Por: Fabio Lacolla
“¿Eso te pusiste? Por qué no te mirás un poquito al espejo. Se dice hubiera, no habría. No sé para qué estudiás si siempre dejás todo por la mitad. ¿Eso compraste? A ver cuando bajás esa panza. Vos no te das cuenta de nada. Para venir con esa cara te hubieras quedado en tu casa. Te dije que no vayas. Por qué no fuiste. Haceme caso, vos tenés que pensar por vos mismo. Para qué vas a festejar tu cumpleaños si no va a ir nadie. ¿Podés cambiar esa cara? Vos vas a morir en esa oficina de explotadores. Ya no da que uses ese escote. Peinate como un hombre… ¿qué te querés, hacer el pendejo? Yo no sé cómo puede gustarte San Bernardo. Al final para qué me llamaste.”
La mascarita
El descalificador agota. Es una persona que cree que perdió la brújula en tu bolsillo. Evita mirarse a sí mismo porque le duele y es el fisgón de tu vida cotidiana. Quien habita tus días olvidando los suyos es una persona empobrecida. Una cosa es un consejo y otra un reproche. El descalificador al invalidarte permanentemente logra que seas inseguro a la hora de tomar decisiones. El objetivo es que dependas de él, por eso menosprecia tus razones, deshoja tus sentimientos y censura tus acciones. Un profesional de las máscaras tiene su valija repleta de disfraces, por eso te agarra con la guardia baja. La va de lo que no es. Se acerca interesadamente con el objetivo de descubrir cómo amenazarte con lo que más temés y seducirte con lo que más deseas, combinación exacta para definir a un psicopatón. Tiene la lupa invertida, en lugar de mirarse a sí mismo, anda husmeando en los rincones de tu subjetividad con el objetivo de convertirte en su rehén. Mirarse a sí mismo es un acto de valentía.
Es inútil discutir de igual a igual porque instalan la soberbia y la vehemencia para separar el afecto de la palabra. Una discusión disociada del afecto no es una discusión, es una batalla campal donde el objetivo no es la conquista de una idea sino el sometimiento del otro.
¿Y por casa cómo andamos?
Si creés que ese dulce manipulador se apareció en tu vida como por arte de magia, es posible entonces que tengas su brújula en tu bolsillo. El otro es un invento de uno mismo. Todo descalificador no es efectivo sin un partenaire. Hace su casting en forma silenciosa. Lo que hace que una crítica se transforme en sentencia es tu empobrecimiento frente al otro. El que descalifica tiene una visión obscena de tu vida cotidiana y se cree con el derecho de opinar sobre todas tus acciones. El tema es que cierta pasividad tuya habilita ese derecho y el otro avanza intentando saciar su psicopatía.
Si sos de andar convirtiendo vínculos simétricos en asimétricos seguramente caerás en las dulces garras de un manipulador de emociones. Si vas por la vida averiguando si cada paso que das es el correcto, cenarás cada noche en una mesa de examen. Si creés que la obediencia es un acto de amor, validarás el castigo como resultado de un desvío. Si sos de los que ven lo que pasa pero se inmovilizan ante esa realidad, antes de intentar modificar es realidad omnipotentemente, pedía ayuda.
Las máscaras en el amor están al servicio de un juego manipulador con aceptación de ambas partes, si uno no quiere, dos no pueden.
El amor no es un territorio creado para que la neurosis gobierne los latidos de un corazón, más bien todo lo contrario: es el corazón, que vibra con un beso, el que acomoda tus zonas débiles y les hace dormir una siesta cerquita de la ventana.