Ella: Mañana tengo una entrevista de trabajo.
El: ¿Y por qué no me contaste?
Ella: Te lo estoy contando ahora.
El: ¿Desde cuándo lo sabés?
Ella: No sé, hace un par de días.
El: Siempre te cortás sola.
Ella: En lugar de alegrarte porque tengo una entrevista de trabajo, me tirás mala onda. Pareciera que querés que me vaya mal.
El: Seguro que si no quedás va a ser culpa mía porque, según vos, yo soy el distribuidor de la mala onda por toda la casa.
Ella: Yo lo que digo es que nunca te bancás que me vaya bien. Vos tenés un trabajo monótono y aburrido y yo no te digo nada.
El: Pero me lo estás diciendo. ¿Qué problema tenés con mi trabajo?
Ella: Nada, que yo por lo menos busco otra cosa para superarme como persona, en cambio vos siempre vas a lo seguro.
El: ¿Me estás diciendo cobarde?
Ella: No, cagón que no es lo mismo. Nunca te animás a dar un paso más.
El: Ah claro, habló la señorita audacia. Con la extensión de la tarjeta de papi somos todos osados. Vos no tenés idea lo que es que te apoyen en el 68 a las ocho de la mañana.
Ella: Habló el albañil de andamio. Callate, si tu mamá hasta los jeans te planchaba. Que tu vieja te planche un jean es de mamero.
El: Por lo menos me gusta ser prolijo.
Ella: Obsesivo.
El: No como vos, que va a ir a la entrevista con esos pelos de resortes.
Ella: Cada vez que querés agredirme te la agarrás con mi aspecto.
El: Y vos con mi forma de pensar las cosas. Para vos todo lo que pienso está mal. Si hablo porque hablo, si me callo por que no digo nada. A veces pienso que aunque fuera tu mascota tampoco serías feliz.
Ella: Pará de inventarme siempre como una harpía. Odio que te victimices. En eso sos igual a tu viejo.
El: Pero por lo menos mi viejo nunca cagó a mi vieja. En cambio…
Ella: Bueno basta, mañana cuando no quede en la entrevista me voy a acordar de esta discusión.
El: Mientras no te quedes dormida y llegues a tiempo. Continuar leyendo