonía y por eso odia a su fidelidad cuando la toma de rehén.

Para Tracey el humor anula al miedo; a medida que fue engordando entendió que eso de “no tengo nada que ponerme” no se trata de la ropa sino de lo que sentís y dice que la mejor manera de llorar es con risitas.

Le duele una pregunta: ¿Por qué no puedo pasarla bien sin tener que llamar tanto la atención? Ella quiere ser poseída pero al mismo tiempo teme perder el control. Cuando pierde el control siente como si el diablo la introdujera en un lenguaje sólo para los alcoholizados, los sonámbulos y los que tienen conciencia de la muerte.