Si las provincias, poseedoras legales de los grandes ríos, como el Paraná y el Uruguay, no han nada para impedir la pesca excesiva, en poco tiempo más el stock de peces bajará tan drásticamente que se terminará la pesca deportiva. No digo que haya que eliminar la pesca comercial, aunque sí debe darse un corte definitivo a la pesca extractiva indiscriminada, sea cual fuere el método de pesca empleado. La pesca comercial requiere urgentemente una reconversión. Sospecho que para no cerrar los frigoríficos que se dedican a peces de río, lo mejor sería que, en un plazo determinado, solo se aceptaran peces de criadero. Con la experiencia que tienen los técnicos argentinos seguramente podrían multiplicarse las pisciculturas dedicadas al pacú, el surubí, el dorado, la carpa y la tilapia, como yo mismo he visto en las provincias de Misiones y sé también de la existencia en Formosa. Más al sur, por una cuestión de clima más frío, podrían mantenerse algunas de estas especies, pero seguramente se desarrollarán con mayores posibilidades las truchas y los pejerreyes. Bueno, la ley debería establecer que, a partir de determinado año, para que haya tiempo de crear el nuevo marco práctico, solo se comercialicen pescados criados en cautiverio y esté absolutamente prohibida la venta de peces salvajes.
Seguramente esto será muy complejo, mucho más con la enorme cantidad de kilómetros compartidos con Paraguay, Brasil y Uruguay, con sus propias legislaciones para los mismos ríos. Seguramente habrá que aplicar una gran inyección de tiempo y dinero, para capacitar técnicos, crear pisciculturas, manejar los ciclos y conversar sólidamente con los compradores y exportadores. Pero ¿qué es un gobierno sino aquel que se hace cargo de los problemas complejos para solucionarlos? Nada importante se logra sin medidas importantes.
Claro que para que cada provincia avance en este tema, los distintos representantes del Poder Ejecutivo deben preguntarse qué quieren y ser coherentes con ese propósito. ¿Quiero que mi provincia atraiga turistas, locales e internacionales, con el producto pesca deportiva? ¿Creo que este producto genera nuevos puestos de trabajo y deja dinero en posadas, estaciones de servicio, casas de pesca, restaurantes y otros comercios aledaños a este pasatiempo? Pues bien, debo hacer algo en esta línea y no solo quedarme de brazos cruzados viendo cómo se depreda en distintos puntos de la cuenca. Por el contrario, ¿quiero que mi provincia se afirme como productora de pescado para la venta local y la exportación? ¿Considero que son muchas más las familias y personas a las que beneficio permitiendo y desarrollando la pesca comercial que si trato de reconvertirlas a la producción acuícola? Entonces, debo trabajar con esto en mente, prohibiendo la pesca deportiva en lugares donde, con caña, se realizan matanzas burlándose de las reglamentaciones vigentes e incrementando, por tanto, el control, o ciñendo las áreas de pesca deportiva a sectores muy reducidos.
Pensando en una opción intermedia, ¿creo que ambas pescas (comercial y deportiva; nunca, la matanza sin ton ni son) pueden convivir? Debo, entonces, trabajar al respecto. Si cualquiera se excede, como ambas toman del mismo stock, perjudicará a la otra. Quizás legislando y controlando, las dos puedan subsistir. Ahora se nota que no. Las redes sociales están inundadas de denuncias de matanzas de pesca en la cuenca del Plata. Existen zonas donde es casi imposible navegar a causa de los trasmallos (y no cuestiono que sean o no legales). Y en forma creciente, salvo esa extraordinaria creciente del Paraná que desparramó dorados en el 2010, más y más guías y operadores de pesca deportiva están preocupados porque sus clientes no pueden realizar una buena jornada de pesca. Recuerdo que al comenzar mis actividades con el periodismo especializado, con media jornada de pesca en el Alto Paraná ya teníamos hecha una tapa, con un surubí de más de treinta kilos y un dorado que superaba los ocho. O para no ser tan subjetivo basta con mirar los récords de surubíes que se obtenían en los concurso de Reconquista o Goya en la década de 1980. Hoy solo se logra esto con mucha suerte o llegando a las corridas luego de que un operador informe de la presencia de un cardumen antes de que pequeñas embarcaciones livianas lo depreden.
Ni qué les cuento lo que significa para los operadores vender los paquetes en el exterior. A la muy difundida situación social del país se le suma la dificultad de poder asegurarse al turista una pesca mínima. Es verdad que nadie tiene en ningún lugar del mundo la pesca totalmente asegurada, pero también es cierto que no se venden paquetes fácilmente a aficionados que viven a miles de kilómetros, cuando existe tan poca posibilidad de hacer una pesca excelente. ¿Quieren un ejemplo? La Zona, esa área del río Uruguay pegada a la presa de Salto Grande aguas abajo. Pese a que hemos visto denuncias de pesca ilegal en esta área también, es, sin dudas, la que mejor vende en el mundo, pues miles y miles de aficionados quieren sacar dorados grandes y hay grandes posibilidades de que se den el gusto, cuando las condiciones del río son buenas. ¿Por qué se vende bien? Porque es muy pequeña (solo 700 m por el ancho del río) y no es fácil ingresar ilegalmente y depredarla, ya que hay puestos de control de prefectura de ambos países. Por el contrario, los casi dos mil kilómetros del Paraná argentino son muy permeables, con costas muy accesibles.
Propongo, entonces, que se desarrolle la piscicultura de peces de río (Brasil tiene mucho avance al respecto) y se conviertan los pescadores comerciales en guardafaunas con un mejor salario que el que actualmente tienen: que no queden sin trabajo sino que se lo mejoren. De la misma manera, que la pesca deportiva sea sin muerte y con estrictos controles, los mismo que en la pesca comercial. Si hay voluntad política, como sucede con medidas financieras, mucho más tajantes, seguro que se puede.
Néstor Saavedra
para Tur Aire Libre
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