Por: Mariana Skiadaressis
Tuve una reunión diurna en una quinta. Había un grupo numeroso de personas de mi generación con hijos menores de tres años. Todos separados. Ya sé que la familia clásica ha dejado de funcionar, pero constatarlo en ese encuentro amistoso me dio cierto alivio que disminuyó mi angustia por haberme convertido en madre separada de un bebé de seis meses.
Más allá del momento particular que estoy viviendo, me llama mucho la atención esta nueva modalidad en que prevalece el bienestar personal a las ganas de permanecer en la vida diaria de un hijo. Es algo que no entiendo pero que claramente es una tendencia en ambos géneros. Hay mujeres y hombres abandonados que tienen que hacerse cargo en solitario del día a día de sus criaturas.
A este fenómenos lo llamo “abandono hedonista” ya que, por un lado, quienes abandonan son incapaces de poner a su hijo por sobre su propia búsqueda de placer. Y por otro, carecen de un sentimiento solidario hacia el otro progenitor. Una persona que no puede entender la magnitud del daño que hace a quienes lo rodean porque sólo es capaz de percibirse a sí mismo –sea por egoísmo o ignorancia- es mono con navaja.