Semana de estrenos

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Esta semana, tres obras de teatro de distintos autores se presentarán en simultáneo. A las 19:30 horas del miércoles 13 de agosto, en el Museo de la Memoria (Córdoba y Moreno, Rosario), se levantará el telón para que debuten los tres primeros libros de la colección Tramoya de la editorial rosarina El ombú bonsai. Las obras que estarán en escena son: Mujeres de ojos negros de Romina Tamburello, Servicio secreto (mano de obra desocupada) de Juan Pablo Giordano y Artificio casamiento (una comedia romántica y atormentada) de Rody Bertol y Daniel Feliu, y serán introducidas por la directora de la colección, María Julia Rossi, junto a Clide Tello y Julio Cejas.

Mujeres de ojos negros despliega un vínculo perverso, enfermo y enfermante, entre Madre e Hija. Dos figuras femeninas, solamente, junto a nombres masculinos y la sombra de la abuela Teresa que, desde el teléfono y en sordina, juega un rol arbitral o de jueza de las dos mujeres que se enfrentan en el interior de la casa que habitan. Los diálogos incluyen ciertos clichés maternos y filiales que se acumulan para delinear con claridad a los personajes, que juegan de a ratos a invertir sus roles, pero que abandonan el impulso lúdico para dejarse arrastrar por sus verdaderas identidades. El control agobiante que ejerce la Madre y la farsa de la sobreprotección, dejan al desnudo las zonas más oscuras del matriarcado en el que la imagen masculina se erige como lo ausente o el peligro, la fatalidad que solo puede evitarse a través del casamiento con Dios: la vida conventual que la Madre desea imponer a la Hija. A pesar de su brevedad, Mujeres de ojos negros muestra con una fuerza notable e hiperbólica, lo más oscuro de las relaciones entre madres e hijas.

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El excelente prólogo de Federico Aicardi anticipa los tópicos que despliega Servicio Secreto, mano de obra desocupada. A caballo entre el absurdo y el existencialismo, el diálogo que llena la espera de Jorge y Aldo, dos guardaespaldas ociosos que vigilan, en ausencia, al Capo, da cuenta de la dificultad de asumir la propia individualidad cuando se está en los márgenes o excluido. Mientras su jefe celebra otra de sus fiestas, ellos lo cuidan y le guardan, asido por una esposa a la muñeca de Aldo, un maletín que se presume lleno de dinero.

Que la ambientación se proponga en el VIP de una disco porteña, a finales de los noventa, vuelve indudable la remisión a los últimos coletazos de la fiesta menemista. Sí, sin dudas una época obscena, fresca todavía en la memoria de quienes la vivimos. La pérdida de la noción del tiempo; el deseo de poseer la fortuna, el poder y las mujeres de el Capo; la alienación que se hace presente en la reiteración de los diálogos y el olvido de lo dicho y del propio cuerpo; las náuseas como guiño o indicio del malestar existencial, junto a la tensión creciente entre ambos personajes, convierten a Servicio Secreto en una lectura intensa e inquietante.

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Artificio casamiento (una comedia romántica y atormentada) despliega, en el marco de una fiesta de bodas, un entramado de historias de amor frustradas por intereses familiares o por la propia ineptitud o torpeza de los involucrados; y otras de desamor y odio que continúan latentes bajo el simulacro de la armonía. Jorge se casa con Fátima pero su verdadero amor es Olga, la hermana mayor de la novia, y como él, todo el resto de los personajes, se encuentra disconforme con su situación, pero persiste en la farsa.
Los diálogos y situaciones se inscriben, en su mayoría, en esa concepción del humor que provoca risa, pero deja desolado al lector, meditando sobre lo trágico que subyace en cada carcajada. En los distintos cuadros, las máscaras se caen, pero solamente por un rato. El suficiente para expresar los sentimientos, broncas, frustraciones y rencores antes de volver al imperio de la hipocresía. Así, el “artificio casamiento” parece ser ese instante de fiesta que fractura el artificio de la existencia cotidiana para desnudar la verdad de cada uno. Y, acabada la fiesta, como ocurre con la ruptura carnavalesca del orden, todo vuelve a la falsa normalidad de la mentira.
Apelando a la creatividad de los futuros actores y directores, la obra deja espacios abiertos para ser completados con monólogos o improvisaciones. Tal vez la proliferación de personajes obligue a veces a retroceder al reparto y consultar para entender esa compleja red de personajes tan infelices como reconocibles.