Razón y raza

Cada vez que escucho decir que hay que tenerle desconfianza al negro, al humilde de América,  a los deportistas,  a los nuevos ricos, o a Obama, incluso cada vez que oigo decir que hay que desconfiar de los negros delincuentes, desconfiar porque son holgazanes, demasiado dados a la juerga y a la bebida, al juego y a la ilegalidad, me pregunto si la gente que habla se ha detenido un instante a pensar en lo que está diciendo.

Casi la totalidad de los inmigrantes africanos a tierras americanas en ningún caso emigraron por sus deseos ni por sus propios medios para convertirse en casi el cien por cien de los casos en esclavos, escapando de esta suerte solo un reducido grupo en Centroamérica, que ha vivido todos estos siglos sin haber pasado por el látigo, marineros improvisados de tres galeones que se quedaron sin dueños y al final resultaron libertos.

En honor a la verdad los primeros en atacar sus aldeas y liquidar a todos los que considerasen no aptos para el trabajo duro, bebés y ancianos, así como enfermos y heridos en la batalla, eran los habitantes de las aldeas vecinas, sus vecinos, de la misma tierra, la misma lengua y algunos de la misma  sangre. Los conducían maniatados a través de la selva hasta el puerto, donde primero los compraba un intermediario africano, o algún europeo que ya se había establecido en la costa. A los que no servían , ya fuese porque llegaban muy extenuados, o porque los comerciantes los encontraban con imperfecciones insalvables, como las dentaduras deterioradas cosa que bajaba el precio porque en breve no podrían comer el duro alimento que se les arrojaría, las piernas dañadas, los brazos demasiado flojos, o que hubiesen enfermado tras la tragedia sufrida en los días de travesía hasta el puerto, se los tiraba al agua. Así, sin más.

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Ellas y el Che

Yo he optado por abrazar el lema de “lo que importa es el procedimiento no el objetivo” invirtiendo el orden de los factores y alterando el producto de su conocido negativo que reza que “el fin justifica los medios”.

Si alguien persigue el mismo objetivo final que yo pero con métodos que no apruebo, lo más probable es que termine por desaprobar también sus fines.  Y viceversa.

Por eso tengo mis recaudos, mis pruritos, mis inconvenientes con todo lo que significó la Izquierda, pero importante recalcar que exclusivamente con la que llegó y se eternizó en el poder, a través de la famosa premisa de: “ahora me toca a mí”.
Ningún “club” me parece tan bueno como para garantizar mi inscripción incondicional, simpatizo con los comunistas españoles, los norteamericanos o los literarios, aquellos que adscribieron más a la  disidencia, a la divergencia, al enfrentamiento a lo establecido, que a los obsecuentes que solo adhirieron a esta denominación para hallar beneficios en el poder. Estos proceden de igual forma que la derecha cuando sostiene el sartén por el mango, para sostenerse recurren a la represión, la confusión,  la mentira, a las atrofias a que conducen el amor incondicional al trono y la corona. A la estrella y el laurel.

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Nueve milímetros

Casi todos iban  de la cama a la cocina, el café y la almohada, de la calle al bar, las botellas, del libro a la playa de noche, a la sal y los besos.

Casi no había cosa que no fuese una rutina.

No quiso seguir estudiando, ni trabajando, ni duchándose cada tres días, ni siendo educado, no pudo evitar hacerse cargo de una vez y por todas de toda la extensión y profundidad de su inutilidad, la que le habían diagnosticado desde pequeño los padres, no podía simular que algo de todo aquello le seguía pareciendo bien, ni siquiera consiguió una sola vez pensar sosegadamente en todo ello. Pero nunca perdió las buenas formas del todo.

La gente vivía como se podía, nadie tenía la culpa de nada excepto el imperialismo,  hizo un esfuerzo supremo por no reventar, sostuvo el alarido hasta agotar el aliento, lo cual no significó suficiencia ni nada en absoluto.

En fin, una armónica, la playita de dieciséis, blues habanero y ron. Mucho sol y sal.

