Los rayos y la pesca

#Pesca

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¿Es peligroso pescar bajo descargas eléctricas? ¿La caña puede atraer un rayo? ¿En el agua hay más chances de que pegue? Estas y otras preguntas se hicieron más frecuentes con las potentes tormentas de lo que va del 2014, mucho más luego del infortunado incidente del parador del Villa Gesell.

Las cañas mayormente son de grafito (carbono), que es un buen conductor de la electricidad. Los rayos se producen por las diferencias de cargas positivas y negativas en las nubes. A veces se arman entre las nubes y la tierra: esta situación puede ser peligrosa una caña erguida.

Hay dos tipos de rayos que bajan a la superficie terrestre: los que nacen en la base negativa de la nube y los que se origina en la parte alta de la nube. Estos últimos son mucho más raros, más fuertes y de mayor alcance.

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La corriente eléctrica debe perforar el aire, que es un material no conductivo. En consecuencia busca los lugares más cercanos (más altos) para descargar y, sobre todo, si son de material conductivo, como sucede con los mal llamados pararrayos. Un pescador con una caña en un lugar raso bajo una tormenta con gran cantidad de descarga es un pararrayos. Esto es más peligroso entre los trópicos (Amazonas, Caribe, Orinoco, etc.), donde las tormentas se arman rápidamente y con mucha descarga eléctrica a causa de la intensa humedad y evaporación. Pero, últimamente, el cambio climático ha traído este tipo de fenómeno físico también a las latitudes subtropicales, como hemos tenido noticias de rayos en las provincias, por ejemplo, de Buenos Aires o Córdoba.

Si te topás con una tormenta eléctrica dejá de pescar inmediatamente, y guardá la caña en la funda o bajo algún techo. He visto fotos de una caña que el pescador dejó en su posacañas en la playa de Claromecó para ir a refugiarse al auto. Cuando volvió apenas quedaba una vara de medio metro, totalmente quemada y con las fibras abiertas como si fueran los pétalos de una flor. Mi amigo Lucas Piedrabuena me contó de una camina en la Patagonia bajo un tormenta, donde los pescadores, cuando cayó un rayo en las cercanías, quedaron aturdidos y temblando.

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Habiendo tantos buenos días de sol, en promedio, es cuestión de esperar y que la ansiedad no nos lleve a cometer una locura. En el Amazonas aprendimos a estimar la distancia de la caída de un rayo hasta el punto donde nos encontramos: caseramente, desde que se ve el chispazo hasta que se escucha el trueno (porque la velocidad de la luz es mayor que la del sonido) se cuentan los segundos y, al resultado, se lo multiplica por un kilómetro. Llegamos apenas a contar un segundo, es decir que la descarga no estaba mucho más allá de unos mil metros. Por supuesto, ya habíamos guardado la caña y estábamos en el campamento.

 

Néstor Saavedra
para Tur Aire Libre

 

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