“Ustedes, los pescadores, son una porquería porque no tienen compasión de los peces. Vaya a saber lo que les duele que los pinchen con los anzuelos. Yo le haría lo mismo a usted, clavándole los labios a ver qué le parece.” En casi un cuarto de siglo como periodista de pesca me han dicho más de una vez alguna de estas frases, como defendiendo a los animales. Curiosamente, en alguna oportunidad me la espetó una persona que estaba comiendo un buen asado de vaca, que usaba veneno contra los mosquitos o las cucarachas, o que comía ricos fideos, hechos con harina, elaborada con trigo al que se lo corta de cuajo para espigarlo (y es un ser vivo, la planta, ¿no?).
La cuestión de si los peces sienten dolor se inició muchísimos años antes de que yo me dedicara al periodismo e, incluso, antes de que empezara de chico a pescar. Muchos grupos o personas que procuran atacar el carácter recreativo o deportivo de la pesca aficionada utilizaron y utilizan la respuesta positiva (sí, a los peces les duele) sin ninguna base científica sino colocando a los peces a la par de los mamíferos, entre los cuales estamos nosotros, los seres humanos.
Hace unos meses, por el contrario, investigadores de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, publicaron, en la revista científica Fish and Fisheries y en otros medios, un estudio que afirma que es muy improbable que los peces sean capaces de sentir dolor aunque se los clave con un anzuelo o sean sometidos a luchas en la punta de una línea. Esto se debe a que no poseen estructura cerebral ni terminaciones nerviosas suficientes para experimentar las sensaciones de dolor. Incluso, de acuerdo con este informe, cuando el animal se debate luego de ser clavado, solo está reaccionando de manera inconsciente y no está sufriendo.
Jim Rose, profesor de zoología y fisiología de la citada institución, aseguró que, a pesar de haberles inyectado sustancias que causarían un fuerte dolor en los seres humanos, las truchas arco iris usadas para este experimento no mostraron ninguna sensación o reacción, lo que hace que sea “muy improbable que un pez pueda sentir dolor”.
Algo interesante del estudio es que, pese a las conclusiones, enfatiza que los peces deben ser tratados con respeto y aquí me parece que radica una de las características salientes de los pescadores recreativos o deportivos: nos esforzamos en encontrar la manera de capturar a un pez, pero lo devolvemos a su medio lo más rápidamente posible y en las mejores condiciones. El placer del pescador no radica en matar. Al contrario, sin llegar a exageraciones que harían desaparecer el sentido de pescar, procura darle al pez la mayor cantidad de chances de que se libere antes de que él lo libere. Es la diferencia básica del que pesca para comer y el que pesca para divertirse.
De este tema hablaré en otra nota. Por ahora, la noticia de que no hago sufrir a los peces afirma aún más ese deseo atávico que está en mi interior y que me impulsa desde hace cuatro décadas a querer pescar en todos los charcos posibles. No lo puedo parar.
Néstor Saavedra
para Tur Aire Libre
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