Cinco tácticas infalibles para vender libros

#LeerYEscribirBA

Es cierto que, con la aparición de las grandes cadenas, las pequeñas librerías en Buenos Aires quedaron al borde de la extinción. Sin embargo, uno de los principales motivos por las cuales todavía sobreviven, es por la figura del librero.

Por eso, a continuación, se podrá apreciar a través de distintos testimonios, las tácticas que utilizan algunos libreros (de las más modestas y de las grandes sucursales) para venderles a aquellos compradores indecisos.

Los primeros tres puntos estarán a cargo del escritor y periodista Guillermo Piro, que durante muchos años trabajó como librero.

Piro afirma que lo primero que tiene que hacer un librero es “descifrar”.

“La mayoría de los compradores vienen con el nombre de autor o del título incompleto. Y a veces, con nombres que no se entienden. Por ejemplo: una vez vino una señora que buscaba un libro de Robert Hart”, recuerda Piro.

“’Robert Hart, Robert Hart…’ pienso. ‘No tengo nada de Robert Hart, señora’. Porque encima era de los compradores que hablan solos, miró para el costado y dijo: ‘Cómo puede ser que no conozca a Robert Hart, puff…’. A veces me daban ganas de pegarles una ñapi en la cara”, cuenta Guillermo.

“Hasta que me dice ‘Robert Hart, el que escribió Los siete locos’. Ah, le respondí. ‘Robert Hart, si tengo un montón de Robert Hart’, sólo que no me acordaba. Venga, por acá’. Nunca hay que corregir al comprador, si no lo perdés”, aconseja Piro.

La segunda táctica cuenta el autor de Celeste y Blanca (Eterna Cadencia, 2009), es saber ubicar de forma eficiente la caja registradora.

“La caja tiene que estar al fondo de todo. Si una persona entra buscando El Principito, y si no lo tienen, se va. Pero si tenés la caja al fondo de todo, tenés que recorrer todo un trayecto, donde te encontras con otros libros”, relata Piro.

La tercera es la que, según Piro, “nunca fallaba”.

“Cuando venía un tipo por segunda vez a preguntar por el mismo libro, yo le decía: ‘Los vendí todos’. Entonces le indicaba que espere. Lo buscaba por unos minutos y cuando decía, ‘Acá me parece que tengo uno’ la persona ya estaba haciendo esto (Piro ejemplifica y mete la mano en su bolsillo).

La cuarta técnica la conocí por medio de una amiga. Pues a pesar de no haber sido librero, pude conocer esa táctica tan eficiente como irritante.

En cierta ocasión, le recomendé a una amiga El beso de la mujer araña, de Manuel Puig. El libro valdría, en su edición de bolsillo, no más de 30 pesos. Después de unos días, ella fue a una sucursal de las tantas cadenas de librerías que hay en la ciudad, y cuando nos volvimos a ver me dijo: “No lo compré, no pude”.

Entonces,  me explicó: “Cuando entré a la librería, le pregunté a un vendedor por el libro que me dijiste. Pero el libero me chistó y me ordenó que me callara. ‘¡Cómo que no lo leíste!’. Bueno, ya no hay tiempo para leer eso. Vení…’ Y me terminó dando uno de Italo Calvino”.

Tal vez no haga falta aclararlo, pero ese libro costaba cinco veces más que el que originalmente había ido a buscar mi amiga.

Desde luego que es mentira que hay libros específicos para cada etapa de la vida, como aquel embustero librero afirmaba. Me atrevo a decir esto, por la sencilla razón de que la lectura por placer es libre y caótica, a diferencia de un programa académico donde todo está estrictamente estipulado. Pero si es cierto que hay libros más caros que otros.

Por último, se mencionará la quinta a cargo de Carlos, un antiguo librero del barrio de Olivos.

Leer y conocer a los clientes. Ahora las librerías venden libros como jabones”, sentencia.