Por: Mariana Skiadaressis
La gente cambia de celular, cambia de computadora, cambia de consola de juegos, cambia de aspiradora. Por un lado, está la obsolescencia programada de ciertas tecnologías y por otro, el afán de cambiar los objetos por unos nuevos y supuestamente mejores. Esto sucede, por ejemplo, cuando alguien compra un plasma y regala su viejo televisor porque no vale la pena ni publicarlo en Mercado Libre.
Hay una trampa del capitalismo en relación al consumo infinito que entendí leyendo un artículo de Eric Laurent, un teórico del psicoanálisis que a veces tira cosas interesantes. Dice algo así como que estamos en una época en la que el lazo social está desvalorizado y lo único que se sostiene como tapa agujeros existenciales es la ilusión de una plena satisfacción del deseo. Esta falacia es la razón del éxito del consumismo.
El otro día desayunaba con un amigo que había tenido una cita desastrosa con una mujer la noche anterior. Me dijo que el hábito de la adquisición de objetos y su reemplazo en un período relativamente corto de tiempo se produce también en las relaciones de pareja. Si no te bancás un celular más de tres años, cómo vas a hacer para bancarte a una persona con todas las cosas malas que se supone que uno tiene que soportar para estar en pareja, y más aún en una pareja de larga data.
La obsolescencia de las relaciones amorosas es un signo claro de nuestros tiempos y no distingue género, tanto hombres como mujeres dejan y son dejados. No sé qué incidencia tendrá en nuestros hijos este comportamiento que transforma el lazo social. Es un clásico que las nuevas generaciones traten de romper con la de sus padres, así que en una de esas, en el 2043 esté de moda el indestructible Startac y tener una misma pareja para toda la vida.