Por: Fabio Lacolla
Primera etapa: La intolerancia
Esto es de menor a mayor. El primer recurso es la indirecta, querés darle a entender que ya fue pero no encontrás las palabras adecuadas. Recurrís a actos como el silencio prolongado, mirar por la ventanilla o sacarte una pelusita del suéter. Usás monosílabos y contestás con la cara como si acabaras de morder un limón.
Todo te fastidia: el jabón que usa, el chistido que hace antes de decir algo que cree importante, cuando junta el pulgar con el meñique. Que se toque la panza después de comer, que cada tres bocados tome un sorbo de algo, que te diga “mumi”. Que use una cintita roja en la muñeca opuesta al reloj, que sea de Platense, que le guste Gary Moore creyendo que es un blusero genuino. Te fastidia que sepa tanto de cosas que no le importan a nadie, que haga pronósticos climatológicos cada vez que mira el cielo, que mire el cielo. Odias que diga “acnédota” en lugar de anécdota. Que no tome vino, que se bañe antes de irse a dormir, que cante bajo la ducha y que se levante con cara de tostada de queso blanco.
En esta etapa creés que lo que no te pasa con él, es por él.
Segunda etapa: La decisión
Tu amiga te dijo que no, que no es él, que simplemente ya no te pasan cosas con él y que se lo tenés que decir. Buscás las palabras, los tonos, hasta las pausas buscás. Van caminando por Medrano, llegan a Corrientes, doblan hasta Mario Bravo, hay un bar, es ahí… ahora.
Vos: Mirá Fede, tenemos que hablar.
Él: Si, claro. Ya sé, querés dejar la facu.
Vos: No, no es eso. Es sobre nosotros.
Él: Ya se, es por las vacaciones. Ya lo hablamos. No me da que vayas con tus amigas a San Bernardo.
Vos: A mí me parece que lo que no da es que sigamos juntos. ¿Vos no sentís que la cosa no está fluyendo?
Él: Para nada, para mi está todo más que bien. No sé por qué lo decís. Debe ser que empieza el calor y uno se estresa más.
Vos: No, Federico, no me estás entendiendo. Te estoy diciendo que ya fue. Que ya no quiero estar con vos. Ya no me pasa lo mismo que antes. No te extraño y…
Él: Pero no seas exagerada, si vos me querés. Debés estar mal con otra cosa y te la agarrás conmigo. ¿Sabés qué? Mañana viernes ponete linda que vamos a ir a cenar a Kaizen Izakaya, ese lugar de sushi que tanto te gusta.
Vos: No, quiero que nos separemos.
Él: Dale… no es para tanto. Todas las parejas tienen una pequeña crisis.
Tercera etapa: La negación
Se lo dijiste, creés que fuiste clara. Sentís alivio, se te fue esa rara sensación en el pecho y a la mañana te levantás de otro ánimo.
Pasan dos días y empieza la pesadilla. Mucho whatsapp, mucho inbox, mucho todo. Quiere verte, tiene algo súper importante que decirte. Vos no querés, el insiste. Te da pena porque no lo odiás, simplemente ese tipo sólido y bonito se transformó –para vos- en un “goma”.
Toma dos en el barcito de Mario Bravo:
Vos: Bueno, acá estamos. ¿Qué tenías para decirme?
Él: Que estuve pensando mucho y que tenés razón en todo. Que en la vida hay que ser valiente y tomar decisiones, no quedarse a mitad de camino. Así que el fin de semana estuve buscando departamento y vi uno que te va a encantar. Quiero que nos vayamos a vivir juntos.
Vos: Pero… ¿vos sos tonto? Te dije que esto no tiene vuelta atrás.
Él: Si ya sé, pero viviendo juntos todos los problemitas esos que tenés en la cabeza se te van a solucionar. Vos no sabés lo luminoso que es, hasta tiene un balconcito para tomar mate con tostadas.
Vos: Yo no quiero hacer más nada con vos.
Él: Si es por esperarte, yo estoy dispuesto. Por ahí necesites un par de días para aclararte la confusión. Todos, alguna vez, nos confundimos.
Vos: Yo no tengo ninguna duda.
Él: Si, si. Eso lo que dicen todos los confundidos.
Cuarta etapa: La pesadilla
Se aparece en cualquier lado y en cualquier momento. Te lleva flores y hace que las odies aún más que antes. Te pasa a buscar, y si no te encuentra te llama cuarenta y tres veces. Habla con tu mamá, con tus amigos. Te escribe mail súper extensos con diferentes tonos: manipuladores, victimizados, amenazantes, reprochadores, desesperados, culposos, etcétera.
Vuelve una y otra vez, no te escucha, no te entiende. No te quiere a vos, sólo quiere que lo quieras él. Es invasivo, pesado y, a esta altura, te da un poco de miedo. Tenés miedo de conocer a alguien, de ir a bailar, de programar una salida al cine. Temés que vuelva a sonar el timbre otra vez a las cinco de la mañana. No entendés por qué no te entiende.
Pobre Fede, está en el horno, prendido fuego con sus propios fósforos. La neurosis es como ese costado rugoso de la caja donde se raspa la cabeza de la cerilla. Frotás una idea inconveniente por esa superficie y generás la temperatura de ignición necesaria para que todo arda. Los deseos son fósforos de poca monta que buscan consumirse porque les duele existir. La neurosis está al servicio de consumir el deseo para que aparezca otro, y otro, y otro.
Federico no entiende de frustraciones, es de esos que apenas abrían la boca, ya les venía el avioncito a punto de aterrizar con una cucharadita de puré. Hay personas que no pudieron aprender a llorar, a frustrarse. Son esos que los padres le saciaban el capricho al instante o que, cuando lloraban, les decían -¿Podés parar de llorar? Recaen, una y mil veces, en la inmediatez. Lo que quieren lo persiguen sin medir y no tienen registro del otro. El fin justifica los medios. Están acostumbrados a chocar de frente porque tienen anestesiado el dolor. Con el tiempo, ella se va a ir transformando de sujeto a objeto, donde él se va a obsesionar por la posesión.
La pregunta es cómo llegaste a tener tu Federico. Unos meses previos al desenlace hay algo que no estuvo bien y que dejaste pasar confiando en que las cosas se arreglan solas. El amor es como una caja de fósforos, lo que arde debería encenderse para iluminar un camino, para calentar el futuro. Un fósforo sin destino es una oportunidad devorada por el viento.
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