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Puerto Padre, un sitio particular

Desde la estación de Guaguas hasta la calle central y las callejuelas que atravesaban la pintoresca ciudad de Puerto Padre, era un sitio de otro mundo y de otra época. Me había llevado allí mi amigo Peter, que en realidad se llamaba Pedro Miguel, pero lo prefería en inglés porque era un pepillo indomable y decía que tenía que haber nacido “Yuma”. La casa de dos plantas de su abuelo, con porche delantero flanqueado por columnas gruesas, daba un aspecto fresco y diferente del hacinamiento de las capitales, como la mayoría de las construcciones de aquel lugar tan variado de estilos dentro de la austeridad. La hermana de Peter tenía una amiga del alma en el pueblo. No había nada como contar con amigos que tuviesen hermanas con tan buenas amigas.

En los años que había pasado en la isla hasta entonces no había estado aún en ningún sitio en el que me sintiese tan integrado como me sentí en Puerto Padre. Allí era el forastero como en La Habana, pero no el extranjero, sino el amigo de Peter de La Habana, lo de argentino era totalmente secundario e imprescindible, excepto para los viejos, que revelaban sus nostalgias de tiempos mejores con una sinceridad que llamaba a asombro. Continuar leyendo

Lecturas desclasificadas

 

Los libros que me habían gustado desde  pequeño tenían más que ver con la aventura del movimiento, del viaje, de la experiencia en el camino y el conocimiento empírico.  Pero puesto en medio de la negación del ejercicio intelectual de la divergencia, de la polémica, empecé a leer poesía de la mano de los poetas españoles a raíz de tres discos que había en casa, sobre poemas de Antonio Machado y Miguel Hernández hechos canciones por Serrat. Hasta el día de hoy no he podido leer algún verso que me conmueva más que un buen manojo de estrofas de Miguel Hernández. Donde se pongan unos buenos versos comprometidos, me paso por el sub consciente los poemas cultos.

La poesía combativa de los republicanos españoles, me derivó a la generación del 98, la cual había estudiado en la secundaria con el típico grado de éxito, de las materias condenadas a muerte por un examen evaluativo. Y encontré en aquellas estrofas un refugio íntimo, profundo, intenso, intransferible, un recurso al crepitar del alma y del asma, en medio de aquella algarabía informe.

La poesía y el jazz eran las manifestaciones artísticas que mas oportunidades de burlar la censura tenían.

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Cara y Seca

“No sé que hacen cuando no cantan pero sé que cantan bien y hacen muy buena música”-  le respondí en una carta a un preso politico compañero de mi padre, con quien también intercambiaba epístola, el cual me había pedido en una misiva que le escribiese la letra de alguna canción de Silvio Rodríguez, a lo cual más como una declaración de gustos que por la imposibilidad de hacerlo, le contesté que no escuchaba la Nueva Trova, sino que me gustaba el rock, Grand Funk , Hendrix  y Led Zeppelin, y también los Bee Gees, un grupo pop de moda, le pregunté si los conocía, a lo que me había contestado que no se metía en mis gustos pero que esos por lo general eran drogadictos antisociales y en su mayoría afeminados.

Estaba acostumbrado a escuchar  una apreciación similar en casi todos los medios que me rodeaban excepto mis amigos, pero no dejó de chocarme que personas que habían llegado tan lejos luchando contra una sociedad que creían injusta y enmohecida, tratasen de esa forma a un movimiento contestatario que con ahínco se había opuesto al costado cruel del sistema, aportando además una serie de reclamos y logros de pequeñas y enormes libertades individuales.
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“Crossroads”

En estos días se conmemora un aniversario más de la muerte del Che en Bolivia. Cada vez que se acerca esta fecha me asisten una serie de recuerdos a los cuales los rayos de la perspectiva en el tiempo han dotado de la gracia propia de la anécdota que se desvía del convencionalismo, pero que no obstante en su momento consiguieron demostrarme la calidad y consistencia de un constante agobio.

En uno de los aniversarios, vivía en La Habana y no estaba lo que se llama adaptado a la vida prolija en sociedad, era una especie de marginal según me decían, un lumpen, era un desclasado social que no conseguía adaptarme al inmovilismo y la falta de libertad del mal llamado socialismo en Cuba, sumado a la danza de incomodidades típicas de los adolescentes tardíos y aderezado por una vehemente reacción a las conductas convencionales, que en mi caso, estaban regidas por un enmohecido sistema de falsedades que componían la pretendida superioridad moral de los ángeles de izquierdas y los santos comunistas

Mis bisabuelos Roberto Guevara Castro y Ana Lynch Ortiz y sus hijos, entre los que está mi abuelo Ernesto, en el extremo derecho de pie.

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