Convivimos con problemas porque decidimos no afrontarlos.
Esa es la verdad del día. La hipótesis que nos invita a pensar, a descubrir las vicisitudes de la cotidianeidad para poder lidiar con ellas y superarlas. Porque, quiéramos o no, la vida viene con problemas que se presentan con cierta periodicidad. Y permanecen si no los resolvemos.
¿Qué hacer?
Ese descubrimiento, como la creación y asunción de una propia filosofía de vida, nunca es ajeno. Siempre es personal. Por eso cada uno sabrá cómo desenvolverse frente a los problemas que lo aquejan, descubrirá metodologías y comportamientos que le posibiliten lograr mayor efectividad para superarlos.
Y leerá lo que encuentre para repensar, elucidar o diseñar estrategias frente a las adversidades que le presente la vida.
Si encuentra algunos hallazgos, tendrá mayor suerte y mayores serán las chances de liberarse de los tormentos.
Comprendo que a muchos nos gustaría que alguien nos indique qué camino infalible tomar. Si hay que doblar a la derecha, a la izquierda. Permanecer quieto. Saltar. O girar en círculo.
Pero pocas cosas deben ser más peligrosas que poner la vida en las manos de los demás. Así que más vale que pensemos por nosotros mismos antes de que un dedo externo indique cuál es el sendero correcto.
Quizás podemos pensar en una condición central para movilizarnos del lugar de la queja y dar el paso necesario hacia la solución del problema que fuere.
Es en ese punto donde podemos detenernos a reflexionar.
¿Cuál es el punto?
La decisión central de no aceptar los problemas y comprometernos con la solución.
Es cierto que es fácil explicarlos y también es cómodo relatarlos sin enfrentarlos. Pero esa posibilidad resuelve vivir en la incomodidad de la queja, que aporta la comodidad de la inacción y evita hacerse cargo de los temas.
Estrategia acertada para dejarnos en el mismo lugar y evitar que demos el paso hacia la resolución definitiva de los problemas.
Si uno no quiere transformarse en una persona quejosa, frustrada y malhumorada, sería conveniente que se pregunte sobre la comodidad de la queja. O bien que la asuma por propia elección.
Si por el contrario, quiere superar los problemas, es mejor que cobre valentía y accione. Se enfrente al mundo, navegue las aguas de la incertidumbre y acomode las cosas en su lugar.
Cuando la queja muere aparece el bienestar.
¡Suerte!